Capítulo 340
La puerta del auto se abrió y Adolfo intentó ayudar a Verónica a bajar, pero ella lo apartó con brusquedad. Tropezando por su cuenta, bajó del auto y se dirigió a un contenedor de basura al borde de la acera para vomitar. Después de vomitar, Verónica se sintió un poco más lúcida. Adolfo permaneció a un lado, en silencio, ofreciéndole agua. Verónica no lo rechazó. Con la boca incómoda, extendió la mano para tomarla. De repente, su mirada se detuvo al ver la cicatriz que asomaba en su muñeca. Verónica no intentó ocultarla. Sabía que Adolfo la
ya había visto, puesto que el brazalete se había deslizado hacia arriba. A pesar de su sorpresa momentánea, Verónica siguió recibiendo el agua con calma y la bebió para enjuagarse la
boca.
“¿Por qué no me dijiste que estabas enferma?” Adolfo habló con voz grave.
Verónica soltó una risa sarcástica y le respondió: “¿Decírtelo? ¿Qué cambiaría eso? ¿Harías que Zulma pague con su vida por Pilar o serías tan compasivo como para perdonar a mi mamá y a mí? ¡No lo harías!” El tono de Verónica era burlón. “Adolfo, si decides ser un monstruo, no intentes actuar como humano, ¡no tienes esa capacidad!”
Dos años atrás, cuando Pilar acababa de morir, todavía tenía esperanzas en Adolfo. Pero finalmente, todo demostró que estaba equivocada. No debería haberlo considerado una persona. Dos años después, había dejado de ser tan ingenua y no tenía ilusiones respecto a Adolfo. Adolfo, después de ser insultado, apretó los labios sin replicar y solo dijo con frialdad:
“Sube al auto.”
La sonrisa irónica de Verónica se acentuó. No hizo una resistencia sin sentido. Él tenía el control sobre la vida de su madre, no podía arriesgarse.
Aún bajo los efectos del alcohol, Verónica caminó tambaleándose de regreso al auto. Adolfo la siguió de cerca hasta que ambos subieron al auto, que condujo de regreso a la residencia de Adolfo.
Después de ducharse, Verónica salió del baño. Adolfo, que se había duchado en la habitación lateral, escuchó el ruido y se acercó, dispuesto a llevar a Verónica de vuelta a la habitación. No esperaba ver un rostro pálido.
“Vero, ¿qué pasa?” Adolfo se adelantó rápidamente y la abrazó, descubriendo que las manos de Verónica estaban frías, nada parecido a alguien que acababa de tomar una ducha caliente. Frunció el ceño y la levantó de inmediato, llevándola a la habitación. Viendo que se protegía el abdomen, Adolfo preguntó con cautela: “¿Es tu período?” Recordaba que el período de Verónica era una semana después. Verónica no le respondió, solo se acurrucó.
De niña, su salud había sido frágil, y aunque su madre adoptiva y la abuela Ferrer habían intentado remediarlo, su cuerpo seguía siendo débil. Cada período era un tormento insoportable, y los analgésicos ya no le hacían efecto; al final, tenía que soportarlo sola.
Adolfo, al ver su sufrimiento, frunció aún más el ceño. Salió de la habitación, hizo una llamada para preguntar cómo aliviar el dolor menstrual. Le dijeron que podían darle medicación. Adolfo inmediatamente pidió que le trajeran analgésicos y parches térmicos.
Capitulo 340
Verónica, medio adormilada por el dolor, fue llamada por Adolfo, obligándola a abrir los ojos para ver las pastillas y el agua tibia que él sostenía. Sin ganas de explicarle que las pastillas no le harían efecto, simplemente abrió la boca para tomarlas y luego cerró los ojos de nuevo. Adolfo levantó la camiseta de Verónica para colocarle el parche térmico. Al ver que el dolor de Verónica no disminuía, Adolfo frotó sus manos para calentarlas y las colocó sobre su abdomen. Verónica no abrió los ojos en ningún momento.
El tiempo påsaba lentamente, y aunque los medicamentos debían haber hecho efecto, la ,agonía de Verónica no disminuía; al contrario, se intensificaba, y sus labios ya no tenían color.
El ceño de Adolfo se fruncía cada vez más. No podía seguir esperando. Sacó un abrigo del vestidor, envolvió a Verónica y la levantó nuevamente, decidido a llevarla al hospital.
21:27 1
