Capítulo 193
Benito se dio cuenta de inmediato y tomó la palabra por Verónica, “Bueno, tenemos cosas que hacer, nos vamos ya“.
Dicho esto, salió de la tienda con Verónica.
La dueña del local se dio cuenta de algo extraño, pero no le dio mucha importancia ni se acercó a preguntar.
Tenía muchas cosas que atender, así que se se giró y volvió a entrar.
Apenas Verónica salió de la tienda, no pudo contener más sus emociones y las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas.
Sosteniendo la taza, lloraba inconsolablemente.
Recordaba cómo Adolfo, sabiendo desde hace tiempo que Yesenia no era su hija biológica, aun así la cuidaba y amaba como si fuera su joya más preciada.
Mientras su Pilar…
Entre más Pilar amaba a Adolfo, más Verónica sentía que Pilar no lo merecía.
Al ver a Verónica llorando en silencio y desmoronándose, Benito no se contuvo ni dudó esta
vez.
Extendió su mano para sostener la nuca de Verónica con delicadeza, atrayéndola hacia su pecho.
Con la otra mano, le daba suaves palmaditas en la espalda.
No dijo nada, Simplemente ofreció consuelo en silencio.
Verónica había estado reprimiendo sus emociones por demasiado tiempo y el consuelo de Benito hizo que sus lágrimas fluyeran sin control.
Adolfo permitió que los medios publicaran la identidad de Pilar, y ahora toda la red sabía que su hija se llamaba Pilar.
Sin embargo, suprimió las noticias de Verónica negando su relación con él en público.
Luego de manejar el desastre causado por Verónica, Adolfo vio que el auto de Verónica aún estaba parqueado pero el auto de Benito ya no estaba.
Era evidente que Verónica se había ido en el auto de Benito.
Adolfo abrió la puerta de su auto y llamó a Joaquín, “Investiga dónde están Verónica y Benito ahora“.
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Después de colgar, Adolfo salió de la familia Ferrer en su auto.
A mitad del camino, Joaquín le devolvió la llamada y le la ubicación.
Adolfo fue inmediatamente hacia allí.
Aún no había llegado a la tienda de cerámica cuando, desde lejos, vio a Benito abrazando a Verónica.
Verónica no mostraba resistencia alguna y se apoyaba en su pecho.
Los dos se abrazaban en la calle como si fueran una pareja de enamorados.
Ella acababa de negar públicamente su relación íntima con él en la familia Ferrer y frente a varios medios de comunicación, y ahora como si nada estaba abrazada con Benito.
Adolfo conocía bien a Verónica; ella siempre había sabido bien los limites en las relaciones entre hombres y mujeres.
Incluso cuando él la trataba fríamente y no visitaba con frecuencia el Hogar de la Harmonía durante los cinco años que estuvieron juntos, Verónica nunca tuvo un comportamiento inapropiado con ningún otro hombre.
Él lo sabía muy bien, pero no podía soportar ver a otro hombre cerca de ella.
Aunque sabía que entre ellos no había nada, que ella no cruzaría la línea, aun así le molestaba y no podía evitar enfadarse.
Incluso la última vez que vio a Ramón abrazándola por la cintura, sabía que Ramón lo hacía a propósito para provocarlo y que Verónica no había tomado la iniciativa.
Benito era el primero, aparte de él, en estar tan cerca de Verónica.
¿Realmente había cambiado su corazón y se había enamorado de Benito, planeando estar con
él?
La cara de Adolfo estaba fría y sombría. Sus manos agarraban firmemente el volante. La escena frente a él le hacía arder los ojos de rabia.
¿Cambio de corazón?
¿Quién le dio permiso?
Pisó el acelerador a fondo, conduciendo a la máxima velocidad hasta la puerta de la tienda de
cerámica, donde frenó bruscamente.
Viendo a los dos aún abrazándose íntimamente como si nadie más existiera, la ira en el
corazón de Adolfo creció incontrolablemente.
De repente, abrió la puerta del auto y se dirigió hacia ellos a gran velocidad.
Agarró la muñeca de Verónica con fuerza, la atrajo hacia él y la acogió en sus brazos.
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