Capítulo 559
Cuando Marina apenas comenzaba a crecer, Fabiola la obligó a trabajar para conseguir dinero, mientras ella saqueaba sin piedad cada peso que su hija lograba ahorrar.
En aquellos días, jamás se le cruzó por la mente que el destino le devolvería el mismo trato con cruel ironía.
Ahora, la necesidad de sobrevivir la obligaba a tragarse su orgullo, mendigando por las calles. La gente pasaba de largo, evitando su mirada. Sus ropas sucias y aspecto desaliñado. provocaban que los transeuntes se apartaran antes de siquiera acercarse. ¿Quién se dignaría a ofrecerle aunque fuera un plato de sopa caliente?
La mayoría de los días, su única opción era hurgar entre los desperdicios de los botes de basura para calmar el hambre que le carcomía las entrañas.
Fue en esas noches frías y solitarias cuando Fabiola por fin comprendió el infierno que había sido la infancia de Marina. La crueldad con la que la había tratado le pesaba ahora como una
losa sobre la consciencia.
Quizás fue esa empatía nacida del sufrimiento lo que la llevó a entender mejor a Marina. Sus reproches hacia ella fueron disminuyendo naturalmente, mientras comenzaba a valorar la fortaleza inquebrantable de su hija y esa devoción filial que nunca había merecido.
Si no fuera por esa tenacidad de acero, ¿cómo habría sobrevivido Marina a tantos días de
humillación?
Si no fuera por ese amor incondicional, ¿de dónde habría sacado la voluntad para entregarle cada centavo que conseguía mendigando con tanto esfuerzo?
El invierno llegó sin avisar, trayendo consigo la primera nevada del año.
Este invierno parecía más crudo que cualquier otro en la memoria.
Aurora abrió los ojos esa mañana y, al ver los copos de nieve cayendo suavemente tras la ventana, toda la pesadez de los últimos días se evaporó como por arte de magia. Sus ojos brillaron con emoción mientras se abalanzaba sobre Salvador, rodeando su cuello con los
brazos.
“¡Salva! ¿Me acompañas a ver la nieve?”
Salvador la contempló con ternura, una sonrisa cálida iluminando su rostro.
“Por supuesto, mi amor.”
Con delicadeza paternal, comenzó a abrigarla: un abrigo grueso, una bufanda de lana, guantes tejidos y un gorro que le cubría hasta las orejas. Cuando terminó, Aurora parecía un adorable muñeco de felpa.
Aurora entrelazó sus dedos con los de Salvador y lo arrastró hacia el exterior, la emoción desbordando en cada uno de sus pasos. –
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La primera nevada descendía como plumas de ángel, cubriendo el mundo con un manto inmaculado que brillaba bajo la tenue luz invernal.
Aurora echó la cabeza hacia atrás, dejando que los copos se posaran sobre su cabello oscuro hasta transformarlo en una corona de cristal.
Salvador permanecía quieto, como hipnotizado, bebiendo cada uno de sus movimientos. Sus ojos reflejaban una adoración absoluta, como si contemplara la obra de arte más perfecta del universo.
Con dedos ágiles y risas cristalinas, Aurora comenzó a moldear la nieve hasta dar forma a dos pequeños muñecos, una parejita de enamorados eternos. Con orgullo infantil, buscó la mirada de Salvador.
“¿Verdad que quedaron hermosos, Salva?”
Salvador se acercó con pasos silenciosos sobre la nieve. Con infinita delicadeza, retiró un copo que brillaba como una estrella en el cabello de Aurora. Sus ojos desprendían un amor tan profundo que parecía capaz de derretir todo el hielo del mundo.
“Mi vida, compartiendo esta primera nevada, ¿me prometes que envejeceremos juntos?”
La devoción en su mirada era tan intensa que casi dolía contemplarla.
Aurora apretó su mano con fuerza, la seriedad inundando sus facciones normalmente alegres.
“Te lo juro, Salva. Envejeceremos juntos.”
El rostro de Salvador se iluminó con una sonrisa radiante.
“Así será.”
“Mar…” Una voz quebrada y débil se alzó desde las sombras, como un suspiro del pasado.
Aurora se giró sobresaltada. A través de la cortina de nieve, distinguió las marcas de unas ruedas que se acercaban lentamente. Fabiola estaba sentada en una silla de ruedas, temblando violentamente bajo ropas demasiado delgadas para el clima, su rostro enrojecido por el frío brutal.
Los días de separación habían devastado a Fabiola. Si antes, incluso en la miseria, conservaba un destello de arrogancia frente a Aurora, ahora era apenas una sombra patética de sí misma, toda su soberbia convertida en humildad desesperada.
Aurora se quedó paralizada, un torbellino de emociones contradictorias agitándose en su interior. La crueldad con que Fabiola la había tratado, esa indiferencia helada, había dejado cicatrices demasiado profundas.
“¿Qué haces aquí?” Las palabras de Aurora cortaron el aire como cuchillos de hielo.
Fabiola se encogió en la silla, la desesperación marcando cada línea de su rostro demacrado.
“Mar, ya no tengo a dónde más ir…”
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Capítulo 559
Salvador dio un paso al frente, colocándose como un escudo protector entre Aurora y Fabiola. Su voz era más gélida que la nieve que seguía cayendo.
“Qué conveniente. Cuando estás en problemas, no te da pena venir arrastrándote a pedirle ayuda a nuestra Aurora. Pero en cuanto te saca del hoyo, la desechas como si fuera basura. ¿O qué? ¿Crees que nuestra Aurora es tu juguete, que puedes usar y tirar cuando se te antoje?”
El rostro de Fabiola se contrajo en una mueca de culpa genuina.
“Me equivoqué… me equivoqué terriblemente.”
