Capítulo 551
El hombre se pasó la mano por el rostro, la preocupación grabada en cada una de sus arrugas. Sus ojos inquietos se movían entre Aurora y el pasillo mientras hablaba.
“Se metió al baño hace rato, y cuando salió… Dios mío, venía como alma que lleva el diablo. Después empezó a comportarse así, como la ves ahorita.”
Aurora dirigió su mirada hacia el final del pasillo oscuro. La penumbra parecía tragarse la poca luz que se filtraba por las ventanas, y un escalofrío le recorrió la espalda.
“¿El baño?“, murmuró para sí misma, sus dedos jugueteando nerviosamente con el borde de su blusa.
El hombre se acercó un poco más, bajando la voz como si compartiera un secreto.
“El presidente Córdoba ya mandó a revisar. Pero no encontraron nada raro ahí dentro. La verdad es que la señora Córdoba ya traía sus… bueno, sus problemas desde antes. A lo mejor fue nomás la tristeza lo que la terminó de tumbar.”
Isaac, que hasta entonces había permanecido en silencio, giró bruscamente la cabeza hacia Aurora. Sus ojos brillaban con una intensidad salvaje, como los de un depredador acechando a su presa.
Aurora sintió que la sangre se le helaba bajo esa mirada acusadora. Sus hombros se tensaron instintivamente.
“¿Y ahora por qué me ves así? Yo no tengo nada que ver con esto.”
Apenas terminó de hablar, se dio cuenta de lo ridículo que sonaba. Era como si su cuerpo recordara otra vida, una donde Isaac la había acusado tantas veces que ahora se defendía por puro reflejo.
La mandíbula de Isaac se tensó visiblemente, sus puños apretados a los costados.
“Sé perfectamente que tú no tienes nada que ver. ¿Pero me puedes jurar que la gente que te rodea es igual de inocente?”
Aurora irguió la espalda, la indignación ardiendo en su pecho.
“No me vengas con indirectas. Si tienes pruebas contra alguien, dilas de frente y yo misma exigiré justicia. ¿O nomás andas levantando falsos?”
Isaac la observó con una mezcla de frustración y lástima, incapaz de entender su ciega confianza en Salvador y su gente.
“¿Y si te digo que fue Salvador?”
El rostro de Aurora enrojeció de furia.
“¡Salva ha estado conmigo todo el tiempo! ¿Cuándo, según tú, pudo hacer algo? Ya sé lo que pasa… te arde que te haya superado en los negocios y ahora quieres manchar su nombre.”
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Capítulo 551
Sus ojos brillaban con desprecio.
“Qué lástima que mi Salva siempre ha sido un hombre noble y generoso. Si no fuera porque ustedes lo han estado hostigando, ni siquiera tendría que defenderse.”
Isaac negó con la cabeza, derrotado ante la terquedad de Aurora.
“No me creas si no quieres. Pero algún día vas a pagar muy caro por confiar a ciegas.”
Sus palabras resonaron como un presagio oscuro en el aire viciado del velorio.
Al final, Isaac se llevó a Cynthia casi a rastras. La multitud de curiosos comenzó a dispersarse, satisfecha con el espectáculo del día.
Solo quedó Fabiola, una figura solitaria junto al ataúd. Su rostro reflejaba una desolación tan profunda que parecía haberse fundido con las sombras del lugar.
Aurora la observó en silencio por varios minutos, su corazón dividido entre la compasión y el
rencor.
“Cuidate“, murmuró finalmente, dándose la vuelta para marcharse.
“Aurora, espera.” La voz de Fabiola sonaba quebrada, casi suplicante. “¿Te puedes quedar un momento? Necesito decirte algo.”
Aurora se detuvo, girándose lentamente. Sus ojos se encontraron con los de Fabiola, oscuros y húmedos por las lágrimas contenidas.
“En tus ojos, nada de lo que yo haga será suficiente. ¿Para qué me quieres aquí?”
Aurora ya se imaginaba lo que venía. Fabiola necesitaría ayuda con el entierro de Gabriel. Después de todo, en el estado en que se encontraba, difícilmente podría encargarse de los trámites funerarios. Y con Cynthia perdida en su locura, Aurora era su única opción.
Como lo había anticipado, Fabiola fue directa.
“Ayúdame a enterrarlo.”
Una sonrisa amarga se dibujó en los labios de Aurora.
“¿Y por qué tendría que ayudarte? Después de todo lo que he hecho por ti, jamás has mostrado ni una pizca de gratitud.”
Fabiola apretó los labios, como si las palabras que estaba por decir le quemaran la garganta.
“Ayúdame con esto por última vez y… te diré quién es tu verdadero padre.”
Aurora sintió que el aire se le escapaba de los pulmones.
En otro momento, esa revelación habría sido como agua en el desierto. Pero ahora, con todas las heridas que su familia le había causado, los lazos de sangre le parecían cadenas oxidadas. “No me interesa saberlo.”
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“¿Y si te digo que tu verdadero padre ni siquiera sabe que existes?”
Aurora se quedó paralizada, como si le hubieran echado un balde de agua helada.
Si su padre la hubiera abandonado, podría entenderlo, incluso aceptarlo. Pero… ¿que ni siquiera supiera de su existencia?
Un pensamiento peligroso comenzó a formarse en su mente: ¿Y si al enterarse de ella, la recibía con los brazos abiertos?
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