Capítulo 537
Una vena palpitante se marcó en la sien de Guzmán mientras su cuerpo se estremecía de rabia contenida. Clavó su mirada furiosa en Salvador, quien permanecía imperturbable frente a él.
“¿A qué viniste realmente, Salvador? No me digas que solo vienes a buscar pleito.”
La sonrisa burlona de Salvador se desvaneció como agua entre los dedos. Su rostro se transformó en una máscara fría y calculadora, sus ojos brillando con un destello amenazador.
“¿Pleito? No me hagas reír. No tengo tiempo que perder contigo. Solo vine por lo que me pertenece: la casa de mi madre.”
Guzmán sintió que el aire se le escapaba de los pulmones. La revelación lo golpeó como un puño helado en el estómago. Salvador, con su imperio valorado en billones, no podría tener un interés genuino en una simple propiedad. Era evidente que esto no era más que una venganza calculada, una represalia por las acciones que Federico había cometido ese día.
El color abandonó el rostro de Guzmán mientras la realidad de la situación se asentaba en su
mente como plomo. Aquella casa, que alguna vez fue un activo insignificante para la poderosa familia Nolan, ahora representaba su última tabla de salvación. Con la empresa familiar al borde del colapso y la bancarrota acechando como un buitre, la mansión, valorada en miles de millones, se había convertido en su único refugio financiero.
La mandíbula de Guzmán se tensó, sus nudillos blanqueándose mientras apretaba los puños.
“Esa casa es mía. Primero muerto antes que entregártela.”
La voz de Salvador cortó el aire como una navaja de hielo.
“No es algo que dependa de ti.”
Con un gesto casi imperceptible de su cabeza, Salvador dio la señal a Víctor, quien extrajo un documento de su maletín de cuero.
“Presidente Nolan, lo que tengo en mis manos es el testamento de su difunta esposa. En él se especifica claramente que todos sus bienes pasan a su hijo. Esta mansión era propiedad de mi señora antes del matrimonio, por lo que mi señor tiene todo el derecho legal de reclamarla como herencia.”
“¿Un… testamento?” La voz de Guzmán se quebró. Jamás, ni en sus peores pesadillas, había imaginado que su esposa legítima, después de tantos años bajo tierra, pudiera desatar semejante tormenta en su vida.
Salvador mantuvo su postura implacable, su voz cargada de un peso ancestral.
“Mi madre redactó ese testamento antes de fallecer y lo dejó bajo la custodia de mi abuelo. Ahora que he formado mi propia familia, él consideró que era el momento adecuado para entregármelo.”
Florentino, más versado en asuntos legales y consciente de la gravedad de la situación, no se
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resistió inútilmente como Guzmán. Su rostro reflejaba la desesperación mientras intentaba
negociar.
“Mira, Salva… si el testamento es legítimo, por supuesto que respetaremos la última voluntad. de tu madre y te entregaremos la mansión. Pero…”
Sus ojos buscaron establecer una conexión emocional mientras continuaba con voz suplicante. “Al final de cuentas, somos familia. Hacer esto tan público solo nos perjudica a todos. Tú también debes cuidar tu imagen. ¿Qué dirá la gente cuando se enteren que le quitaste el techo a tu propio padre?”
Una risa gélida escapó de los labios de Salvador.
“¿Ahora te preocupa la moral, Florentino? Este reclamo es el último deseo de mi madre. Si lo ignorara, ahí sí que merecería el desprecio de todos.”
Florentino se quedó paralizado, las palabras muriendo en su garganta.
Salvador dio un paso hacia la puerta, su silueta recortándose contra la luz del atardecer.
“Tienen un mes para desalojar la mansión. Si no cumplen, nos veremos en los tribunales.”
Las pisadas de Salvador resonaron sobre el mármol mientras se alejaba.
Guzmán, con el rostro contorsionado por la furia, gritó a su espalda.
“¡Salvador! ¡Me dejas en la calle! ¿No temes que te castigue el cielo?”
Salvador se detuvo en seco. Sin voltear, su voz atravesó el aire como un látigo.
“Ustedes empezaron esto.”
Giró sobre sus talones, su rostro transformado en una máscara de furia contenida.
“Y si vuelven a tocar a nuestra Aurora, perder la casa será el menor de sus problemas.”
Una sonrisa siniestra se dibujó en sus labios, el gesto de un depredador seguro de su presa.
Federico retrocedió instintivamente, el terror pintado en cada línea de su rostro.
Los neumáticos del auto de Salvador chirriaron contra el asfalto mientras se alejaba, dejando tras de sí una estela de polvo y promesas de venganza.
La noche cayó sobre Florentino y Guzmán como una mortaja, la ansiedad royéndoles las entrañas mientras las horas se arrastraban con una lentitud insoportable.
Florentino no dejaba de caminar en círculos, sus pasos nerviosos resonando en la habitación vacía.
“¿Qué vamos a hacer ahora?”
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Guzmán permanecía hundido en su sillón, su mente atormentada por la transformación del hijo que siempre había despreciado. Ese mismo hijo ahora se había convertido en una figura que inspiraba terror en los círculos más poderosos de la sociedad.
Sus pensamientos giraban en un ciclo interminable de incredulidad.
“¿Cómo es posible? ¿Cómo pudo ese Salvador débil e inútil convertirse en el todopoderoso
Enzo?”
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