Capítulo 535
Los ojos de Aurora destellaban con furia mientras enfrentaba a su interlocutora. Sus puños apretados revelaban la intensidad de sus emociones.
“¿No es cierto que solo se aprovechan de que Salva perdió a su mamá cuando era chico? ¿De que sus abuelos ya están grandes y no pueden defenderlo? ¿Por eso le hacen la vida imposible, verdad?”
Federico se pasaba las manos por el cabello una y otra vez, paseando por la habitación como león enjaulado. La desesperación se reflejaba en cada uno de sus movimientos.
“¿Qué necesito hacer para que me creas? ¿Qué tengo que decirte?”
Sus ojos brillaban con una intensidad casi febril mientras se detenía frente a ella.
“Te lo juro por lo más sagrado, nunca le hemos hecho daño a Salvador. Si estoy mintiendo, que
me cargue…”
Las palabras de Federico quedaron flotando en el aire. Aurora sintió cómo la duda comenzaba a crecer en su interior, agrietando sus certezas anteriores.
Su mirada se posó nuevamente en el álbum de fotografías que descansaba sobre la mesa. Las imágenes parecían burlarse de ella, desafiando todo lo que creía saber.
“¿Cómo es posible?” El pensamiento resonaba en su mente mientras pasaba las páginas. “¿Cómo puede alguien vivir dos vidas tan diferentes?”
Un escalofrío le recorrió la espalda mientras una idea tomaba forma en su mente: “¿Y si Salva tuviera un gemelo?”
La teoría parecía encajar perfectamente, como la última pieza de un rompecabezas. Pero algo no cuadraba.
Sus cejas se fruncieron mientras analizaba esta posibilidad. “No, eso no tiene sentido. Si existiera un gemelo, Guzmán lo sabría.”
Aurora se incorporó con determinación. El peso de tantas preguntas sin respuesta la estaba sofocando.
“Federico, déjame ir.”
Con movimientos rápidos y cuidadosos, Federico comenzó a desatar las cuerdas que la sujetaban.
“Perdóname, Aurora. No quería asustarte ni hacerte enojar. Es que… sabía que si te invitaba, jamás vendrías. Sé que estuvo mal, pero estaba desesperado por explicarte todo.”
Apenas se sintió libre, Aurora le propinó una patada en la pierna. Sus ojos centelleaban con advertencia.
“La próxima vez no seré tan comprensiva.”
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Una sonrisa tímida apareció en el rostro de Federico mientras se sobaba la pierna.
“Sí, sí, te prometo que no habrá próxima vez.”
Con gesto solemne, Federico le extendió su celular.
La pantalla revelaba la desesperación de Salvador: doce llamadas perdidas y una cascada interminable de mensajes.
El cielo ya se había teñido de púrpura cuando Aurora emergió de aquella habitación en penumbras. Abordó un taxi con rumbo al hospital, pero al llegar, el doctor la recibió con noticias inquietantes.
“Salvador armó todo un escándalo cuando supo que había desaparecido. Insistió en salir a buscarla, a pesar de su condición.”
El peso de la culpa se instaló en el pecho de Aurora. Sin perder un segundo, marcó el número
de Salvador.
Su voz sonó casi instantáneamente al otro lado de la línea.
“Hermana, ¿dónde andas?”
“Salva, ¿tú dónde estás?”
Las preguntas se entrelazaron en el aire.
“Estoy en la casa.”
“Estoy en el hospital.”
Un silencio espeso se instaló entre ambos. Las preguntas pendían del aire como gotas de lluvia antes de la tormenta, pero ninguno se atrevía a ser el primero en dejarlas caer.
Finalmente, la voz cálida de Salvador atravesó la distancia.
“Hermana… te extraño. ¿Ya vienes para acá?”
Aurora sintió cómo algo se derretía dentro de su pecho.
“Mmm.”
El viaje de regreso a casa fue un torbellino de preguntas y teorías en su mente. Pero todo se desvaneció al abrir la puerta de la habitación.
Salvador estaba ahí, en su silla de ruedas. Su pierna, sin el yeso, mostraba manchas de sangre. Frente a él, la pantalla de la computadora brillaba con mapas y datos sobre su secuestro.
El suelo estaba tapizado de papeles. Teorías, cálculos, mapas dibujados a mano… En esas pocas horas, había logrado rastrear sus movimientos con una precisión que la dejó sin aliento. Cada hoja era un testimonio de su desesperación.
Todas las dudas que había acumulado se evaporaron como rocío bajo el sol. Las preguntas murieron en sus labios antes de nacer.
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Capítulo 535
Se acercó a él y, dejándose caer de rodillas, ocultó su rostro entre sus piernas.
“Perdóname… te preocupé mucho.”
Los dedos de Salvador se deslizaron suavemente por su cabello.
“Si no regresabas, hermana… me iba a volver loco.”
Sus manos recorrieron sus brazos y hombros con preocupación.
“¿No te lastimó? ¿Estás bien?”
Aurora negó suavemente.
“No, no me hizo nada.”
Salvador guardó silencio por un momento. Cuando habló, su voz intentaba sonar casual, pero Aurora podía percibir la tensión subyacente.
“¿Por qué te llevó?”
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