La Directora de mi Histora 9

La Directora de mi Histora 9

Capítulo 9
No mentía al decirlo. La familia Córdoba arrastraba una deuda considerable, y aunque el Grupo Peretti les brindaba respaldo financiero, los ingresos se destinaban prioritariamente a cubrir intereses bancarios y reducir el pasivo. Acostumbrados a una vida de opulencia, su economía siempre oscilaba al borde del déficit. Amelia costeaba íntegramente los gastos de su hermana menor, sin imaginar que estaba alimentando a una ingrata.
-Vos… -Romina la miró con ojos desorbitados, el rostro encendido de indignación mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas como cristales rotos-. La plata es de Rafa, no ganaste nada por mérito propio. ¿De dónde sacás tanto orgullo?
-No hablés pavadas -intervino Martín con tono cortante.
Romina giró sobre sus talones y se refugió en el abrazo de Luisa.
-Mamá…
Desde el nacimiento de su hija menor, dócil y encantadora, el corazón de Luisa se había inclinado cada vez más hacia ella, desdeñando a la rebelde Amelia.
-¿Ahora también levantás la mano? Mirá en qué te convertiste, tan caprichosa. Con razón Rafa quiere divorciarse. No entiendo cómo tuve una hija tan rebelde; primero intentando escaparte con cualquiera, y ahora…
-Suficiente, esos son temas antiguos que no vale la pena desenterrar la interrumpió Martín, fijando su mirada en Amelia-. Tengo derecho a reprenderte.
Amelia bajó la vista sin responder.
-Primero decime, ¿Rafael realmente quiere divorciarse de vos? -inquirió Martín con el ceño fruncido.
-No lo sé-respondió ella con voz áspera-. No logré contactarlo.
El tío Fernando Córdoba se incorporó de inmediato, adoptando un tono grave:
-Amelia, no podés permitir este divorcio. No dimensionás lo difícil que resulta sostener un negocio en este contexto. La familia Córdoba depende enteramente del Grupo Peretti para mantenerse a flote. Si retiran su inversión, estamos acabados…
-Si el Grupo Córdoba quiebra, miles de empleados quedarán en la calle… Este imperio representa el trabajo de toda la vida de tu padre, ¿vas a permitir que se derrumbe?
-Tu padre te adora incondicionalmente, ¿cuánto no ha invertido en vos? Cuando intentaste escapar, condujo toda la noche para encontrarte y sufrió aquel accidente. Su pierna nunca se recuperó completamente, y cada vez que llueve el dolor regresa…
Amelia permanecía inmóvil en el umbral del salón, los labios agrietados por la sequedad. Cayó en cuenta de que llevaba tiempo allí sin que nadie le ofreciera un simple vaso de agua.
Su silueta vaciló ligeramente, detalle que Martín percibió. Se acercó para sostenerla, cediendo
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Capitulo
a un inevitable instinto paternal:
-Sentate primero.
Alguien despejó un espacio de inmediato.
Con la mirada perdida, Amelia fue conducida al centro del sofá, donde escuchó a Martín
sentenciar:
-No te podés divorciar.
-No depende de mí -replicó Amelia con tono vacío.
Martín reflexionó brevemente antes de encararla:
-Mandále un WhatsApp a Rafa. Pedile perdón, rogale que te perdone. Decile que querés tener un hijo con él.
La sugerencia constituía una humillación absoluta.
-Aunque enviara ese mensaje, él no quiere hijos… -respondió Amelia con una risa amarga.
-Mandalo igual, estoy esperando la interrumpió Martín.
Amelia apretó el puño cuando la pantalla de su celular se iluminó con una llamada de número desconocido.
El salón enmudeció.
Todos albergaban la ilusión de que fuera Rafael usando otro teléfono, conscientes de que, tarde o temprano, el asunto del divorcio necesitaba resolución.
-Atendé-ordenó Martín.
Amelia contestó.
-Soy Esteban.
-Cortá -exclamó Martín enfurecido.
Amelia obedeció mecánicamente.
-Borrá el número, no lo guardes -añadió Martín, dominado por la ira.
Una súbita necesidad de reír invadió a Amelia.
Si Esteban tenía su número y deseaba contactarla, ¿cómo podría impedírselo? Martín había perdido la razón por la desesperación.
Sin embargo, ella no pretendía comunicarse con Esteban, así que levantó la mano y eliminó el número rápidamente.
Segundos después, un mensaje de Esteban apareció en la pantalla.
[Amelia, estoy aquí esperando que finalices tu matrimonio para empezar nuestra vida juntos.]
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Capitulo 9
Martín quedó paralizado.
Sin esperar a que reaccionara, Amelia borró el mensaje y sugirió:
-¿Te parece si cambio de número nuevamente?
Martín la miró con sorpresa.
Refugio Pampas del Sur era una exclusiva villa con accesos perfectamente vigilados y personal de seguridad uniformado de negro patrullando el perímetro.
En el interior, una extensa mesa de abeto albergaba dos hileras de personas dispuestas con
precisión.
-Cuarenta y nueve mil millones, tienen tres minutos -declaró Rafael con voz imperturbable, la mano posada sobre un conjunto de documentos-. Si están conformes, firmamos el contrato inmediatamente. Si no, concluimos la negociación aquí.
Tras pronunciar estas palabras, cruzó las piernas y, con absoluta serenidad, saboreó un sorbo del café que tenía junto a él. Consultó su reloj.
Eran las seis de la tarde exactamente.
Rafael poseía una paciencia extraordinaria. Llevaban tres días inmersos en esta negociación de adquisición y la contraparte comenzaba finalmente a ceder.
Efectivamente, al cumplirse el plazo, el representante extendió la mano en señal de rendición:
-Señor Peretti, su determinación es admirable. Que nuestra colaboración sea fructífera.
Rafael correspondió al saludo y, después de delegar los procedimientos subsiguientes en su equipo, se levantó dispuesto a retirarse.
Esta operación de adquisición del Grupo Peretti, al involucrar la industria de semiconductores, exigía máxima confidencialidad para prevenir filtraciones que permitieran a competidores adelantarse. Por esta razón, ambos equipos negociadores fueron trasladados a Refugio Pampas del Sur, donde se requisaron todos los dispositivos electrónicos y se bloquearon las señales de comunicación. Hasta la conclusión del acuerdo, nadie podía establecer contacto
con el exterior.
El complejo se ubicaba en las afueras de Buenos Aires, a casi dos horas de viaje.
El agotamiento acumulado tras las negociaciones ininterrumpidas hizo que Rafael cerrara los ojos para descansar apenas subió al vehículo.
No habían transcurrido ni dos minutos cuando la voz temblorosa de Leonardo lo sacó de su
sopor:
-Señor Peretti.
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