Capítulo 93
-¿Las consecuencias son algo con lo que no puedo lidiar?
Violeta se cubrió los labios con delicadeza, dejando escapar una risita musical que contrastaba con la crueldad que bailaba en sus ojos. Su mirada, cargada de desprecio, me atravesó como si yo fuera menos que el polvo bajo sus zapatos de diseñador.
Con un movimiento casi imperceptible de sus ojos, dio la señal a su secuaz más leal. El mensaje silencioso fue captado al instante: la multitud comenzó a cerrarse sobre nosotros como una jauría hambrienta, rodeándonos al profesor Luján y a mí.
Sus dedos juguetearon con un mechón de su cabello mientras inclinaba la cabeza con fingida
inocencia.
-Ay, hermanita -su voz destilaba dulce veneno-.. El profesor Luján ya está pasado en años, ¿no? Sería una verdadera lástima que sufriera un… accidente. Imaginate, podría pasar medio año postrado en cama.
Una sonrisa maliciosa se dibujó en sus labios pintados de rosa pálido.
-Y no te preocupes por los gastos médicos. Yo me haré cargo de todo lo necesario.
Sus ojos brillaron con malicia mientras jugueteaba con su collar de perlas.
-Si mi querida hermana no entiende por las buenas, tal vez necesite una pequeña lección primero.
Sentí que la sangre me hervía en las venas. Mi cuerpo se tensó como la cuerda de un arco, listo para disparar. “Antes muerta que permitir que le pongan un dedo encima al profesor“, pensé mientras apretaba los puños hasta que mis nudillos se pusieron blancos.
-Violeta -mi voz salió áspera-, si tantas ganas tienes de morir, con gusto te ayudo.
Sin darle tiempo a responder, solté una carcajada amarga y enfrenté a la turba que nos
acorralaba.
-¿Qué? ¿No se han enterado? Ya firmé los papeles del divorcio con Simón. Para fin de mes, seré oficialmente una mujer libre.
El silencio cayó como una losa sobre la multitud. Vi cómo el rostro de porcelana de Violeta se agrietaba por la sorpresa. Ella, que siempre había creído que mis amenazas de divorcio eran solo un farol, un intento desesperado por mantener mi posición, ahora se encontraba con la realidad de frente.
La observé mientras su mente trabajaba frenéticamente. Por eso había insistido tanto en que reescribiera el acuerdo de divorcio: el simple pensamiento de que yo pudiera obtener aunque fuera una migaja de victoria la consumía por dentro.
-Simón y yo ya no somos nada -continué, cada palabra cargada. Y si aún no está contigo, Violeta, quizás deberías preguntarte por qué. ¿No será que no te ama lo suficiente? ¿Que no
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quiere seguir… la tradición familiar?
Los murmullos de confusión se extendieron como ondas en un estanque. Solo Violeta, con su rostro cada vez más pálido, parecía entender el verdadero significado de mis palabras.
Una voz chillona rompió el tenso silencio.
-¿Qué pendejadas estás diciendo, lamebotas? ¡Todo mundo sabe cuánto ama Simón a nuestra Violeta!
Fingi sorpresa, cubriéndome la boca con delicada ironía.
-No me digan que no lo saben! Si inicialmente no estuvieron juntos no fue por mi culpa… ¿o acaso no sabían que a su querida Violeta le gustaba más el padre de Simón?
La multitud contuvo el aliento.
-¡Se casaron en Las Vegas! -añadí con dulce veneno-. Técnicamente, Simón debería llamarla “madrecita“.
Los rostros a mi alrededor se contorsionaron de asombro.
-Tengo una copia del acta de matrimonio -ofrecí con falsa amabilidad-. ¿Quieren verla?
Vi cómo el rostro de Violeta perdía el último rastro de color. Su cuerpo frágil se bamboleó como una flor marchita, sus ojos vidriosos amenazando con derramar lágrimas perfectamente calculadas. Era una actuación magistral, digna de un Óscar. Lástima que yo ya conocía todos
sus trucos.
“Por fin todo tiene sentido“, pensé mientras la observaba desmoronarse. La devoción de Simón, su negativa a admitir sus sentimientos por ella, su resistencia al divorcio… todo se reducía a una verdad que había estado oculta a plena vista: Violeta se había casado con Federico Rivero, el padre de Simón.
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