Capítulo 86
La pregunta le taladraba la mente como un martillo implacable: ¿Por qué Simón se negaba siquiera a mirar a Violeta de esa manera?
El patrón era innegable: siempre la había consentido, la había protegido, la había puesto por encima de todo… por encima de ella. No había dudado en dejarla morir aquella vez en el aqua. Le había entregado todo lo que se puede dar en una relación, excepto lo único que Violeta
realmente anhelaba.
“Si esto no es amor“, penso Luz mientras se masajeaba las sienes, ‘si no son amantes destinados a estar juntos… ¿entonces qué demonios son?”
La respuesta llegó en forma de un sobre manila sobre su escritorio. Sus dedos temblaron ligeramente al abrir el informe de la agencia de investigación internacional. Conforme sus ojos recorrian las páginas detallando la vida de Violeta en el extranjero, su mandibula se tenso.
Una risa seca y sin humor escapó de sus labios.
-¿Neta? ¿Todo este tiempo era… esto? -murmuró para sí misma, dejando caer el informe
sobre el escritorio.
Las piezas del rompecabezas comenzaron a encajar. Ahora entendía por qué Simón adoraba a Violeta con esa devoción enfermiza pero jamás cruzaba esa línea. Por qué todos a su alrededor los miraban con esa mezcla de compasión y resignación. Por qué él nunca podria estar con
ella, no importaba cuánto la amara.
“Violeta es su amor prohibido“, pensó con amargura. “El que nunca podrá tener“.
Se reclinó en su silla, cerrando los ojos mientras dejaba que la conclusión la golpeara. Había malinterpretado a Simón todo este tiempo. Cuando él insistía en que entre él y Violeta todo era puro, que nunca había pasado nada… decía la verdad. Su maldito orgullo jamás le permitiría cruzar esa linea con ella
Sus labios se curvaron en una sonrisa irónica. La antigua Luz, la ingenua y enamorada, habría corrido de vuelta a sus brazos al descubrir esta verdad. Habría olvidado cada humillación, cada desplante, cada momento en que la hizo sentir menos que nada. Incluso se habría sentido culpable por dudar de él.
Pero esa Luz ya no existía.
Se levantó y camino hacia la ventana, observando su reflejo en el cristal. Las cicatrices que marcaban su piel eran un recordatorio constante de todo lo que había cambiado,
“Ya no importa si lo amo o no, se dijo. “Aunque lo siguiera amando, esto no cambia nada”
La ausencia de una relación física entre Simón y Violeta no borraba el daño real que sus acciones le habían causado. Que no estuviera con Violeta no significaba que la amara a ella, Solo significaba que su amor por Violeta no era lo suficientemente fuerte como para superar sus propios prejuicios, sus barreras autoimpuestas.
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Capitulo 86
De pronto, las palabras de su madre resonaron en su memoria: “Eres su escudo, Luz“. En ese momento, la verdad la golpeó con la fuerza de un puñetazo.
-Por supuesto que soy su maldito escudo.
Las palabras salieron como veneno de sus labios. Al final, ella solo había sido una pieza más en su retorcido juego de amor imposible. No era de extrañar que Simón, a pesar de no amarla, se aferrara con tanta desesperación a su matrimonio. No solo era por el dinero; era porque ella representaba la barrera perfecta, el escudo ideal. ¿Dónde más encontraría a alguien dispuesta a amarlo incondicionalmente sin recibir nada a cambio?
El asco le revolvió el estómago. Con un movimiento brusco, arrojó el informe al bote de basura y volvió a sus libros de estudio. En unos días, por fin podría decirles adiós para siempre.
“Una vida nueva me espera“, pensó mientras subrayaba un párrafo importante. La idea le dibujó una sonrisa genuina en el rostro.
Mientras tanto, en otra parte de la ciudad, la furia de Violeta sacudía las paredes de su casa como un huracán desatado. Los cristales rotos crujían bajo sus pies mientras atravesaba la sala destruida, pero ni siquiera el caos a su alrededor lograba aplacar la rabia que le quemaba
las entrañas.
Sus uñas arregladas se clavaron en sus palmas hasta dejar marcas.
-¡Estaba tan cerca! -el grito desgarró su garganta-. ¡Tan cerca de tenerlo por completo!
La imagen de aquella noche en el hotel la atormentaba. Había estado a un paso de cruzar esa última línea con Simón, de reclamarlo como suyo por fin. El pensamiento de su fracaso la consumía, alimentando un deseo primitivo de destrucción que amenazaba con hacerla perder
la cordura.
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