Capítulo 80
La noche envolvía el hotel en un manto de quietud engañosa. En la habitación, Simón, con el rostro encendido por el alcohol, sentía el mundo girar a su alrededor. El rubor que teñía sus mejillas se intensificó cuando una figura femenina se abalanzó sobre él. En ese momento de confusión etílica, su cuerpo reaccionó por instinto, extendiendo los brazos para recibirla mientras un fuego primitivo recorría cada una de sus venas, exigiendo que desgarrara la tela que cubría el cuerpo que se le ofrecía.
Sus manos temblaban, a punto de ceder ante ese impulso salvaje, cuando un aroma extraño penetró la bruma de su consciencia. La fragancia, dulzona y artificial, actuó como un latigazo en sus sentidos.
“¡Este no es su perfume!” La conclusión golpeó a Simón como un puñetazo en el estómago. El aroma familiar de Luz, suave y delicado como ella misma, brillaba por su ausencia.
En un movimiento brusco, casi violento, apartó a la mujer de sí con tanta fuerza que la envió tambaleándose hacia atrás. Una voz en su interior, clara y firme a pesar de la embriaguez, le recordaba que jamás podría traicionar a Luz de esa manera. Su esposa, con su meticulosidad característica para la limpieza y el orden, nunca le perdonaría semejante transgresión.
Incluso en medio de la neblina alcohólica que nublaba su mente, Simón conocía perfectamente los límites de Luz, esas líneas que ella jamás le permitiría cruzar. Era un conocimiento que se volvía aún más agudo en sus momentos de sobriedad.
Lo sabía todo sobre ella, comprendía cada uno de sus límites, y aun así… Siempre había jugado con el amor de Luz, bailando peligrosamente en el borde de lo que ella podía soportar.
Violeta, sorprendida por el rechazo violento, apenas podía mantener el equilibrio. El deseo que ardía en su interior, amplificado por la droga, la empujaba a intentarlo nuevamente. Su objetivo era claro: necesitaba poseer al hombre frente a ella a cualquier precio.
Intentó incorporarse, pero su cuerpo la traicionó. Tras dos intentos fallidos, quedó tendida en el suelo, sus extremidades pesadas como el plomo.
Con voz quebrada y lastimera, dejó escapar un susurro.
-Simón… me siento muy mal.
El sonido de su voz actuó como un catalizador en la mente embotada de Simón. Con movimientos torpes, sacó su celular y, tras varios intentos, logró hacer una llamada antes de arrastrarse hacia el baño.
Desde el otro lado de la puerta, Violeta lo llamaba con desesperación creciente.
-¡Simón, por favor, ábreme! ¡Me siento terrible!
Pero sus súplicas cayeron en oídos sordos. Simón, vencido por la combinación letal de alcohol y la droga que había inhalado, yacía inconsciente en el piso del baño.
Mientras intentaba acercarse a la puerta, Violeta se cortó la mano con los fragmentos de un
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Capitulo 80
jarrón que Simón había derribado en su camino al baño. El dolor agudo la ayudó a recobrar parte de su lucidez.
Con dedos temblorosos, marcó el número de Carlos, quien “casualmente” se hospedaba en la habitación del piso inferior. Consciente de que el tiempo jugaba en su contra, Violeta tomó un trozo de cerámica y, deliberadamente, se hizo otro corte en la mano.
Carlos apareció en cuestión de minutos. Violeta, luchando contra los efectos de la droga, le habló con urgencia.
-Simón llamó a alguien… seguro fue a su médico. ¡Rápido! Hay que evitar que llegue.
El dolor del nuevo corte la ayudó a mantener la claridad suficiente para añadir:
-¡Y abre esa maldita puerta!
Para Violeta, esta noche representaba su única oportunidad. Si no lograba intimar con Simón ahora, temía que jamás volvería a presentarse una ocasión similar.
Carlos, quien llevaba años observando a Simón, comprendía perfectamente la gravedad de la situación. Sin necesidad de más explicaciones, se puso en acción. Después de hacer una llamada para interceptar al médico de Simón, se dedicó a forzar la cerradura del baño.
Al encontrar a Simón inconsciente en el suelo del baño, Carlos y Violeta intercambiaron una mirada cargada de significado. Sin mediar palabra, ayudaron a Violeta a entrar en el reducido espacio.