Capítulo 8
“¿Así que esto es lo bueno de todo?” Una sonrisa irónica se dibujó en mis labios. No tenía que disculparme y, como bonus, podría evitar ver a esta basura. La vida a veces te da pequeños regalos.
Levanté la mirada, encontrándome con sus ojos fríos. Una sonrisa maliciosa se formó en mi
rostro.
-Qué casualidad, no vine a disculparme. Ya me voy.
Me di la vuelta, ignorando deliberadamente el silencio sepulcral que cayó sobre la habitación. Cada paso resonaba contra el piso de mármol, amplificado por el mutismo colectivo.
No alcancé a dar ni dos pasos cuando una mano se cerró sobre mi brazo como una garra de acero. El dolor agudo me atravesó como una descarga eléctrica, arrancándome un sudor frío que me empapó la espalda.
Simón apretó la mandíbula, una vena palpitando en su sien.
-¿Te das cuenta de lo que estás diciendo, Luz?
Sus dedos se clavaron más profundo en mi brazo.
-¡Ya estuvo bueno de tanto drama! ¡Todo tiene un límite!
Un destello de incredulidad cruzó por mi rostro. Después de todo lo que había dicho, este imbécil seguía pensando que solo estaba montando un.show. En ese momento, no supe si el que tenía problemas mentales era él o yo por haber estado casada con semejante idiota.
-¿Así que crees que estoy haciendo drama? Bueno, ¿qué te parece si lo ponemos a prueba?
-¿A prueba? ¿De qué hablas? -La voz de Simón tembló ligeramente, un indicio de que presentía lo que venía.
Lo miré directamente a los ojos, saboreando cada palabra.
-Vamos por el acta de divorcio. Ahí veremos quién está haciendo drama.
El silencio que siguió fue tan denso que casi podía cortarse con un cuchillo. Todos me miraban como si me hubiera brotado una segunda cabeza. No los culpaba. La Luz de antes habría preferido cortarse un brazo antes que mencionar el divorcio.
Las risitas burlonas no tardaron en llenar el aire.
Simón torció los labios en una mueca despectiva.
-Si sigues con eso, Luz, te juro que sí me divorcio de ti.
-¡Cuando estés en el registro civil, no vayas a llorar suplicando que no te deje! -gritó alguien desde atrás.
La voz chillona de una de sus lambisconas se alzó sobre las demás.
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Capítulo 8
-¡Simón, ya no le aguantes! ¡Divórciate de una vez!
-¡Sí, Simón, hazlo! ¡A ver si se atreve! Podrías tener a cien mujeres mejores que ella. En cambio esta… ni pagando encontraría a alguien como tú.
-¡Se cree mucha cosa! ¡Mira que amenazar a mi Simón con el divorcio!
-Estuvo tres meses en el hospital y mi Simón ni se apareció, ¿no tiene tantita dignidad?
-¡Carlos, no te rías! ¿Tú crees que esta sabe lo que es dignidad?
Las burlas se mezclaban con risas desdeñosas. Era obvio que ni Simón ni sus amigos me tenían el más mínimo respeto. Me trataban como a un perro callejero que no dejaba de
molestar a su amo.
Mientras el coro de voces me instaba a divorciarme, el rostro de Simón se ensombrecía cada
vez más.
-Luz, ¡no te pases! -Su voz cortó el aire como un látigo.
Para todos, incluyendo a Simón, esto era solo otro de mis dramas para llamar su atención. Conocían bien mi devoción enfermiza por él. Si antes entraba en pánico cuando no llegaba a dormir, llorando hasta hiperventila, ¿cómo iba a ser capaz de divorciarme?
Solo mi hermano gemelo, quien me conocía mejor que nadie, detectó algo diferente en mi voz.
-Luz, ¿qué te pasa? ¡Es Simón! ¡El hombre que más has amado en tu vida! —La incredulidad teñía su voz, incapaz de entender cómo podía estar hablando de divorciarme del hombre por quien lo había dado todo.
No me molesté en responderle. Me limité a sostener la mirada de Simón, exigiendo silenciosamente que me soltara.
Una risa amarga escapó de sus labios, mezclada con furia y algo que parecía alivio. ¿Acaso estaba feliz de poder deshacerse de mí al fin?
¡Perfecto! ¡Muy bien! Luz, ¡por fin maduraste!
Sus dedos aflojaron su agarre.
-¿Quieres el divorcio? ¡Pues lo tendrás!
Estaba a punto de marcharme, satisfecha con el resultado, cuando un sollozo dramático cortó el aire. Violeta se abalanzó hacia nosotros, lágrimas de cocodrilo rodando por sus mejillas.
-¡No! ¡Hermana, Simón, por favor, no hagan esto! ¡No por mi culpa!
Enredó un mechón de cabello entre sus dedos, mordisqueándose el labio inferior.
-Hermana, no hay nada entre Simón y yo, ¡solo estábamos jugando! No te divorcies por esto. Si no me crees… -Sus ojos se movieron hacia la mesa-. Si no me crees… ¡te lo probaré con mi vida!
En un movimiento teatral, tomó el cuchillo para frutas y lo presionó contra su cuello.
Capítulo 8
La habitación estalló en caos. Todos corrieron a consolarla, rogándole que no hiciera una locura, que ignorara a la dramática de su hermana.
Una sonrisa gélida se dibujó en mis labios.
-Adelante, mátate. Si lo haces, te creeré.
