Capítulo 58
El tacto de Simón me producía náuseas. Aunque ya no me consideraba su esposa, él seguía reclamando sus “derechos maritales” como si nada hubiera cambiado. La ironía me retorcía el estómago: mi yo anterior, esa ingenua enamorada, interpretaba su obsesión física como una prueba de amor. “Si ya no me quisiera“, me repetía entonces entre lágrimas, “ni siquiera me tocaría“.
Qué equivocada estaba. Una mujer enamorada solo desea la cercanía del hombre que ama; cuando ese amor muere, hasta el más mínimo roce se vuelve una tortura. Pero los hombres…
ellos son diferentes. Para ellos, el deseo y el amor son dos mundos separados. Que un hombre te desee no significa nada más que eso: deseo.
Desde el accidente, las pastillas para dormir se habían vuelto mi única escapatoria de las pesadillas. Pero aquí, en esta casa que ya no sentía mía, ni siquiera me atrevía a tomarlas. No importaba cuántos seguros pusiera a la puerta.
Me revolví inquieta en la cama. El reloj marcaba más de las dos de la madrugada y el sueño seguía eludiéndome. Cerré los ojos, intentando contar ovejas como una niña asustada.
El penetrante olor a alcohol me golpeó de repente. Mis ojos se abrieron de golpe, mi cuerpo tensándose instintivamente para huir. Antes de que pudiera moverme, una figura masculina se desplomó sobre mí. El pánico me paralizó.
Por fortuna, el colchón amortiguó su peso. En un movimiento brusco, sus brazos me rodearon y me apretó contra su pecho. La rabia me invadió al darme cuenta de mi error: había dejado la pistola eléctrica en la mesa de noche en lugar de bajo la almohada. ¡Qué oportunidad desperdiciada de darle su merecido!
Mi frustración creció. ¿Qué clase de CEO se las arreglaba para descifrar contraseñas y abrir cerraduras como un vulgar ladrón? Me retorcí, intentando escapar de su agarre.
Sus brazos me apretaron con más fuerza. Su aliento alcohólico me revolvió el estómago cuando susurró en mi oído:
-Mi amor… ya no peleemos más. Olvidemos todo y empecemos de nuevo.
Sus palabras arrastraban el peso del alcohol y la culpa.
-Sé que la cagué en la fiesta de mi abuela cuando casi te ahogas. Fue mi culpa, te lastimé… perdóname esta vez, por favor.
“Idiota“, pensé. Seguía creyendo que mi deseo de divorcio era por ese incidente en la alberca.
-Simón, no es por eso…
No me dejó terminar. Hundió su rostro en mi cuello, su voz quebrándose:
-Mi amor, perdóname. Te juro que voy a cambiar… Entre Violeta y yo no hay nada, nunca te he traicionado…
20.02
Capítulo 58
Sus dedos se clavaron en mi piel mientras suplicaba:
-No seas así conmigo. Deja de decir cosas tan crueles, me estás matando.
El gran Simón Rivero, doblegando su orgullo por primera vez. Necesitó ahogarse en alcohol para pronunciar estas palabras. Mi yo anterior habría llorado conmovida, lo habría perdonado todo, volviendo a caer en sus redes como una tonta mariposa hipnotizada.
Pero esa mujer ya no existía. Sus súplicas solo me provocaban asco e impaciencia.
¿Qué me importaba su sufrimiento?
Que se estrellara contra un muro si quería. Que viniera a “darme calor” en pleno verano. Todo en él me resultaba repugnante.