Capítulo 46
Gabriela me lanzó una de esas miradas que solo ella sabe dar, mezcla de reproche y cariño contenido.
-¡Ya párale con esa cara de cachorrito abandonado! Conmigo eso ya no funciona.
Sus ojos brillaban con determinación mientras se ajustaba la correa de su bolso de viaje.
-Ahora tengo el corazón más duro que una roca.
El tono de Gabi destilaba ese escepticismo que tanto me había ganado. No la culpaba – después de años de verme suspirando por Simón, investigando cada detalle de su vida como una acosadora profesional… yo misma me daba vergüenza recordarlo.
Me acerqué a ella con mi mejor expresión de arrepentimiento, las manos juntas como en plegaria.
-Mi vida, ¿qué tengo que hacer para que me perdones?
Una chispa de malicia atravesó su mirada.
-Acompáñame a un lugar y tal vez, solo tal vez, considere perdonarte.
La esperanza me hizo dar un pequeño brinco.
-¡No me digas un lugar, llévame a cien si quieres!
Gabi soltó un resoplido que sonaba a risa contenida.
-No exageres. Con uno es más que suficiente.
La curiosidad me carcomía. ¿Qué lugar podría ser tan importante como para que mi mejor amiga, estando tan dolida conmigo, considerara perdonarme?
-¿A dónde vamos?
Una sonrisa misteriosa curvó sus labios.
-Ya lo verás cuando lleguemos.
Durante el trayecto, mi mente divagó por mil posibilidades. Pero jamás, ni en mis ideas más locas, imaginé que apenas bajando del avión, sin siquiera tener chance de estirar las piernas, ella me arrastraría a una “agencia de modelos masculinos“.
Y no cualquier agencia… sino de esas donde, por el precio correcto, los “modelos” ofrecen servicios muy especiales.
Me quedé congelada en la entrada, la mandíbula por el suelo.
Antes de que pudiera articular palabra, Gabi se me adelantó.
-Si de verdad ya superaste tu obsesión por el “amor verdadero” -hizo comillas en el aire- escoge un modelo para que te atienda aquí y ahora.
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Capítulo 46
-¡…!
Gabi cruzó los brazos sobre su pecho. Su rostro, normalmente dulce, mostraba una máscara de
sarcasmo.
-¿Qué pasa? ¿No quieres?
La dureza en su voz ocultaba mal el dolor. Mi amiga, mi Gabi, había sido profundamente herida por mi obsesión pasada.
Pero incluso así, aun dudando de mi cambio, había volado de regreso apenas la llamé. El amor verdadero que tanto busqué siempre estuvo aquí, en esta amistad incondicional.
La envolví en un abrazo apretado, la emoción atorada en mi garganta.
-Te amo tanto, ¿lo sabías?
Intentó zafarse, pero la sentí relajarse contra mí.
-¡Ya deja de manipularme con eso! Si hoy no haces lo que te digo, ni creas que voy a creerte
nada de nada.
Estaba por responder cuando un desfile de Adonis comenzó a emerger de las puertas interiores. Uno tras otro, jóvenes esculturales con abdominales de revista y sonrisas. deslumbrantes se alinearon frente a nosotras. El aire se espesó con una mezcla de colonias
caras y testosterona pura.
Mis ojos se abrieron como platos. ¡La calidad del “servicio” era impresionante! Cualquiera de estos chicos podría ser modelo de pasarela internacional.
No pude evitar jalar la manga de su blusa como niña emocionada.
-Oye, tú que siempre andas viajando por tus investigaciones, ¿cómo es que conocías este paraíso? ¿Por qué nunca me habías traído?
Una sombra de amargura cruzó su rostro.
-¿Traerte? ¿Cuándo? Si solo vivías para Simón. Estabas tan obsesionada que si me hubiera atrevido a sugerirte algo así, capaz y me rompes las piernas.
-Ah… este…
Tenía razón. ¡Qué ciega había estado! Rodeada de flores hermosas y yo empeñada en abrazar
un cactus.
Pero por tentadora que fuera la vista, este no era el momento.
-Mi amor, estoy en pleno proceso de divorcio. Si hago algo aquí, le estaría dando pruebas en bandeja de plata para dejarme sin nada en el acuerdo -Le guiñé un ojo con picardía-, ¡Pero apenas tenga los papeles firmados, no me conformo con uno! ¡Me echo diez!
Gabi me estudió con intensidad, como si quisiera leer hasta el fondo de mi alma.
-¿De verdad ya no sientes nada por Simón?
Capítulo 46
Ella me conoce mejor que nadie. Aunque el dolor de mi traición anterior le impedía confiar
ciegamente, sabía que pronto notaría todos los pequeños cambios en mí, todas las señales de que esta vez era diferente.
La miré directamente a los ojos.
-De verdad.
Esperaba verla celebrar, gritar que por fin había recuperado la cordura. En cambio, gruesas lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas. Me abrazó con fuerza, sollozando contra mi
hombro.
-Perdóname tú a mí, mi niña. Por no estar ahí cuando más me necesitabas.
Su voz se quebró.
-¿Cuánto dolor tuviste que pasar para olvidar todo así? Perdóname, mi vida, perdóname…
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