Capítulo 450
La admiración de Héctor por Simón crecía día con día, manifestándose en una devoción casi obsesiva que se intensificaba con el paso del tiempo. Cada gesto de protección paternal, cada palabra de orgullo que Héctor pronunciaba, se convertía en una daga invisible que atravesaba el corazón de Jacinta, alimentando un odio que la consumía desde las entrañas.
Le resultaba insoportable ver cómo Simón había usurpado tan fácilmente el lugar de su adorado hijo. ¿Dónde estaba la justicia para su pequeño Israel, quien desde sus primeros pasos había luchado incansablemente por una migaja de reconocimiento paterno? ¿Por qué Simón, este intruso, recibía ahora todas las alabanzas que a Israel le fueron negadas?
-¡Héctor! -La voz de Jacinta resonó en la habitación, cargada de una amargura que parecía emanar de lo más profundo de su ser-. ¡Israel también era tu hijo!
El rostro de Héctor se contrajo con visible irritación. El solo nombre de Israel en labios de Jacinta le resultaba insoportable.
-Israel era mi hijo, sí -respondió con dureza-. Pero ya no está. ¡Se fue! ¿Qué esperas que haga? ¿Que lo’siga al más allá?
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-¿Por qué no vas tú a acompañarlo? -Las palabras brotaron de los labios de Jacinta como un veneno instintivo.
La mujer pareció arrepentirse de inmediato, su voz quebrándose en un susurro desesperado.
-No es que quiera que lo acompañes… Es solo que… ¿Por qué no puedes ser justo? Israel se esforzó tanto desde niño por ganarse aunque fuera una mirada tuya de aprobación. ¿Y ahora simplemente lo olvidas y reconoces a Simón?
Sus ojos brillaban con lágrimas contenidas mientras continuaba, la voz temblando de emoción. -Le permites a Simón ocupar su lugar así nada más, le entregas todo en bandeja de plata. Si Israel pudiera ver esto… ¿Te imaginas su dolor? ¡Era tu hijo de sangre! No puedes borrarlo como si nunca hubiera existido.
Héctor observaba a su esposa con una mezcla de fastidio y lástima. Nunca había sentido un amor profundo por ella, pero ahora la contemplaba como si fuera una desconocida que había perdido por completo la razón.
-¡lsrael está muerto! -rugió-. ¿Lo entiendes? ¡Muerto! ¿Pretendes que deje su lugar eternamente vacío mientras el legado de los Ayala se desmorona?
Su voz se suavizó apenas un ápice, cargada de reproche.
-Hablas del sufrimiento de Israel, pero ¿qué hay de Simón? ¡También es tu hijo!
Las palabras de Héctor resonaban como martillazos en la habitación.
-Israel creció rodeado del amor de sus padres, disfrutando de todos los privilegios que ofrecía
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el apellido Ayala. ¿Y Simón? ¿Qué decir del hijo que abandonaste? ¿Acaso su sufrimiento no cuenta? ¿Sus luchas no importan?
La frustración se acumulaba en su voz mientras continuaba.
-¿Qué hizo él para merecer este desprecio de su propia madre? ¡Tu mente funciona de una manera que no logro comprender! ¿Cómo puedes deshacerte de tu propio hijo sin el menor remordimiento y luego odiarlo con tal intensidad?
Sus últimas palabras cayeron como una sentencia.
-¡Estás enferma, profundamente enferma!
Para Héctor, un hombre que siempre había puesto sus intereses por encima de todo, el abandono de Simón pesaba como una culpa que necesitaba expiar. La crueldad de Jacinta le resultaba incomprensible.
Las acusaciones de Héctor provocaron que algo se quebrara dentro de Jacinta.
-¿Enferma? ¿Yo tengo la culpa? -Su risa histérica cortó el aire-. ¡No te atrevas a hacerte el santo, Héctor! Si no hubiera sido por mí, si no hubiera cambiado a nuestro segundo hijo por una niña, ¿estarías donde estás ahora? ¿Serías el heredero de la familia Ayala? ¿El cabeza de la familia?
Sus ojos brillaban con un destello de locura mientras escupía las palabras.
-¡Tú lo sabías! ¡Sabías del cambio y lo aceptaste sin chistar! ¿Y ahora pretendes culparme de todo?
Su voz se alzó en un grito desgarrador.
-¡No seas hipócrita y repugnante!
El semblante de Héctor se oscureció ante la desbordante hipocresía de Jacinta.
-Sí, lo sabía -admitió con voz cortante-. Cometí un error, y por eso mismo quiero compensar
a Simón. Por eso, jamás permitiré que pongas un dedo sobre mi único hijo. De lo contrario, terminarás tus días en un manicomio.
Sus ojos se entrecerraron peligrosamente mientras añadía:
-Y no te confíes demasiado solo porque Carla está embarazada. Que esté esperando no garantiza que todo saldrá bien, y aunque lo logre, nada asegura que esos nietos nazcan sanos
y aptos.
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