Capítulo 434
-¡No tienes una pizca de compasión! -bramó mi padre, su rostro enrojecido por la indignación. Los Ortega te han tratado como familia, ¿y así les pagas? ¡Los dejas morir sin mover un dedo! ¡Por eso nadie te quiere! ¡Por eso mereces vivir sola y amargada el resto de tu vida!
La dureza en su voz me hizo dudar por un momento. ¿Y si me equivocaba? Pero entonces, como un relámpago, atravesó mi mente el recuerdo de la falsa muerte de Violeta. Simón no había participado en ese engaño, y ella sola habría sido incapaz de orquestar algo así. La lista de posibles cómplices se reducía a mis padres. Si mi padre fuera realmente el hombre simple y directo que aparentaba ser, jamás habría podido ayudar a Violeta con una trama tan
elaborada.
Cuando nuestras miradas se encontraron, la mía cargada de sospechas y la suya repentinamente cautelosa, él calló de golpe. Sin añadir más, se refugió en su habitación, cerrando la puerta con un estruendo que reverberó por el pasillo.
En la Villa Santa Clara, Alejandro apenas había terminado la llamada cuando dio la orden de investigar mi paradero. Al confirmar que los militares me habían llevado, un suspiro de alivio escapó de sus labios.
-Señor -interrumpió el mayordomo con urgencia en la voz-, la señorita Beatriz ha vuelto a vomitar sangre.
Alejandro se precipitó hacia la habitación de su sobrina. La encontró inconsciente, su rostro tan pálido como las sábanas que la envolvían. Las palabras que le había transmitido resonaron en su mente: sin tratamiento, Beatriz podría no sobrevivir hasta el próximo verano. Su mirada se transformó en algo terrible, una máscara de determinación y furia contenida.
-¡Traigan a Violeta inmediatamente! Y además… -su voz se perdió mientras su hombre de confianza se apresuraba a cumplir las órdenes.
Con infinita ternura, Alejandro acarició el rostro demacrado de su sobrina, cada línea de sufrimiento grabada en su memoria como una herida propia.
…
Por la delicada condición de Beatriz, Violeta permanecía en la Villa Santa Clara, disponible para cualquier emergencia que requiriera una transfusión. Los hombres de Alejandro la encontraron en el centro comercial, donde su expresión risueña se transformó en una mueca de disgusto al verlos aproximarse.
“Maldita Beatriz“, pensó con amargura. “¿Por qué no te mueres de una vez?”
Pero el pensamiento trajo consigo una oleada de pánico. La muerte de Beatriz podría significar su propia destrucción. Con un gruñido de frustración, descargó su rabia contra una silla
cercana.
Capitulo 434
No, Beatriz no podía morir. Pero la idea de seguir siendo una fuente ambulante de sangre la enfermaba. Las palabras de aquel hombre misterioso danzaban en su mente como brasas ardientes: libertad a cambio de la vida de Alejandro.
La propuesta de envenenarlo inicialmente la había horrorizado. A pesar de la imposibilidad de su amor por él, deseaba que viviera. Pero ese deseo nacía más del miedo que del afecto. Si fallaba en su intento, Alejandro no dudaría en eliminarla.
“Un amor imposible solo trae sufrimiento“, se repetía mientras consideraba su situación. Alejandro había bajado la guardia con ella. Quizás, con la cautela suficiente… La promesa de libertad total, de no temer más ser un peón en el juego de otros, resultaba embriagadora.
Mientras se dirigía a cumplir con la nueva solicitud de donación, su mente divagaba entre planes y posibilidades, buscando el método perfecto para librarse de sus cadenas, aunque eso significara manchar sus manos con sangre.