Capítulo 429
El silencio pesaba en la mansión Ayala como una mortaja. Los pasillos, usualmente llenos de actividad, permanecían quietos mientras la familia aguardaba con creciente preocupación. Simón llevaba más de veinticuatro horas encerrado en su habitación, sin probar alimento ni agua, como si el mundo exterior hubiera dejado de existir para él.
Un grito desgarrador rompió la quietud de la mañana. El sonido de porcelana haciéndose ‘añicos contra el suelo resonó por el pasillo, y los pasos apresurados de la familia Ayala
convergieron hacia la fuente del estruendo.
La imagen que encontraron les robó el aliento. Ahí estaba Simón, de pie en el umbral de su habitación, pero no era el mismo joven de rostro radiante que todos conocían. Su cabello, antes negro como el ébano, se había transformado en una cascada de plata pura que enmarcaba un rostro demacrado por el dolor. Los presentes se quedaron paralizados, como si el tiempo mismo se hubiera detenido en ese instante de incredulidad absoluta.
“¿Cómo es posible?“, susurraron voces atónitas. La transformación desafiaba toda lógica, toda experiencia previa. ¿Qué tormento podría ser tan devastador como para arrancar el color
mismo de la vida?
Jacinta observaba a su hijo con el corazón destrozado. Sus manos temblaban mientras recordaba su propio dolor, aquel que había sufrido al perder a su primogénito.
“Mi bebé, mi niño…” susurró con voz quebrada, incapaz de procesar la metamorfosis de su hijo. Carla, por su parte, sentía que la sangre le hervía en las venas. La vergüenza y la indignación se
entremezclaban en su interior como un veneno ardiente.
“¿Se está burlando de mí?” La pregunta daba vueltas en su mente como un torbellino furioso.
“¿Tanto asco le doy que prefiere convertirse en un anciano antes que aceptar lo que pasó entre
nosotros?”
La rabia se transformó en una sonrisa maliciosa que ocultó tras una máscara de preocupación. Sus planes habían cambiado. Ya no necesitaba esperar años; bastaría con que Simón viviera lo suficiente para ver nacer a su hijo. Después de eso…
Héctor contemplaba la escena con ojos calculadores. Su mente de empresario ya estaba evaluando las consecuencias, midiendo el impacto que este cambio tendría en sus planes de sucesión.
-Hijo -su voz resonó con autoridad paternal-, cuando termines de comer, necesitamos
hablar.
Simón encontró la mirada de su padre y asintió con una serenidad que desconcertó a todos los presentes. Ya no quedaba rastro del joven impulsivo y orgulloso; en su lugar, había emergido un hombre con una madurez forjada en el crisol del sufrimiento.
La transformación iba más allá del cabello blanqueado. En sus ojos brillaba ahora una
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Capitulo 429
sabiduría antigua, como si hubiera vivido varias vidas en una sola noche de agonía. Héctor, que siempre había considerado a su hijo demasiado inmaduro para tomar las riendas del Grupo Ayala, se encontró frente a un hombre que parecía haber trascendido las preocupaciones mundanas que antes lo definían.
La empleada regresó con una nueva bandeja de comida, sus pasos cautelosos, como si temiera perturbar el aire cargado de tensión que envolvía a la familia. El desayuno, preparado con esmero, parecía una ofrenda inadecuada ante la magnitud de la transformación que .presenciaban.
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