Capítulo 428
La prudencia ha sido siempre mi mayor virtud. Como un general que planea cada movimiento antes de la batalla, he aprendido a anticipar las amenazas antes de que tomen forma. Y hoy, esa cautela me salvó la vida.
Las marcas rojizas en el cuello de Carla palpitaban como un recordatorio de su cercanía con la muerte. Su mano temblorosa se posó sobre la piel lastimada mientras intentaba recobrar la ‘compostura. El aire entraba a sus pulmones en bocanadas irregulares, como si su cuerpo aún no creyera que podía respirar libremente.
No había necesidad de acudir al hospital. Las noticias viajaban rápido: Simón había regresado a la mansión Ayala. Tanto Jacinta como Carla se apresuraron a llegar a la residencia familiar, donde el ambiente se sentía tan denso como el preludio de una tormenta.
Héctor Ayala ya estaba enterado de todo antes de la llegada de ellas. En el momento en que le informaron sobre el retorno de Simón, abandonó su despacho, dejando pendientes y reuniones atrás. Sin embargo, su hijo, cual animal herido, se había atrincherado en su habitación, ignorando las súplicas de su padre que resonaban por los pasillos.
La voz de Héctor, normalmente imponente, se quebraba contra la puerta cerrada como olas contra un acantilado. El patriarca de los Ayala, ese hombre que hacía temblar a ejecutivos y rivales por igual, se encontraba impotente ante el silencio de su único heredero. No se atrevió a forzar la entrada, temiendo que esa línea, una vez cruzada, nunca podría restablecerse.
Al llegar, sus pasos la llevaron directamente hacia Héctor. El miedo serpenteaba por la espina dorsal de Carla mientras le explicaba la situación. La locura que había visto en los ojos de Simón sugería que, si no lograba su objetivo hoy, encontraría otra oportunidad para silenciarla permanentemente.
-Tranquila, hija -la voz de Héctor era suave mientras su mano se posaba sobre su hombro-. No permitiré que nada malo te suceda.
-No te angusties tanto. Simón solo está procesando la noticia. Cuando asimile todo, las aguas volverán a su cauce.
A pesar de las descripciones de Carla sobre el estado mental de Simón, Héctor lo interpretaba como un simple arrebato pasajero. En su mente, forjada en el patriarcado de generaciones, era inconcebible que un hombre pudiera desmoronarse por algo tan trivial como la pérdida de su virtud.
“Los hombres son así“, parecía decir su mirada condescendiente. “Por mucho que amen a una mujer, sus deslices son parte de su naturaleza“. Incluso él, que se jactaba de su integridad, admitía que su mente a veces vagaba por territorios prohibidos.
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Sus palabras actuaron como un bálsamo sobre los temores de Carla. En el mundo que conocía, los hombres no se quebraban por cuestiones del corazón ni buscaban venganza por su honor mancillado.
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Capitulo 428
-Dale tiempo -continuó Héctor-. Cuando la tormenta pase, acércate poco a poco. Están destinados a compartir una vida juntos; eventualmente, él se abrirá contigo.
-Una vez que hay una primera vez, siempre hay una segunda. Con el tiempo, serán el matrimonio que todos esperan.
Las palabras de Héctor revelaban al estratega empresarial que era. Su visión se limitaba a las ventajas que la unión con la familia López traería a su imperio. El bienestar de Carla era secundario ante la perspectiva de una alianza tan provechosa.
Aunque la idea de un matrimonio feliz con Simón le parecía a Carla tan probable como ver nevar en el desierto, no era eso lo que buscaba. Sin embargo, las palabras de Héctor plantaron una semilla de esperanza: quizás, cuando la furia de Simón se apagara, podrían mantener una fachada de normalidad hasta que el plan de Carla llegara a su culminación.
Esas ilusiones se desvanecieron como el humo cuando Simón emergió de su encierro tras
veinticuatro horas de silencio.
La empleada se disponía a dejar su comida, un ritual que había mantenido fielmente a pesar de que las bandejas anteriores regresaban intactas. El sonido de sus pasos sobre el piso resonaba en el pasillo vacío mientras se acercaba a la puerta.
Cuando la puerta se abrió inesperadamente, la sirvienta quedó paralizada. Las palabras se congelaron en su garganta al contemplar la figura que emergía de la penumbra. La bandeja se estrelló contra el suelo, dispersando su contenido en un estruendo metálico.
-¡Ah…! -el grito de la empleada reverberó por los pasillos de la mansión.
¡Su joven señor! ¡Aquel muchacho que siempre había irradiado vitalidad y elegancia!
Una noche de tormenta interior había bastado para que su cabellera se tornara completamente
blanca.
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