Capítulo 418
La integridad moral de Simón siempre había sido intachable en cuestiones del corazón. A pesar de su naturaleza impetuosa, mantenía una lealtad inquebrantable en sus relaciones sentimentales, como si hubiera trazado una línea que se negaba a cruzar.
Nuestra relación se basaba en la confianza absoluta. No era una obsesión por el control, sino un acuerdo tácito: la infidelidad sería una traición imperdonable que marcaría el final definitivo.
Para Simón, este principio era más que una simple promesa. La idea de una transgresión lo atormentaría como una mancha indeleble en su consciencia, un peso insoportable que lo perseguiría día y noche.
La mera posibilidad de perderlo todo por un momento de debilidad me resultaba inconcebible. Sin embargo, ahí estaba él, reducido a un estado de vulnerabilidad que jamás había presenciado, incapaz siquiera de alzar la voz en su propia defensa.
“¿De verdad crees que estás pensando con claridad, Israel?” Carla se mantuvo imperturbable ante la situación. Desde el momento en que decidió ejecutar su plan, estaba preparada para un
enfrentamiento decisivo con Simón.
Ella lo sabía perfectamente: esta noche representaba su única oportunidad. Un solo error, y todo estaría perdido. Por eso, cada detalle había sido meticulosamente calculado para asegurar su victoria.
La determinación–brillaba en sus ojos, pero al encontrarse con la mirada penetrante de Simón, algo en su interior vaciló momentáneamente.
Pobre Carla. Su vida había transcurrido en las alturas del privilegio social desde su nacimiento. Contemplar su situación actual, recurriendo a estrategias tan bajas, resultaba casi trágico.
“Si las circunstancias fueran diferentes…” El pensamiento quedó flotando en el aire como una justificación silenciosa.
Esta era la única ruta hacia su objetivo, por más que manchara el linaje de quien alguna vez fue el orgullo de Ciudad Central. La humillación de su caída social solo alimentaba su. determinación: esta noche debía triunfar a cualquier costo.
Necesitaba recuperar su posición en la cima, donde nadie pudiera atreverse a menospreciarla nuevamente. Donde cada mirada hacia ella fuera de súplica y admiración.
-Carla, si te detienes ahora mismo, no solo te garantizo el apoyo de la familia López–la voz de Simón surgió con una claridad sorprendente-. También puedo asegurarte la lealtad de los Ayala.
Sin darle tiempo a procesar la oferta, añadió con firmeza:
-¡Te doy mi palabra! Y sabes que yo, Simón, jamás falto a una promesa.
La sinceridad en su mirada hizo que Carla dudara por un instante. Conocía de primera mano la
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devoción que Simón sentía por mí, una devoción tan profunda que lo llevaría a sacrificar incluso su propia vida o fortuna.
-Israel, creo que estás malinterpretando todo -respondió ella con fingida inocencia-. Solo intento ayudarte a llegar a casa sano y salvo.
“La lealtad de Simón hacia ella es innegable“, reflexionó Carla. “Renunciaría a cualquier suma por mantener su honor intacto. Pero la experiencia me ha enseñado que incluso el amor más puro puede transformarse. ¿Qué garantía tengo de que, una vez pasado el peligro, no cambie de parecer?”
No podía arriesgarse. El éxito esta noche era imperativo.
Con precisión militar, sus preparativos se pusieron en marcha. Además del personal apostado en el segundo sótano, había colocado estratégicamente a un mesero en el evento. Ante su señal, este se aproximó con naturalidad para ayudar a trasladar a Simón hacia el elevador.
Para entonces, la confusión en el rostro de Simón era evidente, sus labios incapaces de articular palabra alguna. Al verlo en ese estado de docilidad, Carla apresuró el paso, la determinación ardiendo en sus ojos mientras se dirigía a ejecutar la siguiente fase de su plan.
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