Capítulo 404
La voz de Nicolás emergió suave y arrepentida en la intimidad del auto, rompiendo el denso silencio que nos envolvía.
-Lo siento tanto, Luz -murmuró con una nota de pesar que me estrujó el corazón. Es que la felicidad me desbordó y actué sin pensar.
Las palabras de disculpa brotaron de sus labios antes de que pudiera siquiera abrir la boca. Me conocía demasiado bien.
-No te sientas presionada -continuó con voz serena-. Entiendo perfectamente todo lo que viviste con Simón. Sé que su recuerdo sigue ahí, pero esperaré paciente hasta que tu corazón esté listo para aceptarme.
Sus palabras resonaron en mi interior como un eco dulce y amargo a la vez. Aunque Nicolás insistía en que su amor por mí era incondicional, sin expectativas de reciprocidad, la realidad era otra. Nadie desea entregar su corazón sin recibir nada a cambio.
Lo miré fijamente, buscando las palabras adecuadas, pero el nudo en mi garganta me impidió articular sonido alguno. En silencio, descendí del auto y me alejé con pasos pesados.
“¿Llegaré algún día a desprenderme por completo del recuerdo de Simón?“, me pregunté mientras caminaba. “No puedo obligar a mi corazón a olvidar, pero tengo que intentar abrirme a Nicolás.”
“Pronto seremos esposos“, me recordé con amargura. “Si ni siquiera puedo soportar un beso, si mi cuerpo reacciona rechazándolo… ¿cómo construiremos una vida juntos? ¿Cómo formaremos una familia?”
La culpa me carcomía por dentro. Ya era bastante cruel no poder corresponder a sus sentimientos, pero negarle incluso la posibilidad de una vida conyugal normal… Casarme con él en estas condiciones sería condenarlo a una existencia incompleta.
Esa misma tarde, mi celular vibró con un mensaje suyo.
[¿Te gustaría cenar con mis padres esta noche? Si prefieres no ir, les diré que tienes otros planes.]
Medité su invitación por unos momentos. El matrimonio no solo une a dos personas, sino a dos familias enteras. Aunque mis padres fueran distantes, los de Nicolás, como padres de hijo único, estaban profundamente involucrados en su vida. Era mi deber, antes de formalizar nuestro compromiso, presentarme ante ellos y comunicarles nuestra decisión.
[Sí, me encantaría ir], respondí finalmente.
La alegría en su siguiente mensaje fue casi palpable.
[¿A qué hora terminas tu experimento? Paso por ti.]
Le indiqué aproximadamente mi horario de salida y terminé la conversación. Estaba por
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Capítulo 404
regresar al laboratorio cuando caí en cuenta de algo importante: era mi primera visita oficial como futura nuera, no podía llegar con las manos vacías. Inmediatamente llamé a mi asistente para encargarle la compra de obsequios apropiados para la ocasión.
Cuando Nicolás llegó por la tarde y vio los paquetes que había preparado, una sonrisa iluminó su rostro mientras los acomodaba en el maletero.
-Luz, gracias–susurró con genuina emoción.
Su familia gozaba de una posición económica privilegiada; el valor material de los regalos era lo de menos. Lo que verdaderamente le conmovió fue el gesto, pues dotaba de realidad tangible a lo que hasta esa mañana había sido solo un sueño lejano.
Nadie comprendía la magnitud de su anhelo, la intensidad de su dicha en ese momento. El arrebato de la mañana lo había atormentado todo el día, temeroso de que ese impulso hubiera espantado a la mujer que había adorado en silencio durante una década, justo cuando por fin tenía una oportunidad real con ella.
La verdad era que sus padres no habían solicitado mi presencia esa noche. Había sido él quien, por iniciativa propia, les había hablado sobre nuestros planes de matrimonio, usando la cena familiar como pretexto para mantenerme cerca.
Era consciente de que mi decisión de casarme con él había surgido de un impulso. Temía que en los dos días que faltaban para poder registrar nuestro matrimonio, yo recapacitara y me retractara. Buscaba pasar conmigo tanto tiempo como fuera posible, demostrarme que sería un excelente compañero de vida.
Por fortuna, gracias a nuestra estrecha colaboración profesional durante los últimos dos años, la idea de conocer a sus padres no me resultaba tan intimidante. Incluso existía ya cierta familiaridad entre nosotros.
Sus padres me recibieron con una calidez desbordante que casi me abrumó. Eran personas extraordinarias y, para mi sorpresa, parecían genuinamente complacidos con mi presencia.
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