Capítulo 4
-Desde que Violeta regresó no has parado de hacer teatro, ¡y ahora sales con que perdiste la
memoria!
Me quedé paralizada, las palabras atoradas en la garganta. “¿Qué está diciendo este tipo?“–
El doctor también se quedó mudo, su expresión profesional transformándose en genuina
confusión.
“¿Falsificar un historial médico para no ser dada de alta?” La idea era tan ridícula que casi me
hizo reír.
La mandíbula de mi supuesto esposo se tensó, una vena palpitando en su sien.
-Ya te lo había dicho antes: no importa cuánto drama hagas o finjas estar enferma, no vas a lograr nada. ¡Ya deja de hacer tanto escándalo!
Se ajustó la costosa corbata de seda con un movimiento brusco.
-Si esta noche no te das de alta para ir a pedirle disculpas a Violeta, mejor ni te aparezcas por
la casa.
Con esa última amenaza, mi “esposo legal” se marchó pavoneándose como un pavorreal, sin darme oportunidad de responder.
Cuando la puerta se cerró tras él, el doctor me miró con una mezcla de compasión y desconcierto. Su expresión lo decía todo: lamentaba que me hubiera casado con semejante individuo. Un hombre que, mientras yo luchaba entre la vida y la muerte, ni siquiera se había dignado a visitarme en más de dos meses. Y ahora tenía el descaro de acusarme de fingir, ¡hasta de falsificar documentos médicos!
Ante la mirada compasiva del doctor, solo pude guardar silencio. ¿Qué podía decir? Acababa de enterarme de que tenía un esposo y ni siquiera sabía cómo procesar esa información.
La confusión me carcomía. ¿Cómo era posible que recordara eventos de cuando tenía tres años pero hubiera olvidado algo tan significativo como estar casada? No tenía ningún sentido. El solo intentar entenderlo me provocaba una migraña punzante. Y si hay algo que detesto más que nada, es el dolor. Así que, después de darle vueltas y más vueltas sin llegar a ninguna parte, decidí dejar de pensar en ello.
“Seguramente lo olvidé porque no era importante“, me dije a mí misma. Desde niña, mi cerebro solo se molestaba en retener información sobre personas significativas y útiles. El resto simplemente se desvanecía como el humo.
Las personas insignificantes no merecen espacio en mis pensamientos. Así que aparté a mi supuesto esposo de mi mente y me concentré en mi rehabilitación.
Esa noche, mi celular vibró con una llamada entrante.
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Capítulo 4
-Luz, más te vale regresar ahora mismo. Si no vuelves esta vez…
Al reconocer la voz de mi “marido nominal“, corté la llamada sin dejarlo terminar. En más de dos meses desde mi accidente, no se había molestado en visitarme ni una sola vez. Un esposo tan frío e indiferente que ni siquiera le importaba si su mujer vivía o moría. Y considerando que era la única persona que había olvidado, nuestro matrimonio debía ser un simple acuerdo comercial sin amor.
“¡Qué iluso! ¿Un marido de pacotilla pretendiendo darme órdenes?” Una sonrisa irónica se dibujó en mis labios mientras bloqueaba su número. Para evitar más interrupciones sin sentido, lo eliminé de mis contactos.
Satisfecha con mi decisión, tomé un sorbo del agua que había logrado servirme con tanto
esfuerzo.
Simón se quedó mirando el teléfono, atónito. Siempre había sido él quien cortaba las llamadas, mientras Luz le suplicaba que no colgara, que la escuchara, que volviera a verla.
Pero ahora ella lo había cortado sin contemplaciones. La escena en el hospital esa mañana volvió a su mente: esa mirada extraña, como si genuinamente no lo reconociera, y esos historiales médicos que parecían auténticos. Una inexplicable irritación comenzó a burbujear en su pecho.
Violeta se retorcía las manos, su voz un susurro tembloroso.
-Simón, ¿mi hermana sigue negándose a entrar en razón?
Sus ojos se llenaron de lágrimas estudiadamente controladas.
-¿Qué vamos a hacer? ¿Quieres que intente hablar con ella otra vez? Todo esto es mi culpa. Soy tan inútil… Si cuando fui al hospital no me hubiera desmayado, si hubiera aguantado sus reproches un poco más, tal vez no estaría tan enojada.
La culpa fabricada de Violeta Rosales, su manera de asumir toda la responsabilidad, hizo que los ojos de Simón se oscurecieran. “¿Todavía tiene fuerzas para lastimar a alguien? ¿Qué más será capaz
de hacer?”
-No le hagas caso. Ya se le pasará y volverá arrastrándose.
-Pero…
-No hay peros. El error no es tuyo, es de ella -Su mandíbula se tensó-. ¡Si tiene el valor, que no vuelva nunca!
Violeta bajó la mirada, su labio inferior temblando.
-Simón… tal vez… tal vez debería irme yo. Si me voy, mi hermana dejará de estar tan enojada, tan triste…