Capítulo 393
Las palabras de Violeta flotaban en el aire como el eco de una amenaza apenas contenida.
-Ni te sientas tan protegida solo porque Alejandro está de tu lado.
Una sonrisa maliciosa se dibujó en sus labios antes de continuar:
-Mira, mientras le seas útil a Alejandro, vas a estar bien. Pero cuando dejes de serlo… si sigues portándote así, ¿te imaginas lo mal que te puede ir?
La amenaza velada no pasó desapercibida. Violeta era demasiado consciente de su propia vulnerabilidad, de cómo su posición privilegiada pendía de un hilo tan delgado como la paciencia de Alejandro. El miedo se reflejaba en la tensión de sus hombros, en la forma en que sus dedos se entrelazaban nerviosamente.
-Ya entendí, no te preocupes -respondió, moderando su tono-. De aquí en adelante, aunque hable, no voy a decir nada malo sobre Luz Miranda.
Sus palabras emanaban sinceridad, aunque la verdad más profunda permanecía oculta en las sombras de su mirada. En el fondo de su ser, el deseo de destruirme ardía como una brasa persistente. Sin embargo, el instinto de supervivencia prevalecía sobre su sed de venganza. La vida de lujos que llevaba era demasiado dulce como para arriesgarla por una venganza personal.
Simón observó el cambio en su actitud, la genuina comprensión en sus ojos. No necesitó agregar nada más.
Justo cuando se disponía a buscarme, su teléfono vibró con la urgencia de un asunto impostergable en el Grupo Ayala. La frustración se dibujó en su rostro mientras tecleaba un mensaje, esperando mi comprensión.
[Perdóname, pero surgió algo urgente en el Grupo. Sabes que el agradecimiento que siento hacia Lorena por haberme criado me impide lastimar a su única hija.]
El mensaje quedó sin lectura en mi bandeja de entrada. Mi respuesta fue el silencio. En lugar de permitir que la desilusión me consumiera, canalicé mi energía en el trabajo, profundizando mis conocimientos y fortaleciendo mis conexiones con los altos ejecutivos.
Siete días de inmersión total en el aprendizaje me habían dado una claridad cristalina sobre mi rumbo académico. La universidad donde realizaría mi doctorado ya no era una incógnita, aunque los trámites y exámenes tendrían que esperar hasta septiembre del próximo año.
El regreso de la conferencia académica fue abrupto. Apenas había puesto un pie en el país cuando el gerente de mi empresa me llamó con voz temblorosa.
-¿Nos hemos hecho algún enemigo últimamente? -su preocupación era palpable-. La empresa ha sufrido golpes muy duros estos días. Si esto sigue así, podríamos quebrar.
“¿Carla?“, fue mi primer pensamiento, pero lo descarté casi al instante. Su influencia no llegaba tan lejos, y con Simón ocupando una posición tan prominente en la familia Ayala, cualquier
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movimiento de Carla en mi contra habría llegado a sus oídos. Aunque Simón no pudiera ser severo con Violeta, jamás permitiría que Carla me atacara.
La posibilidad de que fuera obra de Violeta era aún más remota. Sus recursos no alcanzaban para tanto. Sin embargo, si no eran ellas, ¿quién más podría tener motivos y poder suficientes? Mientras mi mente daba vueltas a esta pregunta, un mayordomo, flanqueado por una docena de guardaespaldas vestidos de negro, se aproximó con paso decidido.
-Señorita Miranda, mi patrón solicita verla.
Arqueé una ceja, estudiando al grupo con desconfianza.
-No conozco a ningún patrón suyo mi tono dejaba claro que no tenía intención de aceptar la
invitación.
-Nuestro patrón es el abuelo del señor Rafael -aclaró el mayordomo con voz serena-. Solo desea intercambiar algunas palabras con usted, no le tomará mucho tiempo.
Sin darme oportunidad de responder, agregó:
-Si no desea ver quebrar su empresa y que miles de empleados pierdan su sustento, le suplicamos nos acompañe, señorita Miranda.
Sin mediar palabra, saqué mi celular y marqué el número de Alejandro. Al escuchar sobre la solicitud del abuelo de Rafael, un silencio pesado precedió su respuesta.
-Ve a verlo -su voz sonaba calculadora-. Probablemente solo quiera advertirte que te alejes de Rafa. No creo que busque hacerte daño.
Guardé silencio y seguí al mayordomo. La arrogancia del abuelo de Rafael se manifestó en su máxima expresión: todo ese despliegue de poder para terminar en una simple videollamada.
“Claro“, pensé con amarga ironía. Rafael era de ascendencia mixta, su madre una francesa de pura cepa, al igual que su abuelo. La mirada que me dedicó a través de la pantalla lo decía todo: yo no merecía ni siquiera el esfuerzo de un encuentro en persona.
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