Capítulo 389
La pasión por el conocimiento tiene sus propias reglas. Los expertos, acostumbrados a la soledad de sus investigaciones, suelen rehuir de los eventos sociales. Aunque pueden disertar durante horas sobre sus campos de estudio, la mera mención de una reunión social provoca en ellos un instintivo rechazo.
-Continuemos nuestra discusión durante la cena -sugirió Vincent con voz serena-. No será un banquete formal, solo una extensión de nuestra conversación académica.
Sus palabras actuaron como un encantamiento. Los rostros de los académicos se suavizaron y, uno a uno, asintieron con renovado interés.
Mi mente bullía con preguntas sin responder, teorías por explorar, conceptos que ansiaba desentrañar. Los grandes maestros del conocimiento me habían mostrado un universo nuevo, y yo estaba dispuesta a sumergirme en él sin reservas. Las miradas persistentes de Simón se perdieron en el torbellino de mi curiosidad intelectual.
Al llegar al hotel, nos dispersamos brevemente hacia nuestras habitaciones para refrescarnos. La voz de mi compañera quebró el silencio apenas cerramos la puerta.
-¡Por Dios! -exclamó, dejándose caer en la cama-. Yo que me creía brillante por haber entrado a la mejor universidad, que me consideraba parte de la élite intelectual…
-Pero hoy… hoy me sentí diminuta, insignificante. No solo poco brillante, sino completamente ignorante.
Sus palabras resonaban con una verdad que me atravesaba. Durante la conferencia, muchas de las discusiones habían flotado muy por encima de mi comprensión, como nubes inalcanzables. La interacción con aquellas mentes, brillantes había expuesto la vastedad de mi propia ignorancia, y paradójicamente, eso solo aumentaba mi fascinación.
Mientras me cambiaba, tracé con cuidado cada pregunta en una libreta, organizando mis dudas como un tesoro por descubrir. Mi compañera, por su parte, compartía sus reflexiones en Instagram, confesando su sensación de pequeñez ante la grandeza intelectual que habíamos presenciado.
La respuesta de sus seguidores fue inmediata y cruel. Los comentarios la acusaban de victimizarse, de fingir humildad. “Si tú no eres nada, ¿qué somos nosotros?“, escribían con amargura. Después de unos minutos de contemplación, eliminó la publicación en silencio. Era una lección más sobre la madurez y las redes sociales.
Respetando el valioso tiempo de los expertos, decidimos cenar en el restaurante del hotel. Mi compañera y yo esperábamos en la mesa reservada cuando Simón y Carla aparecieron con su grupo. La mirada de Simón se transformó al verme, un cambio tan evidente que incluso mi compañera percibió.
-Oye–susurró dándome un codazo discreto-. ¿Es cierto lo que dicen en internet? ¿Que el que sobrevivió fue tu ex, Simón, y no Israel?
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-La forma en que te mira… Hay algo ahí, ¿no?
-Un CEO imponente convertido en cachorro ansioso con solo verte.
No respondí, solo le dirigí una mirada significativa. Ella captó el mensaje y guardó silencio.
-¡Señorita Miranda, qué sorpresa encontrarla aquí! -saludó Carla con una sonrisa perfectamente ensayada.
A pesar de nuestra historia de tensiones, el contexto exigía civilidad.
-Sí, qué coincidencia -respondí, igualando su tono cordial.
-Venimos con algunos profesores, incluyendo un experto en tu campo. ¿Te gustaría acompañarnos?
Su invitación rebosaba entusiasmo, como si nuestros conflictos pasados se hubieran desvanecido en el aire. No pude evitar admirar su capacidad para mantener las apariencias, para tejer una red de cortesía sobre el abismo de nuestras diferencias.
-Te lo agradezco, pero ya tengo planes -respondí con una sonrisa educada.
-Será en otra ocasión entonces -respondió Carla, entrelazando su brazo con el de Simón-. Israel, vámonos.
-Sí–murmuró él, lanzándome una última mirada antes de alejarse con Carla.
Mi compañera observaba la escena con expresión confusa. Después de presenciar cómo los ojos de Simón cobraban vida al verme, comenzaba a sospechar que él era aquel exesposo del que todos hablaban en las redes sociales.
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