Capítulo 386
La voz de Carla tembló con una mezcla de sorpresa e incredulidad.
-Vaya, señorita Miranda, ¿así que prefieres quedarte aquí afuera antes que entrar con nosotros? -Sus palabras destilaban un dejo de burla apenas contenida.
“¿De verdad cree que podré entrar por mi cuenta?“, sus ojos brillaban con ese aire de superioridad que tanto la caracterizaba.
El murmullo de voces desde el interior del recinto captó nuestra atención. Un grupo pequeño emergió por las puertas principales, encabezado por una figura imponente: Vincent Gagnon. Sus cabellos plateados brillaban bajo la luz del vestíbulo, y al posar sus ojos en mí, su rostro austero se transformó con una calidez genuina.
-¡Miranda! ¡Al fin llegaste! -exclamó con evidente alegría.
Una sonrisa sincera iluminó mi rostro mientras me acercaba a él.
-¡Vincent! -El nombre salió de mis labios con el mismo entusiasmo.
Los recuerdos de nuestras conversaciones en el foro de tecnología de Ciudad Central permanecían frescos en mi memoria. Entre todos los brillantes académicos que conocí aquella vez, Vincent había destacado por su agudeza intelectual y calidez humana.
La mirada penetrante de Vincent se posó sobre el hombre rubio que me había impedido el
paso.
-¿Y este quién es? ¿El que osó acusar a Miranda de ser una impostora académica? -Su voz, aunque serena, llevaba un matiz de autoridad indiscutible.
El rostro del señor Lafleur perdió todo color. La mención de fraude académico, que momentos antes pronunciaba con tanta seguridad, ahora se convertía en su mayor vergüenza frente a una eminencia como Vincent Gagnon.
-No, no… todo ha sido un malentendido -balbuceó, las palabras tropezando unas con otras en su prisa por justificarse.
Vincent mantuvo su mirada severa sobre él.
-Ya que fue un malentendido, le sugiero que se disculpe con la señorita Miranda su tono no dejaba lugar a discusión-. Ella es una de nuestras invitadas especiales.
La mandíbula del señor Lafleur se tensó visiblemente. Sus ojos reflejaban la lucha interna entre su orgullo y la necesidad de mantener su posición ante una figura de la talla de Vincent.
-Le ofrezco una disculpa, señorita Miranda -pronunció cada palabra como si le costara un esfuerzo físico-. Malinterpreté la situación.
Le dirigí una sonrisa serena, consciente de la victoria silenciosa.
-No se preocupe, señor Lafleur. Solo le sugiero que en el futuro sea más cauteloso con los
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Capitulo 386
rumores que decide creer -mi voz resonó con una dulzura calculada-. Así evitará
situaciones… incómodas.
Sin dedicarle una mirada más, seguí a Vincent hacia el interior del recinto. Los murmullos de mi compañera de estudios, aún aturdida por el giro de los acontecimientos, se mezclaban con el sonido de sus pasos apresurados tras de mí.
Desde mi posición, pude sentir la mirada penetrante de Carla sobre mi espalda. Su presencia irradiaba una oscuridad casi palpable, como una tormenta gestándose en la distancia.
Simón, por su parte, emanaba un orgullo que casi podía tocarse. Sus ojos brillaban al contemplar a su esposa, una investigadora que se había ganado el respeto de las más grandes figuras de la industria. Cada paso que daba resonaba con la satisfacción de un hombre que veía sus decisiones validadas.
Al atravesar las puertas del recinto, la figura de Violeta apareció en mi campo visual. La impaciencia marcaba cada uno de sus movimientos mientras buscaba con la mirada al señor Lafleur. Al verme entrar, su rostro se transformó en una máscara de confusión y disgusto.
Se precipitó hacia el hombre rubio en cuanto lo vio aparecer, sus tacones marcando un ritmo ansioso contra el piso de mármol. Tan concentrada estaba en su objetivo que no notó la presencia de Simón tras ella.
-¿Por qué dejaste entrar a esa impostora académica? -Sus palabras resonaron con claridad en el vestíbulo, como piedras arrojadas a un estanque en calma.
La expresión de Simón se oscureció al escuchar esas palabras. Sus hombros se tensaron, listo para defender mi honor. Pero cuando sus ojos se encontraron con el rostro de Violeta, todo su cuerpo se paralizó, como si hubiera visto un fantasma del pasado materializarse frente a él.
Observé la escena desarrollarse ante mí con una claridad cristalina. Una certeza se instaló en
mi pecho: este congreso académico sería el escenario donde las máscaras finalmente caerían. “Quizás hoy sea el día en que Simón tome su decisión final“, pensé, mientras la atmósfera se cargaba de una tensión casi eléctrica.
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