Capítulo 371
Dime, Simón, ¿cómo pudiste cambiarme por Violeta cuando te lo supliqué? ¿Cuando te rogué, con el alma desgarrada, que me dejaras en paz?
-Dime la verdad… ¿qué significa para ti el amor verdadero?
La pregunta quedó suspendida en el aire mientras Simón me observaba, sus labios entreabiertos pero incapaces de formular una respuesta. En sus ojos se reflejaba una tormenta de emociones contradictorias, como si él mismo buscara una explicación que no terminaba de encontrar.
“¿Cómo pude hacerle tanto daño?“, se preguntaba Simón en la soledad de sus noches, cuando el peso de sus acciones lo mantenia despierto hasta el amanecer. La pregunta lo perseguía como un fantasma implacable, exigiendo una respuesta que ni él mismo comprendía.
¿Había sido la costumbre? Aquel malentendido inicial, aquel rencor profundo que lo consumía, lo había llevado a desear mi sufrimiento. Y así, poco a poco, la violencia sutil se había convertido en su segunda naturaleza. La distancia emocional, el desprecio velado, la indiferencia calculada… todo se había vuelto tan natural como respirar.
Sabes? Siempre he pensado que tu verdadero amor era Violeta -mi voz sonaba tranquila, casi resignada-. No importaba que hiciera, siempre encontrabas una manera de justificarla. La mirabas con ternura, con compasión… siempre estabas dispuesto a tenderle una mano.
Una sonrisa amarga se dibujó en mis labios mientras continuaba:
-Jamás dudaste de ella. Incluso cuando su corazón rebosaba de maldad, tú la aceptabas sin condiciones.
Ya fuera durante aquellos días nebulosos sin memoria o después, cuando los recuerdos regresaron como una avalancha implacable, siempre sentí que el verdadero amor de Simón era Violeta. La certeza de ese pensamiento me carcomía por dentro.
-¡No! -la fuerza en su voz me sobresaltó-, ¡No siento ningún amor romántico por Violeta! Crecimos juntos y… desde lo más profundo de mi ser, siempre la he visto como una hermana.
-La veo como familia, por eso confío en ella instintivamente -insistió Simón, su voz teñida de una desesperación que no Mograba ocultar.
-Pero Simón… -mis palabras salieron suaves, casi como un suspiro-. Tus acciones me dicen otra cosa. La manera en que la proteges, cómo confías en ella más que en nadie… Lo que siento de ti no es amor verdadero. Porque el amor real, el auténtico, no lastima. No importan las circunstancias.
El color abandonó su rostro mientras continuaba:
-Y tú… durante esos dos años, me lastimaste sin piedad.
El semblante de Simón se tornaba cada vez más pálido, como si cada palabra mía fuera una gota de veneno en sus venas. -Por favor, Simón… te lo suplico… déjame ir -mi voz se quebró en la última sílaba
Era una paradoja dolorosa: no podía apartarlo completamente de mi corazón. Verlo despertaba en mi una compasión inevitable, pero al mismo tiempo, un dolor tan profundo que me robaba el aliento. La angustia me desgarraba por dent como si mil agujas se clavaran en mi pecho.
Solo queria que me dejara marchar. Si pudiera desaparecer de mi vida, podría sumergirme en mi investigación, enterrar estos sentimientos en lo más profundo de mi ser.
Las lágrimas comenzaron a brillar en los ojos de Simón mientras me observaba suplicarie. Su más grande anhelo siempre había sido hacerme la persona más feliz del mundo, y ahora… ahora solo era la fuente de mi dolor más profundo.
No soportaba verme sufrir, pero tampoco sabía cómo liberarme. Deseaba mi felicidad con toda su alma, pero la idea de dejarme in lo paralizaba. Su propio sufrimiento se reflejaba en cada gesto contenido, en cada respiración entrecortada. El silencio entre nosotros se volvió tangible, pesado como plomo, aplastando nuestros corazones bajo su peso implacable. De pronto, un balón atravesó el espacio entre nosotros, rodando suavemente. Tras él, un pequeño de unos tres años, enfundado en un adorable traje de oso, se aproximaba con pasos tambaleantes. Su rostro delicado y sus grandes ojos negros, brillantes como aceitunas recién pulidas, irradiaban inocencia
a sonrisa involuntaria suavizó mis facciones. Los niños siempre han tenido ese efecto en mi, especialmente desde aquel
Capitulo B
la en que
perdí al mío. Por eso, cuando mi abuela insistia en que, aunque по tuviera pareja, debería considerar tener un hi yo siempre asentía. Esperaría el momento adecuado; incluso había contemplado la posibilidad de la inseminación artificial.
La expresión de Simón cambió sutilmente mientras observaba mi sonrisa, como si
una idea repentina
hubiera cruzado por
su mente.
d