Capítulo 367
Una sonrisa siniestra se dibujó en los labios de Carla mientras bajaba la mirada, ocultando sus verdaderas intenciones trag una máscara de sumisión. Sus dedos jugueteaban distraídamente con el borde de su blusa mientras su mente maquinaba el siguiente movimiento.
“¿Así que te crees muy valiente solo porque tienes el respaldo de Héctor? Ya veremos qué tanto aguantas cuando te enfrentes directamente a él…”
Carla apretó los labios, conteniendo una sonrisa despectiva. Después de todo, ella misma había seleccionado a esta pieza en su tablero, y las piezas no tenían permitido rebelarse contra quien movía los hilos.
La decisión de Héctor no se hizo esperar. Como el empresario resuelto que era, apenas terminó de escuchar la propuesta cuando ya estaba presionando el intercomunicador para llamar a su asistente.
-Que venga Simón inmediatamente a mi oficina.
La tensión en el aire se podía palpar cuando Simón cruzó el umbral de la elegante oficina. Al escuchar el plan, una risa amarga escapó de sus labios, mientras su mirada se tornaba dura como el granito.
¿De verdad me están pidiendo que tome las estupideces que ellas dos provocaron y se las cargue a mi esposa? ¿Y encima debo ser yo quien la crucifique en público? Papá, ¿qué concepto tienes de mí?
Las comisuras de sus labios se curvaron en un gesto de desprecio antes de añadir:
-¿Me tomas por idiota o por desalmado?
El rostro de Héctor se endureció mientras las arrugas de su frente se pronunciaban.
-Israel, cuida tu tono cuando me hables -su voz resonó con autoridad-. ¿Acaso no ves lo que está pasando allá afuera? La desconfianza crece, las acciones se desploman, las otras ramas de la familia están como buitres al acecho.
Simón mantuvo su postura desafiante.
-Lo veo perfectamente. Pero mi esposa no tiene la culpa de nada. ¿Por qué tendría que pagar ella los platos rotos? -sus ojos se clavaron en Carla y la señora Ayala con el filo de una acusación-. Si alguien debe asumir responsabilidades, ¿no deberían ser la distinguida matriarca y la joven señora de la casa?
La señora Ayala sintió que el aire abandonaba sus pulmones al encontrarse con esa mirada acusadora. Un temblor involuntario sacudió su cuerpo mientras la indignación se apoderaba de ella.
-Héctor, mira, mira cómo me trata esta bestia… Si Israel estuviera…
La voz cortante de Héctor atravesó el aire antes de que pudiera terminar:
-Israel está aquí mismo. Deja de una vez esas insinuaciones.
Su tono se volvió más severo mientras continuaba:
-Y si quieres que tu hijo te respete y te obedezca, primero aprende a comportarte como una verdadera madre.
El reproche implícito en sus palabras era claro: había abandonado a su segundo hijo desde la cuna y ahora que solo le quedaba uno, en lugar de intentar recuperar el tiempo perdido, fantaseaba con verlo muerto. ¿Con qué cara esperaba ser tratada como madre?
La humillación pública hizo que la señora Ayala temblara de rabia contenida. Sus uñas se clavaron en las palmas de sus manos mientras luchaba por mantener la compostura. Carla, percibiendo el peligro, se apresuró a sujetarla del brazo, enviándole una silenciosa súplica de calma.
Tras reprender a su esposa, Héctor giró su atención hacia Simón. Su voz destilaba años de autoridad incuestionable:
-Si todavía aspiras a ser el heredero de la familia Ayala, harás exactamente lo que te ordeno.
Décadas dirigiendo el imperio familiar lo habían moldeado en un hombre que anteponía los intereses del clan por encima de cualquier consideración individual. Las consecuencias personales eran irrelevantes mientras el problema se resolviera. No le importaba si Simón estaba de acuerdo o no; simplemente debía obedecer.
Una risa seca y sin humor brotó de los labios de Simón.
No pienso hacerlo. Y si eso significa que no puedo ser el heredero, que así sea.
15:03
capitola 86
Su permanencia en la familia Ayala, llevando la identidad de otro, tenía dos motivos: saldar la deuda de vida con Israel, astumiendo las responsabilidades que le correspondían a su hermano, y, más importante aún, proteger a su esposa. Si no era capaz de defenderla, no merecía seguir respirando, mucho menos ser él quien la lastimara.
El semblante de Héctor se ensombreció ante tal desafío.
-Israel, ¿estás consciente de lo que implican tus palabras?
Simón sostuvo aquella mirada autoritaria sin pestañear.
-Perfectamente consciente.
Era la primera vez en décadas que alguien osaba desafiar tan abiertamente a Héctor desde que asumió el liderazgo de la familia Ayala. Su rostro se endureció como el mármol, pero en el fondo de su ser, no pudo evitar una chispa de admiración por este, su segundo hijo. A pesar de haber crecido lejos del nido familiar, había desarrollado una entereza moral que superaba con creces a la de su primogénito, a quien había criado con tanto esmero.