Comfold 858
Capítulo 358
Ertemor se deslizó por mi espina dorsal como un escalofrio traicionero, Ver a Carla, aquella mujer que antes se erguía Como una diosa intocable en su pedestal de orgullo, ahora inclinándose con humildad ante quien consideraba insignificante, despertaba en mí una inquietud visceral. La metamorfosis era perturbadora: la depredadora se había transformado en cordero, pero sus colmillos seguían ahí, ocultos tras una sonrisa de arrepentimiento.
-Me enteré de que Angeles le faltó el respeto a la señorita Miranda cuando me lastimé -pronunció Carla con voz sedosa, dirigiendo una mirada significativa hacia su asistente. Aunque entiendo que fue por la preocupación que sentía por mí, su comportamiento fue inaceptable.
Su mirada se endureció imperceptiblemente.
-Ángeles, disculpate con la señorita Miranda. Ahora.
Los ojos de Ángeles se inundaron de lágrimas al instante. No lloraba por ella misma, sino por su señora. Ver a Carla, su adorada patrona cuya belleza rivalizaba con la de las estrellas, teniendo que humillarse ante alguien que consideraba tan inferior… El dolor se reflejaba en cada línea de su rostro.
Pero bastó una mirada furtiva a su señora para recordar el plan maestro: un momento de humildad a cambio de una victoria Caplastante. Sin dudarlo, Ángeles se inclinó profundamente.
-Perdóneme, señorita Miranda -su voz tembló con una sinceridad tan perfecta que resultaba escalofriante-. ¡Lo lamento muchísimo!
“Un depredador que ataca de frente puede ser esquivado“, pensé mientras observaba la escena, “pero aquel que acecha entre las sombras es verdaderamente letal“. La sensación de peligro inminente me erizó la piel.
Como si percibiera mi inquietud, Simón dio un paso al frente, interponiéndose entre Carla y yo. Su presencia era un muro protector, un recordatorio silencioso de que no estaba sola. Al mirarlo, una mezcla indescifrable de emociones burbujeó en mi pecho.
SOAP
De vuelta en la habitación del hospital, Ángeles se desmoronó. Las lágrimas rodaron por sus mejillas mientras abrazaba a Carla con desesperación.
-Mi señora, mi querida señora… -sollozó, aferrándose a ella como si temiera que se desvaneciera.
Carla, quien genuinamente apreciaba a su antigua nodriza, le dio suaves palmadas en la espalda.
-Tranquila -susurró con dulzura venenosa-. Este momento de humildad pasará, y después… después haremos que paguen el doble.
Una sonrisa maliciosa curvó sus labios.
-Además, no todo está perdido. Mira a Luz, ahora no es más que una rata de alcantarilla que todos desprecian. No necesitamos mover un dedo para hacer su vida miserable.
El recuerdo de mi video de disculpa, que me había convertido en la amante más odiada del país, le devolvió el brillo a sus ojos. Quizás había cometido un error al perder los estribos, pero en el gran esquema de las cosas, ella seguía siendo la vencedora absoluta. ¡Y así seguiría siendo!
Ángeles se contagió del optimismo de su señora, secándose las lágrimas con renovada esperanza.
Pero el destino tenía otros planes.
Justo cuando se disponía a contratar más troles para intensificar los ataques en mi contra, un video inesperado apareció en redes sociales.
Era una grabación de la fiesta de cumpleaños de la familia De la Torre. Una joven pareja había estado documentando sus momentos románticos cuando, accidentalmente, capturó mi altercado con Carla. El ángulo era perfecto, revelador: mostraba con claridad cristalina que yo jamás la había empujado. Se podía ver cómo intentaba retirar mi mano por reflejo, mientras Carla… Carla perdía el equilibrio de una manera que parecía casi calculada.
La aparición de este video dejó mudos a todos los que me habían estado difamando como la malvada amante que había provocado un aborto. Incluso yo me quedé atónita al verlo.
Mi abuela, siempre preocupada por mi reputación, había estado buscando desesperadamente pruebas de mi inocencia. Y ahora come por arte de magia, la evidencia más contundente aparecía por sí sola, expuesta ante los ojos del mundo
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Gapiteld 858
entero.
Sin embargo, tras la sorpresa inicial, mi mente comenzó a trabajar. No era tan ingenua como para creer en coincidencias. Esta revelación tan oportuna solo podía significar una cosa: alguien, entre las sombras, velaba por mí.
“¿Quién?“, me pregunté, mientras una sonrisa enigmática se dibujaba en mi rostro.