Capítulo 357
La tenue luz del atardecer se filtraba por los ventanales del hospital, proyectando sombras alargadas sobre el rostro demacrado de la señora Ayala mientras sus palabras resonaban en la habitación con un eco de derrota,
-Carla, nos metimos al lobo en la casa -su voz temblaba con una mezcla de incredulidad y amargura.
El silencio que siguió pesaba como plomo. Habían intentado manipular a Simón, convertirlo en su títere, sin imaginar que terminarían siendo ellas las marionetas en su juego maestro.
-Sí, mamá… -murmuró Carla, mientras un escalofrío le recorría la espalda.
“Qué ingenua fui“, pensó Carla, hundida en la cama del hospital. “Lo creí mi peón más valioso, la pieza perfecta para conquistar a los López y después tomar el control de los Ayala. Pero olvidé algo crucial: él también lleva nuestra sangre“.
La realidad la golpeaba con fuerza demoledora. Bastó la bendición de Héctor para que Simón pasara de ser un simple peón a convertirse en el rey del tablero. Lo que inicialmente la había atraído de él -su brillante instinto para los negocios- ahora se había convertido en el arma que la destruía.
“Siempre me jacté de mi inteligencia“, reflexionó con amargura. “Pero mi arrogancia me cegó. Subestimé a Simón, subestimé a Luz, me creí invencible en mi torre de marfil“.
La habitación del hospital parecía encogerse a su alrededor, como si las paredes fueran testigos mudos de su humillación. Después de hacer un gesto a los guardaespaldas para que se retiraran, la señora Ayala se acercó a la cama y tomó la mano de su hija entre las suyas. El contacto transmitía más que simple calidez; era una promesa silenciosa de venganza. -Carla, por ahora concéntrate en recuperarte -susurró con voz maternal pero cargada de determinación-. Olvídate de esos desgraciados.
-Cuando estés mejor, recuperaremos lo que nos pertenece.
-No podemos permitir que ese infeliz tome las riendas de la familia -sus dedos se crisparon alrededor de la mano de Carla-. Si ya se comporta así con solo tener el respaldo de tu padre, imaginate cuando sea el verdadero heredero. ¡Nos aplastará sin misericordia!
Carla respondió al apretón de su madre, mientras su mente divagaba en los errores cometidos.
-Lo sé, mamá.
“Todo fue mi culpa“, se lamentó en silencio. “Conservé a Simón a mi lado sabiendo que mi bebé tenía problemas, que no sería un heredero viable. Planeaba tener otro hijo con él antes de reclamar mi lugar como cabeza de los Ayala“.
El peso de sus decisiones la abrumaba. Su vida privilegiada la había dejado mal preparada para la adversidad; su fortaleza emocional era frágil como cristal. Bastaron unas cuantas palabras punzantes de Luz para hacerla perder los estribos, casi destruyendo años de planificación cuidadosa.
Un escalofrío la sacudió al recordar lo cerca que estuvo del desastre. Si Luz hubiera perdido el control, si sus golpes hubieran impactado directamente en su vientre en lugar de evitarlo… El pensamiento la paralizaba de terror.
“Me equivoqué terriblemente“, admitió para sí misma. “Esas personas no merecían tal riesgo. No volveré a cometer el mismo error“.
Como agua que se escurre entre los dedos, la determinación acerada, la dureza y el rencor fueron abandonando su mirada hasta que solo quedó una superficie en calma, tan lisa como un espejo de agua.
Cuando trasladaron a mi abuela de la UCI a una habitación regular, la puerta se abrió para dar paso a Carla, quien entró acompañada de Ángeles. Sus brazos cargaban una selección de regalos costosos, pero lo que más llamaba la atención era el cambio en su semblante.
Aquella superioridad que antes emanaba de ella como un perfume caro se había desvanecido por completo. Se acercó a mí con pasos medidos, la cabeza ligeramente inclinada en señal de humildad.
-Lo siento, señorita Miranda -su voz sonaba suave, casi quebradiza-. Mi debilidad emocional me traicionó. Sus palabras mé afectaron tanto que actué por impulso, sin medir las consecuencias. Mi arrebato provocó la enfermedad de su abuela.
Lo lamento profundamente.”
18:04
Sé que mis palabras no pueden borrar el daño causado, pero necesito que entienda cuánto me arrepiento.
29
Estoy dispuesta a ofrecer cualquier compensación o indemnización que usted considere justa.
Un escalofrío me recorrió la espalda mientras observaba sus ojos, ahora llenos de un arrepentimiento que parecía sincero. Nunca me había sentido intimidada cuando me miraba con desprecio, como si fuera menos que polvo bajo sus zapatos. Ni siquiera me asustaba cuando sus ojos prometían destrucción.
Pero esta nueva Carla, con su aparente sinceridad y remordimiento, me aterrorizaba hasta la médula.
Capitulo 857