Capítulo 356
La voz de Simón resonó en la habitación con la fuerza de un látigo. Sus palabras pesaban como plomo al recordar las horas de angustia que la abuela había pasado en emergencias, debatiéndose entre la vida y la muerte mientras su cuerpo frágil luchaba por sobrevivir. El contraste con la situación de Carla era demoledor.
-Mi esposa fue a revisarse y, ¿qué encontraron los médicos? Ni un solo rasguño -la amargura teñía cada sílaba-. En cambio, la abuela… ¿Tienes idea del sufrimiento que le causaste?
La tensión se espesaba en el aire como el humo de un incendio. Los dedos de Carla se retorcían sobre la tela de su vestido, incapaces de mantener la quietud.
“La abuela es el tesoro más preciado de Luz“, reflexionó Simón, mientras observaba el rostro descompuesto de Carla. “Mi esposa perdió el control, es cierto, pero aun en su momento de mayor furia tuvo la compasión de contenerse, consciente de tu pérdida. ¿Y tú? Tú orquestaste deliberadamente el sufrimiento de una anciana vulnerable.”
-No fui yo quien… -intentó defenderse Carla, su voz quebrándose como una rama seca.
-Ni se te ocurra negarlo -la interrumpió Simón con una autoridad que no admitía réplicas-. ¿O vas a decirme que viajaste desde Ciudad Central solo para regodearte en el dolor de mi esposa?
El silencio que siguió pesaba como una lápida. Los labios de Carla temblaban, incapaces de articular una respuesta
coherente.
-Deja de usar tu aborto como escudo, Carla -continuó Simón, su tono cargado de desprecio-. Tu desgracia es consecuencia directa de tus propias acciones. ¿Quién te mandó a conspirar estando en una condición tan delicada? La maldad tiene su precio.
La última advertencia de Simón cayó como un martillo sobre el yunque:
-Te sugiero que empieces a comportarte como es debido.
El rostro de la señora Ayala se contorsionó en una máscara de furia. Sus manos, temblorosas por la rabia, se aferraron a una jarra de la mesa cercana.
-¡Maldito desgraciado! -rugió, lanzando la jarra contra Simón con toda la fuerza que pudo reunir-. ¡Israel dio su vida por ti yasí le pagas! ¡Tratando a su esposa como basura!
La jarra silbó en el aire, pero Simón se apartó con un movimiento fluido, dejando que se estrellara contra la pared en una explosión de cristales.
-Mamá–pronunció la palabra con un desprecio apenas velado-, te sugiero que también controles tus arranques. No creo que quieras que papá cumpla su amenaza de internarte en un sanatorio.
La amenaza flotó en el aire como veneno. Todos sabían que Héctor, obsesionado con los negocios y las apariencias, llevaba tiempo considerando usar la enfermedad de su esposa como excusa para recluirla. El vínculo con su familia era tan frágil como una telaraña, especialmente con una esposa que consideraba más un estorbo que una compañera.
El color abandonó el rostro de la señora Ayala como agua escurriendo entre los dedos. Sus labios se movieron, pero las palabras murieron antes de nacer.
Simón giró sobre sus talones y se dirigió hacia la puerta sin mirar atrás. Detrás de él, el llanto desgarrador de la señora Ayala llenó la habitación mientras se derrumbaba en una silla.
-¡lsrael, hijo mío! -sus sollozos resonaban contra las paredes-. ¡Salvaste a un ingrato! No solo humilla a la esposa que tanto amabas… ¡también maltrata a tu propia madre! Mi niño… si estuvieras aquí, nadie se atrevería… nadie se atrevería a tratar así a tu madre…
Sus lamentos se mezclaban con el sonido de los pasos de Simón alejándose por el pasillo. Ni una sola vez volteó a mirar. “Las acusaciones de la señora Ayala y Carla sobre mi origen son mentiras“, pensó Simón mientras se alejaba. “Sus intentos bor convencerme de que fui intercambiado al nacer solo confirman la verdad: ella misma me abandonó, y ahora intenta ocultar su culpa tras una cortina de odio.”
La mano de Carla se cerró sobre la manta hasta que sus dedos dolieron. Observó la figura de Simón desaparecer por pasillo, y una verdad amarga cristalizó en su mente: la señora Ayala, a pesar de su evidente desprecio por Simón, inconscientemente esperaba de él la devoción de un hijo. Era una ironía cruel: exigía amor filial de alguien a quien nunca había mostrado el menor afecto maternal.
el
10.04
Capitola 856
Mientras contemplaba la espalda que se alejaba, el desprecio que Carla sentía por Simón se transformó en un odio visceral. Altora entendía por qué había sido tan sencillo apartarlo del camino en el pasado.
Mi instinto no se equivocaba“, pensó, una sonrisa amarga dibujándose en sus labios. “Siempre supe que no había bondad
en él.”
Capítulo 357