Capítulo 355
Las palabras de Simón atravesaron a Carla como un relámpago, dejándola paralizada. El color abandonó su rostro en un instante, como si toda su vitalidad hubiera sido drenada por aquella cruel verdad.
La lucidez regresó a su mente como una marea que arrastra los escombros de la tormenta. Sus pensamientos, antes nublados por la ira y el rencor, comenzaron a aclararse. ¿En qué momento había perdido el control de esa manera? Ella, que siempre había sido tan meticulosa, tan calculadora… ¿cómo unas simples palabras de Luz la habían hecho perder los estribos así?
El peso de su realidad cayó sobre ella como una losa. A pesar de su distinguido linaje materno, de su educación ‘privilegiada, ¿qué le quedaba ahora? Su hermano se había ido para siempre, y el control de su familia había pasado a
manos de su madrastra y sus hijos, relegándola a un papel insignificante, casi decorativo.
“Su posición en la familia Ayala también se tambaleaba peligrosamente. Si al menos hubiera podido darles un heredero… pero hasta eso le había sido arrebatado.”
El rostro de Carla se contrajo en una mueca de dolor. Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, incontenibles, mientras la verdad se abría paso en su mente como un veneno: era una viuda sin hijo, un peón prescindible en el tablero de dos Ayala.
La señora Ayala, testigo de su quebranto, agarró la taza que reposaba sobre la mesa y la arrojó contra Simón con furia contenida. Él se movió ágilmente hacia un lado, esquivando el proyectil.
-¿Te atreves a esquivar? -rugió la señora Ayala, sus ojos destellando con indignación.
-¿Y por qué no habría de hacerlo? -respondió Simón con una sonrisa sarcástica.
-Simón, no te confundas -espetó la señora Ayala-. No creas que por llevar la sangre Ayala en tus venas puedes pavonearte como si fueras el dueño de todo. ¿O ya olvidaste cómo sigues con vida?
La señora Ayala apretó los puños, su voz quebrándose por la emoción.
-¿Así le pagas a Israel? ¿Tratando así a su esposa? ¡Él dio su vida por ti!
“Mi precioso hijo… ¿por qué tuviste que ser tan noble? ¿Por qué tuviste que sacrificarte por este ingrato?”
La mención del sacrificio de Israel sumió a Simón en un silencio pensativo, pero la señora Ayala no había terminado.
-Y si dejamos de lado la deuda que tienes con Israel, ¿qué hay de esa mujer tuya? -continuó, su voz temblando de rabia- Agredir a alguien que acababa de perder un bebé… ¿y tú la defiendes? ¿Dónde está tu moral?
Las palabras de la señora Ayala provocaron que Carla sollozara con más fuerza.
-De cualquier forma, ella no debería… ella sabía que yo… que yo… -balbuceó Carla entre lágrimas. -¿Sabía qué exactamente? -interrumpió Simón con tono cortante-. ¿Que habías perdido un bebé? Carla guardó silencio, hundiéndose más en su miseria.
-Exactamente -intervino la señora Ayala-. Tu mujer la golpeó cuando estaba más vulnerable, cuando su cuerpo apenas se recuperaba. No solo es cruel, ¡es una criminal! -La señora Ayala dio un paso al frente-. Me da igual lo que digas, pero ella debe disculparse de rodillas con Carla, y después recibirá el mismo trato multiplicado por diez.
-ilmposible! -La voz de Simón resonó con firmeza en la habitación.
Sus ojos se clavaron en Carla como dos dagas.
-¿Dices que mi esposa es cruel por golpearte sabiendo tu condición? Entonces explícame, Carla, ¿qué eres tú? Sabías perfectamente que la salud de su abuela era frágil, y aun así permitiste que la alteraran hasta casi matarla. ¿No te convierte eso en algo mucho peor?