Capítulo 34
Hoy, mientras los médicos realizaban el chequeo, la nostalgia me invadió. No pude contener más la pregunta que me quemaba por dentro.
-¿Cómo está el profesor Luján?
La culpa me había impedido contactarlo directamente todos estos años. Cada vez que recordaba su mirada de decepción el día que abandoné mis estudios para seguir a Simón, algo se rompía dentro de mí. Solo me atrevía a mandarle mensajes en fechas festivas, ocultándome entre los saludos masivos como una cobarde.
Mi profesor había sido, después de mi abuela, la persona que más había creído en mí. Con su brillante trayectoria, ya no necesitaba supervisar estudiantes de posgrado, pero por mí hizo una excepción. Y yo… yo le pagué dándole la espalda a todo por cuidar de Simón durante su fase de emprendimiento. “Sufre de dolores de estómago“, me justificaba entonces, “necesita que alguien lo cuide“.
Las palabras del profesor resonaban ahora con dolorosa claridad en mi memoria. Su voz paciente intentando hacerme entrar en razón.
-Como hombre, entiendo cómo piensan -me había dicho-. Si realmente te amara, jamás permitiría que sacrificaras tu educación. Si lo permite, es porque no te valora lo suficiente.
Sus ojos se habían tornado sombríos.
-Dedicarte por completo a alguien que no te aprecia solo te dejará cicatrices profundas. Al final, no quedará nada.
No logro recordar qué le respondí entonces, ni siquiera los sentimientos que tenía por Simón. Quizás mi mente borró todo eso como mecanismo de defensa después de tanto dolor. Olvidar
ese amor fue la única manera de sobrevivir.
El tiempo le dio la razón al profesor; había visto mi futuro con claridad. Por eso su decepción fue tan profunda cuando insistí en abandonar todo por Simón. “Ya no quiero verte“, fueron sus últimas palabras.
Esa frase me había perseguido durante años, manteniéndome alejada. Pero lo extrañaba tanto… necesitaba saber de él. Por eso no pude evitar preguntarle a Fidel.
La noticia me cayó como un balde de agua fría: el profesor había estado hospitalizado por más
de una semana.
A pesar de su rechazo, necesitaba verlo, aunque fuera a escondidas. Así que planeé visitarlo hoy mismo junto con Fidel.
Sin embargo, cuando llegamos al hospital, nos informaron que ya le habían dado el alta. Por un lado me alegró saber que estaba mejor, pero la decepción de no poder verlo, ni siquiera de lejos, me pesaba en el pecho.
Desde que se retiró de la docencia, el profesor vivía prácticamente encerrado entre su
D
Capitulo 34
laboratorio y su casa en el complejo residencial de la academia. Ambos lugares requerían autorización previa para entrar. Verlo de cerca parecía una misión imposible.
Fidel notó mi desánimo y me dio una palmada suave en el hombro.
-No te preocupes. En unos días inventaré algún pretexto para que el profesor salga.
Mis ojos se iluminaron. ¡Claro! ¿Cómo no lo había pensado antes? Su discípulo más brillante sería mi puente perfecto.
-Te lo agradecería muchísimo, profesor Montes una sonrisa sincera se dibujó en mi rostro-. La próxima comida corre por mi cuenta.
Mi expresión se tornó seria.
-Y sobre haberme salvado la vida… cuenta conmigo para lo que sea. No importa qué tan difícil sea, ahí estaré.
No hay forma de pagar una deuda de vida. Haría cualquier cosa que me pidiera.
Fidel soltó una risa suave.
-Si vamos a ponernos así, ¿cómo podría yo pagarte el haberme recomendado en aquel entonces? Sin ti, el profesor Montes que conoces hoy no existiría.
Estaba a punto de responderle cuando un grito agudo cortó el aire.
-¡Luz!
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