Capítulo 324
Mi corazón latía con fuerza mientras observaba la escena desarrollarse frente a mí. La expresión de doña Ayala era una mezcla de pánico y furia contenida. Podía ver en sus ojos que lo único que la mantenía funcionando era la esperanza depositada en el bebé que Carla llevaba en su vientre. Su precioso nieto, la nueva generación de los Ayala.
Sus gritos agudos resonaron por toda la mansión.
-¡Que alguien venga! ¡Ayuda, por favor!
En ese instante, como si fuera una escena sacada de una telenovela barata, Simón abandonó su farsa. El supuesto inválido se levantó de un salto de la silla de ruedas y, en un movimiento fluido, levantó a Carla entre sus brazos. Lo vi correr hacia la salida con una urgencia que nunca le había visto mostrar por mí.
Los murmullos de asombro llenaron el salón. Las miradas de incredulidad iban y venían entre los invitados, todos contemplando el “milagro” que acababa de ocurrir. “¿No estaba
paralítico?“, “¿Cómo es posible?“, sus susurros se mezclaban creando un zumbido constante en mis oídos.
Doña Ayala, después de ordenar a su familia que siguieran a Simón, se giró hacia mí. El odio en sus ojos me heló la sangre.
-¡Desgraciada!
El impacto de su mano contra mi mejilla resonó en el silencio repentino del salón. El ardor se extendió por mi rostro como fuego líquido.
Sus ojos, inyectados en sangre, se clavaron en los míos.
-Si algo le pasa a mi nieto, ¡te juro que te mato! ¡Me vas a pagar cada lágrima que derrame mi nuera!
Podía ver el deseo de acabar conmigo allí mismo brillando en sus pupilas, pero la preocupación por su nieto era más fuerte. Con un gesto brusco de su mano, ordenó a sus guardaespaldas que me detuvieran y salió corriendo tras los demás.
Mi cabeza daba vueltas. El zumbido en mis oídos se intensificó después de la bofetada, y la confusión nublaba mis pensamientos. Los guardaespaldas de los Ayala se acercaban como depredadores acorralando a su presa, cuando la señora De la Torre se interpuso entre ellos y
- yo.
-La señorita Miranda es nuestra invitada de honor. Lo de hoy fue un accidente. Les pido, por favor, que no actúen precipitadamente.
Como si hubieran estado esperando una señal, los guardaespaldas de la familia De la Torre se materializaron a nuestro alrededor, formando una barrera protectora.
El jefe de seguridad de los Ayala entrecerró los ojos.
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Capitulo 324
-Señora De la Torre, ¿está consciente de que se está enfrentando a la familia Ayala?
Pude ver la duda y el conflicto en los ojos de la señora De la Torre, pero no se movió ni un centímetro.
-No es un enfrentamiento. Esto sucedió en nuestra casa, y es nuestro deber proteger a nuestros invitados. Llevaremos a la señorita Miranda al hospital para ver el estado de la joven señora Carla. Una vez que sepamos cómo está, podremos discutir lo demás.
El rostro del jefe de seguridad se ensombreció.
-Señora De la Torre, ella lastimó a nuestra joven señora. Debemos llevárnosla. Si insiste en impedirlo, nos veremos obligados a tomar medidas.
Observé las manos de la señora De la Torre tensarse a sus costados, peró su postura siguió siendo firme, protectora. No importaba si lo hacía por mi capacidad de ayudar a su hijo o por simple humanidad, su defensa inesperada me conmovió hasta lo más profundo.
“No puedo permitir que sufran las consecuencias de mis problemas“, pensé, dando un paso al frente, dispuesta a irme con la gente de los Ayala.
La señora De la Torre me sujetó del brazo.
-Señorita Miranda, sé que usted no es el tipo de persona que lastimaría a otros
intencionalmente. Confío en que la familia Ayala será razonable. ¡No tiene por qué irse con
ellos!
Las palabras quedaron suspendidas en el aire cuando un grupo de policías irrumpió en el salón.
-Recibimos una denuncia por agresión. ¿Quién es Luz Miranda?
Un escalofrío recorrió mi espalda. Normalmente, la presencia policial me tranquilizaba, pero esta vez solo intensificó el pánico que crecía en mi interior. A pesar de mi inocencia, las evidencias me señalaban como culpable.
“Si hubiera empujado a cualquier otra persona…“, el pensamiento me atormentaba. Pero Carla estaba embarazada. Si algo le pasaba al bebé, me enfrentaría a cargos por lesiones intencionales.
Las lágrimas amenazaban con brotar de mis ojos mientras la impotencia me consumía.
“¡Pero yo no hice nada!”
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