Capítulo 318
Con manos temblorosas, Simón extendió el girasol hacia mí. Sus ojos brillaban con una mezcla de esperanza y nerviosismo que me revolvió el estómago.
-Perdón si… si no te gustan. Es que vi en internet que antes te encantaban los girasoles.
Las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas antes de que pudiera contenerlas. No eran lágrimas de alegría – eran de rabia, de frustración. ¿Ahora se tomaba la molestia de investigar mis gustos en internet? ¿Después de años de ignorarme?
Me obligué a esbozar una sonrisa mientras tomaba la flor. El tallo se sentía áspero contra mi piel.
-Gracias, sí me gustan.
Simón se quedó observándome con esa mirada perdida que tanto me irritaba últimamente, como si fuera un cachorro abandonado tratando de entender por qué su dueño lo regañaba.
El nudo en mi garganta se apretó. No podía seguir permitiendo esta farsa.
-Pero
ya no me llames “amor“. Estamos divorciados, ¿recuerdas?
Su rostro se contrajo como si lo hubiera abofeteado. En un movimiento desesperado, me agarró la mano. Sus dedos se sentían fríos contra mi piel.
-Amor, he estado buscando información sobre nosotros pero no encuentro qué pasó. Si nos divorciamos… tuvo que ser mi culpa.
Su voz se quebró ligeramente. Una parte de mí quería consolarlo, pero me obligué a mantener la compostura. No caería de nuevo en su juego.
-Te juro que voy a cambiar. Haré todo lo que me pidas, iré a donde tú quieras. Por favor, dame otra oportunidad.
“Típico de Simón“, pensé con amargura. “Siempre rogando por otra oportunidad cuando ya es demasiado tarde“.
El peso de todos esos años de manipulación y desprecio me aplastaba el pecho. ¿Cómo podría perdonarlo cuando ni siquiera recordaba todo el daño que me había hecho?
-Concéntrate en recuperarte. Cuando tu pierna esté mejor, podemos hablar.
Su rostro se iluminó con renovada esperanza. Como un niño al que le prometen un dulce si se porta bien.
-¡Sí, lo haré!
Ninguno de los dos notó la figura que nos observaba desde el estudio. Carla, con los ojos entrecerrados, no perdía detalle de nuestras manos entrelazadas.
Qué importante hubiera sido cerrar esas cortinas.
Capítulo 318
Carla había crecido entre lujos y privilegios, rodeada de matrimonios por conveniencia. Para ella, el amor verdadero era un mito que vendían las películas románticas. En su mundo de estrellas y familias poderosas, las parejas eran alianzas estratégicas en el mejor de los casos se toleraban, en el peor vivían vidas completamente separadas.
–
Pero ahora, observando cómo Simón se aferraba a mi mano con desesperación, algo se agitó en su interior. ¿Era posible que existiera ese amor que tanto había despreciado?
Mientras otros matrimonios se desgarraban en divorcios amargos peleando por cada centavo, Simón, dueño de una fortuna multimillonaria, me lo había entregado todo sin dudar. Y no conforme con eso, insistía en seguir velando por mi bienestar económico.
Durante las sesiones de hipnosis, había sido relativamente fácil convencer a Simón de que era el heredero de la familia Ayala. Pero cuando intentaron implantarle recuerdos de un matrimonio con Carla, su mente se había resistido con una fuerza inesperada.
Aun en ese estado de vulnerabilidad extrema, su subconsciente se negaba a aceptar a cualquier esposa que no fuera yo. A pesar de haber caído en las manipulaciones de Violeta, su amor por mí permanecía intacto en lo más profundo de su ser.
Ese tipo de devoción incondicional…
Era más de lo que Carla podía soportar. Ella, heredera de un imperio, bendecida con belleza y fortuna, jamás había experimentado un amor así. ¿Cómo era posible que yo, siendo nadie, despreciada incluso por su propia familia, tuviera lo que a ella se le negaba?
Jimena, notando la sombra que oscurecía el rostro de su jefa, se acercó con cautela.
-No permita que esa insignificante le amargue el día, señorita. En cuanto el señor esté recuperado, me aseguraré de que ella no pueda acercársele nunca más.
Sus palabras destilaban veneno.
-Esa hierba mala no merece perturbar su tranquilidad.
Carla apartó la mirada con desprecio.
-Tengo mis propios planes. No hagas nada sin mi autorización.
Con un gesto casi inconsciente, sus manos acariciaron su vientre abultado. Una sonrisa enigmática se dibujó en sus labios.
Todo dependería de esa nueva vida que crecía dentro de ella.
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