Capítulo 30
El agua salió a borbotones de la boca de Luz mientras recuperaba la consciencia. Sus pulmones ardían con cada bocanada de aire, y el frío le calaba hasta los huesos.
Simón apretó la mandíbula, sus ojos oscurecidos por una mezcla de preocupación y furia
contenida.
-¿Qué demonios te pasa? ¿Ahora vas a poner tu vida en riesgo solo por berrinchuda?
Hubo un tiempo en que esas palabras habrían desatado en Luz una tormenta de gritos o la habrían hecho encogerse de miedo, buscando refugio en sus brazos. Pero ese tiempo había quedado enterrado bajo capas y capas de traición.
Sus ojos, ahora más gélidos que el agua que la había casi ahogado, se clavaron en él sin parpadear. No había rastro de la calidez que alguna vez lo había hecho sentir como el centro de su universo.
Un escalofrío involuntario recorrió la espalda de Simón. Sus brazos se movieron por instinto, buscando envolverla en un abrazo que disipara esa frialdad que lo aterraba. Pero Luz se escurrió de su alcance como agua entre los dedos.
Se giró hacia el hombre que la había salvado, ignorando completamente la presencia de su
esposo.
-¿Podría llevarme al hospital, por favor?
La incredulidad se dibujó en el rostro de Simón. ¿Cómo era posible que su esposa, la mujer que juraba amarlo más que a su vida, prefiriera la ayuda de un extraño? “¿En qué momento se volvió esta persona que no reconozco?“, se preguntaba mientras su mente trataba desesperadamente de encontrar una explicación.
Dio un paso decidido hacia ellos, dispuesto a apartar a ese intruso y tomar su lugar, cuando un sonido suave lo detuvo. Violeta se había desplomado como una flor marchita.
La duda cruzó por su rostro solo un instante. Violeta siempre había sido tan frágil… un simple resfriado la postraba en cama durante días. Y Luz… Luz siempre había sido fuerte como un roble. Seguramente estaría bien, a pesar de lo extraño de su comportamiento hoy.
-¡Te veo en el hospital en un rato! -gritó mientras corría hacia Violeta.
Una risa amarga escapó de los labios de Luz mientras lo veía alejarse con tanta urgencia hacia otra mujer. “¿Por qué?” se preguntó, odiando a su corazón por seguir albergando una diminuta
esperanza.
Simón no apareció hasta la mañana siguiente, cuando Luz ya estaba recogiendo sus cosas para marcharse.
-¿Ya te vas? ¿No sería mejor quedarte un poco más en observación?
02:21
Capítulo 30
Luz ni siquiera le dedicó una mirada. Si no fuera por el riesgo de que el agua fría hubiera afectado sus heridas previas, ni siquiera habría pisado el hospital.
El silencio lo hizo sentirse incómodo, obligándolo a justificarse.
-Es que Violeta tuvo mucha fiebre anoche, estaba delirando…
Luz continuó guardando sus pertenencias como si él fuera invisible. La frustración comenzó a burbujear en el interior de Simón.
-¡Por Dios, Luz! Violeta es tu hermana. ¿No puedes tener tantita consideración? Sabes que siempre ha sido delicada de salud, desde chiquita…
Antes de que pudiera terminar, Luz se giró con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.
-Profesor Montes, ya podemos irnos.
La furia deformó las facciones de Simón, que intentó sujetarla del brazo. Luz se apartó con un movimiento fluido, como si hubiera anticipado su reacción.
-¡Tu adorada hermanita Violeta sigue ardiendo en fiebre! ¡Ándale, vete con ella y déjame en
paz!
Simón respiró hondo, convencido de que eran solo celos.
-Luz, entiendo que estés molesta, pero no puedes irte así nomás con cualquier desconocido. Déjame llevarte a casa, por favor.
Una risa helada fue su respuesta.
-¡No! Y para tu información, no es cualquier desconocido. Es mi salvador. Si no fuera por él, ya estaría muerta y tú no estarías aquí fastidiando.
El rostro de Simón palideció al recordar lo cerca que había estado de perderla. Su expresión osciló entre el remordimiento y la gratitud mientras se dirigía al otro hombre.
-Profesor Montes, le agradezco que haya salvado a mi esposa. Simón está en deuda con usted. Si alguna vez necesita algo, lo que sea, no dude en buscarme.
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