Capítulo 299
El tiempo pareció detenerse en ese instante. No éramos solo Alejandro y yo quienes nos habíamos quedado paralizados; incluso Simón parecía sorprendido por sus propias palabras, como si hubieran escapado de sus labios sin su permiso.
Una sonrisa sarcástica se dibujó en el rostro de Alejandro mientras arqueaba una ceja.
-Parece que eso del hipnotismo es puro cuento -murmuró.
-Simón… -su nombre escapó de mis labios antes de que pudiera detenerlo, mientras mis pies. se movían instintivamente hacia él.
La mirada del hombre en la silla de ruedas se oscureció ante mi llamado, sus ojos volviéndose ausentes y remotos como un horizonte lejano. Ese gesto tan ajeno me hizo frenar en seco, como si hubiera chocado con una pared invisible.
Mi mente era un torbellino de emociones contradictorias. El descubrimiento reciente de que Simón podría estar vivo, seguido por aquella situación de vida o muerte, no me había dejado tiempo para procesar nada. Pero ahora, enfrentada a esos ojos tan desconocidos, sentía como si una aguja invisible atravesara mi corazón, provocando un dolor fino y persistente.
¿Cómo explicar lo que sentía? Mis emociones eran un laberinto del que ni yo misma podía encontrar la salida. Simón y yo nos habíamos enamorado siendo prácticamente unos niños, éramos el primer amor el uno del otro. Todo lo más puro y hermoso de mi vida había florecido a su lado. Ese amor se había entretejido en mis huesos, se había mezclado con mi sangre.
Cuando perdí la memoria y olvidé todo sobre él, el daño que me había causado solo me provocaba repulsión. En ese entonces, estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario para divorciarme. Pero ahora, con mis recuerdos de vuelta, las cosas eran diferentes. Ya no sentía ese amor ciego y absoluto de antes, esa sensación de que no podía respirar sin él.
Sin embargo, tampoco podía mantener esa frialdad despiadada de cuando lo había olvidado. Verlo despertaba inevitablemente los recuerdos de sus gestos de bondad, de cómo había estado dispuesto a sacrificar su vida para salvarme.
En medio de mi confusión, decidí enfocarme en lo inmediato: primero confirmar si realmente era Simón, después ocuparme de sanar su pierna. El resto podría esperar.
Me obligué a recuperar la compostura y di un paso adelante.
-Señor Ayala -mi voz sonó profesional, distante.
Pero por alguna razón que no alcanzaba a comprender, el cambio en mi forma de dirigirme a él no mejoró su expresión. Sus ojos seguían fijos en mi rostro, como si intentara descifrar algo escrito en él.
Di otro paso, manteniendo mi tono profesional.
-Señor Ayala, después de estudiar su historial médico, nuestro equipo ha determinado el mejor
plan de tratamiento -hice una pausa calculada-. ¿Cuándo le gustaría comenzar?
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Capítulo 299
El silencio pesaba como plomo entre nosotros.
-Dado que el nuevo plan requiere adaptarse constantemente a su condición física, considero importante ser yo quien lo trate–continué-. Espero que no rechace mi tratamiento solo por ser mujer.
Sus cejas se fruncieron ante mis palabras.
-¿Cuándo he rechazado tu tratamiento por ser mujer? -su voz sonaba áspera, casi ofendida.
Bajé la mirada, sintiendo el peso de la verdad. No había sido él, sino la gente de la familia Ayala quien había usado esa excusa para mantenerme alejada. Aunque seguía siendo un misterio cómo, después del incidente en alta mar, Simón había terminado con los Ayala. Y más intrigante aún: ¿dónde estaba Israel, el verdadero heredero?
En ese momento, estaba casi segura de que él era Simón. La actitud defensiva de la familia Ayala hacia mí era demasiado reveladora. Pero las sospechas, por más fundamentadas que estén, siguen siendo solo eso: sospechas. Necesitaba pruebas concretas.
-Cuando contacté con la familia Ayala, esa fue la explicación que me dieron -respondí con
cautela.
Su expresión se ensombreció aún más, las sombras acentuando los ángulos de su rostro.
-No he rechazado tu tratamiento por ser mujer.
-Entonces, ¿comenzamos ahora? -pregunté, con el corazón latiendo fuertemente contra mis costillas. Solo necesitaba ver su espalda para confirmar la verdad. Una simple marca bastaría para resolver el misterio.
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