Capítulo 294
La transmisión en vivo alcanzó cifras sin precedentes. Cientos de millones de espectadores contenían el aliento, sus ojos fijos en cada movimiento, cada palabra. El ambiente estaba cargado de expectación.
Recordé un viejo dicho que mi abuela solía repetir: en este mundo hay tres cosas que nadie puede arrebatarte: la comida que has comido, los sueños que guardas en tu corazón y el conocimiento que has adquirido. Una sonrisa se dibujó en mis labios mientras sopesaba esas palabras.
Mi mirada se posó en Oliver. Podría argumentar todo lo que quisiera que los resultados experimentales eran suyos simplemente porque conocía los datos. Pero hay una diferencia abismal entre memorizar números y entender el proceso. Es como cuando de estudiante copias la respuesta de un problema de matemáticas – puedes tener el resultado, pero sin entender el proceso, no significa nada.
Los asistentes a la cumbre no eran cualquier grupo de científicos – eran la élite, las mentes más brillantes del mundo. Entre ellos, había seleccionado cuidadosamente a las figuras más respetadas para que fungieran como jueces. El plan era simple pero efectivo: harían preguntas sobre el proceso experimental, y tanto Oliver como yo tendríamos que responder.
Oliver palideció visiblemente cuando anuncié la metodología. El sudor comenzó a perlar su frente mientras sus manos temblaban ligeramente.
-Yo… estoy herido… -balbuceó, su voz quebrándose mientras intentaba aferrarse a su última
excusa.
Mis dedos tamborilearon sobre la carpeta que contenía los certificados médicos de varios hospitales prestigiosos. Los extendí sobre la mesa con un movimiento fluido.
-Estos documentos demuestran que tu cerebro no sufrió daño alguno -declaré con voz firme.
La efectividad del método fue contundente. Mientras Oliver tropezaba con las respuestas más básicas, yo explicaba cada detalle del proceso con precisión quirúrgica. No había necesidad de más pruebas – la verdad era evidente para todos.
Oliver se derrumbó. Sus ojos se llenaron de una mezcla de rabia y desesperación mientras su compostura se hacía pedazos.
-¡¿Por qué?! ¡¿POR QUÉ?! -explotó, su voz quebrándose-. ¡¿Cómo es posible que después de cuatro años sin avances, tú, después de ser una simple ama de casa, regreses y lo logres así nada más?!
Sus palabras resonaron en el auditorio. El niño prodigio, el brillante científico que siempre había estado en la cima, no podía comprender cómo alguien que consideraba inferior había logrado lo que para él era imposible.
La verdad era simple, aunque él se negara a verla: sus acciones nacían de los celos más
profundos, de esa sensación corrosiva de que la vida era injusta. Pero el mundo nunca ha sido
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justo incluso él había nacido con privilegios que otros solo podían soñar. Siempre habrá alguien mejor, esa es una verdad universal que algunos se niegan a aceptar.
Esa noche, en la casa de la familia Ayala, el silencio fue interrumpido por el chirrido de una puerta abriéndose de golpe.
Simón intentó incorporarse al escuchar los pasos acercándose, pero su cuerpo no respondía. El pánico comenzó a crecer en su pecho mientras veía a Violeta entrar en la habitación, una almohada entre sus brazos y una sonrisa inquietante en su rostro.
-Israel -susurró ella con voz melosa-, mamá dice que es muy peligroso que te desmayes y nadie se entere. A partir de hoy dormiremos juntos.
Sin esperar respuesta, Violeta colocó su almohada junto a la de Simón y levantó las cobijas con naturalidad, como si aquella invasión fuera lo más normal del mundo.