Capítulo 291
La policía de Ciudad Central resultó ser más eficiente de lo que esperaba. En cuestión de días, toda la verdad salió a la luz, derribando una por una las mentiras que Lydia había tejido con
tanto esmero.
Aquella noche que ella describió con lujo de detalle, donde supuestamente Simón, ebrio y desinhibido, quería “compartir su amor” con ella, no fue más que otra de sus elaboradas fantasías. La realidad distaba mucho de su versión de los hechos.
Me froté las sienes mientras releía el informe policial. No, nunca hubo una reunión de negocios con un cliente donde yo, despiadadamente, me llevé a Simón dejándola a merced de un depredador. La verdad era mucho más sencilla y, a la vez, más retorcida: para cuando ocurrió ese incidente, Simón ya la había despedido.
“Qué irónico“, pensé, dejando escapar una risa amarga. Lydia, desesperada por no poder contactar a Simón, recurrió a manipular a un cliente que había conocido durante su breve paso por la empresa. Su plan era simple: usar al cliente para organizar una cena, emborrachar a Simón y aprovechar su estado de embriaguez. Lo que no contaba era que el cliente tenía sus propias intenciones oscuras.
Mientras el cliente ayudaba a ejecutar el plan llevando a Simón al lugar acordado, no dejaba de servir copa tras copa, no solo a Simón, sino también a Lydia. Simón, más sobrio de lo que aparentaba, notó las intenciones del cliente. Viendo cómo insistía en mantener las copas llenas, especialmente las de Lydia, comprendió el verdadero objetivo: no era ser cómplice de Lydia, sino aprovecharse de ella.
Mi mirada se perdió en la ventana mientras recordaba esa noche. Cuando llegué a recoger a Simón, lo encontré tambaleándose en la entrada del restaurante. Ni siquiera vi a Lydia. ¿Cómo podría haber abandonado a alguien que ni siquiera sabía que estaba allí?
La comprensión brilló en los ojos de Fidel cuando le mostré el informe. No parecía sorprendido. Después de todo, no solo me conocía por estos dos años de convivencia, sino desde aquella noche crucial cuando lo convencí de bajar del tejado y lo presenté con mi mentor. Él sabía, en lo profundo de su ser, que yo no era el tipo de persona que permitiría que alguien sufriera tal daño intencionalmente.
Sin embargo, su hermana se aferraba a su versión distorsionada de los hechos. Se había obsesionado tanto con su sed de venganza que ni las súplicas de Fidel ni las sesiones con psicólogos lograban hacerla entrar en razón. Llegó al extremo de amenazar con quitarse la vida frente a su hermano si no la ayudaba a vengarse.
Sus manipulaciones eventualmente surtieron efecto. Fidel comenzó a convencerse de que, de alguna manera, el daño que sufrió su hermana tenía que ver conmigo y con Simón. Aunque no la hubiera abandonado intencionalmente, el simple hecho de llevarme a Simón y “dejarla” sola con un cliente masculino mientras estaba ebria era, en su mente, un error imperdonable.
Fidel apretó los puños sobre sus rodillas, evitando mi mirada. Sus ojos, normalmente claros y cálidos, ahora estaban nublados por el remordimiento.
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-Lo siento tanto, Luz -susurró con voz quebrada.
Lo observé en silencio, las palabras atoradas en mi garganta. ¿Qué podía decir? Él siempre creyó que, aunque no fuera intencional, yo tenía parte de culpa. Jamás se imaginó que la realidad era que ni siquiera había visto a su hermana esa noche. Que fui injustamente acusada y condenada sin pruebas.
Me suplicó que perdonara a su hermana, que no presentara cargos contra ella. Me explicó, con voz temblorosa, que ella no podía soportar su dolor y necesitaba encontrar algo, alguien a quien odiar para seguir viviendo. Por eso había actuado así.
-Por favor, Luz–sus ojos suplicantes buscaron los míos-. Por lo miserable que es su vida… perdónala esta vez.
No respondí. Sí, su hermana era digna de lástima. Había sufrido un daño terrible. Pero esa lástima, ese daño, no podían ser justificación para lastimarme. Su miseria, su trauma, no fueron causados por mí. No tenía por qué cargar con las consecuencias de sus calumnias y su venganza mal dirigida.
Publiqué los resultados de la investigación policial en línea, exponiendo mi completa inocencia y cómo fui víctima de una venganza equivocada desde el principio. La policía, reconociendo la gravedad del caso, emitió inmediatamente un comunicado oficial respaldando mi versión. Dejaron claro que todas las acusaciones eran falsas: nunca me acosté con nadie, no era una seductora académica, y los resultados experimentales fueron fruto de mi trabajo y liderazgo.
Pero, como Fidel había predicho, a estas alturas la verdad parecía irrelevante. La gente se negaba a creer, o siquiera considerar, los hechos. En sus mentes, erá solo otra aspiracionista usando su influencia para manipular a la policía y encontrar un chivo expiatorio.
Una sonrisa amarga se dibujó en mis labios mientras observaba las reacciones en línea. La revelación de la verdad, lejos de calmar las aguas, solo había avivado las llamas de la indignación pública.
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