Capítulo 27
La convicción en su voz era tal que por un momento casi me hizo dudar. Sus palabras resonaban con una seguridad que podría haber engañado hasta al más escéptico. Un escalofrío me recorrió la espalda al recordar cuántas veces había caído en este mismo juego: el golpe seguido de la caricia, la crueldad disfrazada de preocupación.
“Así era como me mantenía atada“, pensé con amarga claridad. “Primero el castigo, luego el premio, como si fuera un animal que necesitara ser domesticado.”
Pero esos días habían quedado atrás. La Luz que se dejaba manipular con migajas de afecto había muerto.
Un silencio sepulcral cayó sobre la sala. Los invitados intercambiaban miradas incómodas, atrapados entre la versión que conocían, la del esposo que menospreciaba abiertamente a su mujer mientras idealizaba a su “amor verdadero“, y esta nueva narrativa que Simón intentaba imponer. Sus intentos por ayudarlo ahora se volvían contra ellos, manchados por sus amenazas apenas veladas.
La confusión era palpable en el ambiente, como una niebla densa que nadie se atrevía a disipar.
El rostro de Violeta se transformó por un instante. La máscara de dulzura se agrietó, dejando entrever una oscuridad tan profunda que helaría la sangre. Fue solo un parpadeo, pero suficiente para confirmar lo que siempre había sabido: la verdadera Violeta era un pozo de
veneno.
Con la velocidad de una serpiente cambiando de piel, su expresión volvió a ser la de siempre: dulce, inocente, preocupada.
-Hermanita -su voz destilaba miel falsa mientras sus ojos brillaban con malicia contenida-, ¿ahora sí me crees que entre Simón y yo no hay nada?
Sus labios se curvaron en una sonrisa condescendiente.
-De verdad que te preocupas demasiado por todo.
El mensaje era claro: yo era la loca paranoica, la esposa celosa que veía amenazas donde no las había. Pero ya no era la misma Luz que se quebraba ante sus manipulaciones.
Una sonrisa se dibujó en mis labios.
-¿Que me preocupo demasiado? Qué curioso -mi voz se mantuvo serena mientras desenvainaba mis propias armas. ¿Me explicas entonces por qué en nuestro aniversario de boda le rogaste a mi esposo que te acompañara a ver la aurora boreal? ¿O por qué en mi cumpleaños necesitabas que fuera contigo a Tokio a ver los cerezos? ¿Y qué me dices de San Valentín, cuando “casualmente” necesitabas que te mandara rosas y un anillo de diamantes?
Los murmullos comenzaron a elevarse entre los invitados.
-Lo mejor de todo es que siempre te asegurabas de mandarme fotos de esos momentos tap
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“inocentes” -continué, saboreando cada palabra-. Pregúntales a las señoras aquí presentes si eso les parece normal. Te aseguro que cualquiera en mi lugar “pensaría demasiado“.
Me enderecé, mi voz ganando fuerza.
-Los malentendidos no se aclaran solo con palabras bonitas, sino con acciones. Cruzar todos los límites y luego culparme por malinterpretar… eso dice mucho de ti.
Antes, cuando mi amor por Simón me cegaba, estas memorias eran puñales que me desgarraban por dentro. Ahora se habían convertido en mi látigo, en el arma perfecta para exponer su hipocresía.
Las damas presentes intercambiaron miradas de indignación. El murmullo creció: ¿qué clase de “hermana” hace esas cosas? ¿Qué familia respetable permitiría tal comportamiento entre “hermanos“?
La perfecta máscara de Violeta comenzó a resquebrajarse. Bajó la mirada mientras lágrimas calculadas asomaban a sus ojos.
Simón, incapaz de ver sufrir a su adorada Violeta, frunció el ceño. La vena en su sien palpitaba, señal inequívoca de su irritación.
-Ya basta, Luz -su voz cortó el aire como un–látigo helado-. Te lo he explicado mil veces. Todo eso fue por trabajo, ella es mi secretaria: Lo sabes perfectamente.
Una risa suave escapó de mis labios mientras un mensaje silencioso llegaba a mi yo del pasado: “Mira bien. Cuando alguien realmente te ama, no permite que te humillen ni que seas el hazmerreír de todos. Él te dejó sufrir sin mover un dedo. ¿Eso es amor?”
Mi risa pareció inquietar a Simón más que cualquier reproche. Antes de que pudiera decir más, mis padres, siempre listos para defender a su tesoro, intervinieron.
—¡Úrsula! —la voz de mi padre tronó con indignación-. ¿Cómo te atreves? ¡Es el cumpleaños de tu abuela! ¿Quieres avergonzarla frente a todos?
Las palabras apenas habían abandonado sus labios cuando mi abuela lo interrumpió:
-¿Vergüenza? -su voz resonó con autoridad-. Al contrario. Este es el mejor regalo de cumpleaños que podría recibir.
Sus ojos brillaron con orgullo mientras me miraba. Por fin su nieta favorita mostraba su verdadera fuerza, negándose a cargar con una reputación manchada mientras los verdaderos culpables se escudaban tras máscaras de virtud.
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