Capítulo 268
El suave balanceo del barco me confirmó lo que ya temía: habíamos llegado a aguas. internacionales. Mi cabeza aún daba vueltas por los efectos del sedante mientras intentaba procesar mi situación. Lo peor no era estar atada, sino reconocer a mi captor.
Renzo Laborde. El mismo inversionista que había estado acosando nuestro laboratorio durante meses. Desde el primer momento que lo vi, algo en su mirada depredadora me había puesto en alerta. No importó cuántas veces intentó convencernos con sus millonarias ofertas de
inversión; mi instinto me decía que mantuviera distancia.
Sus pasos resonaron contra la madera pulida mientras se acercaba. Una sonrisa torcida deformaba sus facciones.
-Señorita Miranda, debo admitir que es usted brillante: Crear un milagro en solo un año… pero desperdiciar semejante tecnología en personas paralíticas, eso sí que es un crimen.
Mi mandíbula se tensó. La forma en que dijo “personas paralíticas” me revolvió el estómago.
Se inclinó hacia mí, su aliento mentolado me provocó náuseas.
-¿Por qué no trabajamos juntos? Podríamos hacer una fortuna.
“Así que tenía razón desde el principio“, pensé mientras lo observaba pavonearse por la habitación. No era más que otro criminal con traje caro.
Me explicó su “propuesta“: querían que modificara mi tecnología para crear un chip capaz de controlar el sistema nervioso central. Un dispositivo que les permitiría manipular personas para sus operaciones criminales.
-¡Ni loca! -las palabras salieron disparadas de mi boca antes de poder contenerlas.
No solo era técnicamente imposible, sino que jamás participaría en algo así. La sola idea me provocaba repulsión.
Su rostro se endureció, la falsa cordialidad evaporándose como agua en el desierto.
-No sea tan precipitada, señorita Miranda. También trajimos a su maestro con nosotros. Sería una lástima que le pasara algo malo por su… terquedad.
Sentí que la sangre se me helaba en las venas. Mi visión se nubló por un instante mientras el pánico amenazaba con apoderarse de mí. “Respira, Luz, respira. No puedes perder el control ahora“, me repetí mentalmente.
La noche se arrastraba con una lentitud insoportable. Di vueltas en la cama, repasando obsesivamente cada detalle del día, buscando el error que nos había traído hasta aquí. Mi mente no dejaba de imaginar formas de escape, cada una más improbable que la anterior.
El suave clic de la puerta me puso en alerta instantánea. Mi cuerpo se tensó como un resorte mientras escuchaba pasos sigilosos acercándose. La oscuridad era casi completa, pero los
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Capítulo 268
entrenamientos de defensa personal de los últimos seis meses habían agudizado mis
sentidos.
Las placas de acero en mi cuerpo, insertadas durante mi última cirugía, me daban una ventaja que mi visitante nocturno no esperaba. Ya no era la muñequita frágil que todos creían poder manipular.
Cuando la figura se acercó lo suficiente, lancé una patada precisa y contundente. Para mi sorpresa, unas manos fuertes atraparon mi pierna en el aire.
-Tranquila, Luz, soy yo.
Mi corazón dio un vuelco al reconocer esa voz. Alcé la mirada y me encontré con los ojos almendrados de Simón, brillando en la penumbra. Estaba por hablar cuando él se llevó un dedo a los labios, indicándome silencio.
Pasos pesados resonaron en el pasillo. Contuve la respiración hasta que se alejaron.
Simón liberó mi pierna y me tendió un abrigo.
-Ponte esto. Vamos a sacarte de aquí.
-Pero el profesor… -las palabras se atoraron en mi garganta.
-Ya hay alguien rescatándolo. No te preocupes.
A pesar de las mil preguntas que me quemaban la lengua, me mantuve en silencio mientras lo seguía por los pasillos del crucero. Sabía que estábamos en desventaja: el barco estaba repleto de criminales y, en aguas internacionales, no podíamos esperar ayuda de la policía.
Mientras nos deslizábamos como sombras hacia la cubierta, Simón me explicó en susurros que tendríamos que saltar al mar y nadar hasta una lancha rápida. Mi preocupación por el profesor debió notarse en mi rostro, porque añadió que el rescatista era un nadador experto.
Lo miré de reojo, sorprendida por la calma y determinación que emanaba. Por un momento, un destello de la seguridad que solía sentir a su lado me golpeó con fuerza, dejándome
confundida y vulnerable.
Acabábamos de alcanzar la cubierta cuando el aire se rasgó con el aullido estridente de una
alarma.
Mi corazón se detuvo por un segundo.
Nos habían descubierto.
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