Capítulo 256
Estaba a punto de decirle que no a Rafael – las subastas nunca me habían llamado la atención – cuando algo en la lista que sostenía entre sus manos captó mi atención. Mis ojos se entornaron mientras escaneaba el documento, sintiendo que mi corazón se aceleraba con cada línea que leía.
Volví a revisar una y otra vez, asegurándome de que no era un error, de que realmente estaba ahí lo que tanto tiempo había estado buscando. Sin decir palabra, me levanté de un salto y me dirigí a mi habitación para cambiarme.
La sonrisa que se dibujó en el rostro de Rafael al ver mi reacción me hizo pensar que quizás él ya sabía lo que encontraría en esa lista. También se fue a cambiar, aunque con una lentitud exasperante. “Estos muchachitos de ahora y su obsesión por verse bien“, pensé mientras sacaba mi celular para distraerme en lo que él terminaba.
Cuando por fin apareció, tuve que admitir que la espera había valido la pena. Se veía tan elegante que me costó reconocer en él al niño que solía perseguirme por toda la casa. El traje oscuro y perfectamente ajustado, junto con su cabello peinado hacia atrás con gel, le daban un aire de empresario joven que me provocó una mezcla de orgullo y nostalgia.
Al llegar a la subasta, el evento estaba por comenzar. Me giré hacia Rafael, pensando que quizás él también tenía algo específico en mente.
-¿Qué te interesa comprar? Lo que sea, yo te lo regalo le ofrecí con una sonrisa.
No podía evitar sentir cierta culpa. Gabi siempre me pedía que cuidara de nuestro hermanito, pero la realidad era que él terminaba cuidando más de mí. Esta era mi oportunidad de
retribuirle un poco.
Rafael se quedó en silencio, con una expresión que no supe interpretar. Por un momento, me pareció ver frustración en sus ojos, como si el papel de hermano menor le quedara cada vez
más incómodo.
Poco después de que comenzara la subasta, su celular sonó. Se disculpó con un gesto y se alejó para contestar, justo cuando anunciaban el artículo que me había traído hasta aquí: un par de pulseras de águila y fénix.
El presentador comenzó a describir las piezas: jarrones de la más alta calidad, más de trescientos años de antigüedad, valor patrimonial incalculable. Pero yo sabía más que eso. Sabía exactamente que tenían trescientos treinta y tres años, porque esas pulseras habían pertenecido a mi familia, los Miranda, por generaciones.
Un nudo se formó en mi garganta mientras los recuerdos me golpeaban. Cada pareja de líderes familiares las había portado con orgullo… hasta que llegó el turno de mis abuelos. Cuando la desgracia golpeó a nuestra familia y mi abuelo enfermó, mi abuela se vio obligada a empeñarlas para pagar los tratamientos.
Mi corazón se encogió al recordar cómo mi abuelo, en su orgullo, había preferido rechazar las
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medicinas antes que permitir que mi abuela intentara recuperar las pulseras. Pero ella lo intentó de todas formas, solo para descubrir que la casa de empeños había cerrado sin dejar
rastro.
La pérdida de las pulseras fue el golpe final para mi abuelo, quien ya se sentía un fracaso por no haber podido mantener el patrimonio familiar. La combinación de su enfermedad y la depresión se lo llevó rápidamente.
Mi abuela nunca se perdonó. Hasta el día de hoy, vive con la culpa de haber vendido las pulseras, convencida de que esa decisión aceleró la muerte de mi abuelo. Su mayor pesar siempre ha sido no haber podido recuperarlas.
Durante años, yo también las había estado buscando sin éxito. ¿Quién iba a imaginar que las encontraría aquí, en esta subasta?
La calidad excepcional del jade y la maestría del tallado habían atraído a muchos compradores. Logré mantener la delantera hasta llegar a cinco millones de pesos. El silencio que siguió me hizo pensar que había ganado, pero entonces…
-¡Diez millones de pesos! -resonó una voz en la sala.
Mi cabeza giró instintivamente hacia la fuente de aquella oferta. Cuando vi quién era, sentí que el aire abandonaba mis pulmones.
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