Capítulo 251
El sueño me había dejado tan perturbada que decidí cancelar mi plan con el chavo guapo. El miedo a recuperar mis recuerdos me atenazaba el estómago cada vez que lo pensaba. “Mejor me enfoco en pasar tiempo con mi abuela“, me dije a mí misma, intentando calmar mis
nervios.
Por suerte, encontré algunos pendientes urgentes en la empresa que requerían atención inmediata. La excusa perfecta para mandar a Simón de regreso. No soportaba ni compartir el mismo aire que él – cada vez que lo veía en los pasillos del hotel, sentía que me faltaba el aliento. El terror de volver a ser esa idiota enamorada que justificaba todo me consumía.
Simón me estudió con esa mirada calculadora suya. Rafael no estaba, y los asuntos de la empresa eran lo suficientemente graves como para justificar su partida. Me lanzó una última mirada penetrante antes de marcharse, como si quisiera grabar mi imagen en su memoria.
Cuando por fin se fue, sentí que me quitaba un peso de encima. Era como si pudiera respirar de nuevo, como si el aire fuera más ligero.
Gabi tenía un mes de vacaciones, y habíamos planeado quedarnos aquí poco más de dos semanas. “Si no vuelvo a tener esos sueños raros y no hay señales de que esté recuperando la memoria antes de irnos“, me prometí a mí misma, “voy a seguir con mi plan original“. Necesitaba cerrar cualquier posibilidad de reconciliación con Simón.
Mientras tanto, seguí platicando casualmente con el chavo guapo del bar. De vez en cuando compartíamos una copa y charlábamos de nada en particular.
Mi abuela, a pesar de su edad, era toda una loquilla. Le fascinaba ir a la playa a contemplar a los güeros de ojos azules y cuerpo atlético. Su entusiasmo era contagioso, así que Gabi y yo terminábamos acompañándola en sus “expediciones de cacería“, como ella las llamaba.
Al principio, estar rodeada de tanto abdomen marcado y bronceado era emocionante, pero después de un rato, hasta eso se volvía monótono. Me había desvelado analizando datos del laboratorio, así que me desparramé en una silla de playa, más interesada en dormir que en el desfile de músculos frente a mí.
Estaba a punto de quedarme dormida cuando un estruendo ensordecedor sacudió el cielo. El ruido me hizo dar un brinco en la silla. Todos en la playa alzamos la vista instintivamente.
Una flotilla de helicópteros descendía hacia el hotel. No era raro ver helicópteros – era la única forma de llegar a la isla – pero ver casi cien de golpe… eso sí era inusual.
Gabi, que no puede vivir sin su dosis diaria de chisme, salió disparada a investigar. En el trabajo apenas podía platicar, así que en vacaciones se desquitaba: en solo unos días ya se había hecho amiga hasta del jardinero.
Regresó casi brincando de la emoción.
-¡No vas a creer esto! -sus ojos brillaban con ese destello que le daba cuando tenía un
chisme jugoso-. Dicen que una de las chicas de la limpieza salvó a un pez gordo, alguien
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Capitulo 251
súper importante. Ahora que ya se recuperó, se la va a llevar con él.
Le dio un sorbo a su bebida antes de continuar.
-Todo mundo en el hotel anda diciendo que la muchacha se va a volver famosísima.
Una sonrisa soñadora se dibujo en su rostro.
-¿No es increíble? ¡Como sacado de una de mis novelas!
No pude evitar sonreír. Gabi era adicta a las novelas románticas – su escape perfecto del estrés del trabajo.
De pronto, su expresión cambió y me miró con los ojos muy abiertos.
-Oye, ¿te acuerdas cuando te aventaste al mar el otro día para salvar a alguien? -soltó una risita-. Es chistoso, ¿no? Las dos salvamos a alguien, pero las historias de novela solo le
pasan a otros.
Solté una carcajada suave.
-Ay, Gabi, es que la mayoría de los que salvan a alguien no se encuentran con un millonario ni un príncipe azul -me encogí de hombros. ¿Cuántos rescates hemos visto estos días nomás aquí en la playa? No todos pueden tener tanta suerte.
Era cierto – los accidentes en la playa eran el pan de cada día. En el poco tiempo que llevábamos aquí, habíamos visto varios. Por eso ni se me pasó por la cabeza relacionar al “pez gordo” que mencionaba Gabi con la persona que yo había ayudado días atrás.
“Si tan solo supiera“, pensé, recordando al hombre que había salvado. Pero preferí guardar silencio – algunas historias es mejor dejarlas sin contar.
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