Capítulo 229
La rabia le quemaba la garganta mientras recordaba. Simón siempre había estado convencido de que mis heridas eran una actuación, un teatro montado para llamar la atención. ¿Por qué? Porque Carlos y sus padres, esas personas que deberían haberme protegido, habían insistido en que estaba perfectamente bien.
Pero lo que más me revolvía el estómago era saber que él había creído que todo el secuestro había sido una farsa, ¡un ardid desesperado para competir contra Violeta por su atención! Una mueca de desprecio se dibujó en mi rostro al recordarlo.
Por eso, cuando los secuestradores le dieron a elegir entre las dos, Simón ni siquiera pestañeó antes de escoger a Violeta. El recuerdo me provocó un sabor amargo en la boca.
Después de mi caída por el acantilado, él seguía aferrado a su teoría absurda. En su mente retorcida, todo había sido un acto elaborado. Mis huesos rotos, mi sangre derramada, todo era parte de un espectáculo en su opinión.
La mandíbula se me tensó al rememorar aquella visita al hospital. Simón había ido con la única intención de obligarme a disculparse con Violeta. Al verla postrada en la cama, cubierta de vendajes y conectada a máquinas, aún creía que estaba fingiendo. En su retorcida lógica, incluso si las heridas eran reales, me las merecía por haber orquestado semejante “teatro“.
Una risa amarga escapó de mis labios. “¿Quién me mandaba hacer algo así?“, me pregunté, imitando el tono condescendiente que él siempre usaba.
Mis ojos se entrecerraron al recordar el momento en que Simón finalmente comprendió que el secuestro había sido real. La culpa lo había consumido tanto que deseaba no haber nacido. Pero ni siquiera entonces su mente pudo concebir que Violeta fuera la autora intelectual.
La vena en su sien palpitaba. En el fondo, él se negaba a creer que su dulce Violeta fuera capaz de tanta crueldad. Era más fácil seguir engañándose, convencerse de que había algún malentendido.
Pero ni siquiera se molestó en investigar. Después de todo, la policía no vendría con las manos vacías.
…
El ambiente en la habitación del hospital se congeló cuando Simón clavó su mirada en Violeta. Sus ojos, normalmente cálidos cuando la miraban, ahora cortaban como navajas.
Un temblor involuntario recorrió el cuerpo de Violeta. Sus labios se separaron, lista para negar todo, pero al encontrarse con esa mirada penetrante que parecía desnudar su alma, supo que ninguna mentira la salvaría esta vez.
Sin embargo, el instinto de supervivencia era más fuerte. Las lágrimas comenzaron a brotar mientras sacudía la cabeza frenéticamente.
-¡No fui yo! ¡Soy inocente! ¡También fui una víctima! -su voz se quebró en un sollozo-. Simón,
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tú estuviste ahí, lo viste todo… ¡También pusieron un cuchillo en mi garganta!
Pero no importaba cuánto lo negara. En el instante en que sus miradas se cruzaron, ese destello de pánico en sus ojos la había delatado. Simón por fin veía la verdad.
La culpa lo golpeó como una avalancha. Sus hombros se hundieron bajo el peso de años de autoengaño. Siempre se había considerado un hombre astuto, tal vez no el más brillante, pero lo suficientemente inteligente para no ser engañado.
Sus puños se cerraron con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos. Ahora se sentía como el más ingenuo de los tontos. Ni mil muertes serían suficiente castigo por su estupidez.
Cuando los oficiales de policía se acercaron a Violeta, ella se aferró al brazo de Simón como si
fuera su tabla de salvación en medio de una tormenta.
-Simón… -sus dedos se clavaron en la tela de su camisa-. Te juro que yo no hice nada. No me abandones, por favor… ¿Ya olvidaste la promesa que le hiciste a mi mamá en su lecho de muerte? ¡Le juraste que me cuidarías siempre!
La mención de su madre era el as bajo la manga de Violeta. Siempre funcionaba. El recordatorio de que sus padres biológicos habían muerto por su culpa bastaba para que Simón se ablandara y la perdonara.
Podía perdonarle cualquier cosa, incluso que lo tratara como a un idiota. Seguiría protegiéndola como siempre lo había hecho.
Pero esta vez…
Las imágenes de su esposa destrozada después de la caída, el recuerdo de lo cerca que estuvo de perderla para siempre…
No. Esta vez no podía ceder.
Las súplicas de Violeta se volvieron más desesperadas. Las lágrimas le corrían por las mejillas mientras invocaba una y otra vez el nombre de su madre.
Simón despegó los dedos de Violeta de su brazo, uno por uno.
Sus ojos estaban nublados cuando habló:
-Hay errores que se pueden perdonar, Violeta. Pero lo que hiciste… -su voz se quebró-. Casi matas a Luz.
La confusión y el dolor se mezclaban en su rostro mientras trataba de reconciliar a la dulce niña de sus recuerdos con la mujer cruel en que se había convertido.
El pánico se apoderó de Violeta. Sus gritos resonaron por los pasillos del hospital.
-¡No fui yo! ¡Te lo juro que no fui yo! -se retorcía entre los brazos de los policías-. ¡Simón, ayúdame! ¡Por favor, sálvame!
Pero ni sus negativas más vehementes, ni sus súplicas más desgarradoras, ni su forcejeo desesperado pudieron evitar que la policía se la llevara.
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La realidad la golpeó como una bofetada. Había ido al hospital buscando dinero fácil, y en lugar de eso, terminaria tras las rejas. El terror se apodero de cada fibra de su ser.
El destino tiene una forma peculiar de cobrer les deudas. Cuando alguien comete actos de thaided, puede tener la suerte de no dejer rastro una vez. Pero la fortuna no sonrie
eternamente a quienes persisten en el mal camino.