Capítulo 227
Simón permaneció inmóvil en medio de la tormenta, observando cómo mi silueta se desvanecía en la distancia. Sus ojos no se apartaron del camino hasta que las luces traseras de mi auto se perdieron entre los copos de nieve que caían cada vez con más fuerza.
Un dolor agudo le atravesó el pecho, como si la crueldad de la tormenta se hubiera materializado en una daga que le perforaba el corazón. Sus piernas temblaron, amenazando con traicionarlo, pero su orgullo le impidió desmoronarse ahí mismo, en medio de la calle.
“No puede ser que esto sea todo“, pensó mientras la nieve se acumulaba sobre sus hombros. El pánico comenzó a crecer en su interior ante la certeza de que este adiós tenía un aire definitivo que no había sentido antes.
Los copos de nieve que caían sobre su rostro le trajeron de golpe el recuerdo de aquella Nochebuena, antes de que Violeta regresara a México y lo cambiara todo. La nieve caía con la misma intensidad que ahora, y yo, con mi eterno amor por las nevadas, no podía contener mi emoción.
“Una Navidad con nieve es perfecta“, había dicho yo aquella noche, con los ojos brillantes de ilusión. “¡Es tan romántica!”
Prácticamente lo había arrastrado a caminar hasta el restaurante, insistiendo en que debíamos disfrutar del paisaje nevado. Y él, como siempre que se trataba de complacerme, había entrelazado sus dedos con los míos mientras avanzábamos por las calles cubiertas de blanco. La nieve no tardó en cubrirnos por completo. Simón recordaba vívidamente cómo había levantado mi rostro hacia él, con una sonrisa traviesa en los labios.
-Mi amor, ¿no crees que ya parecemos una parejita de viejitos con tanto blanco en la cabeza?
Mi comentario lo había cautivado tanto que no pudo resistirse a besarme ahí mismo, en medio de la calle. En ese momento, había estado convencido de que no necesitábamos fingir: envejeceríamos juntos, caminaríamos de la mano hasta el final de nuestros días.
Una risa amarga escapó de sus labios. Dos años. Solo habían bastado dos años para que todo se desmoronara. Y no habían sido años de felicidad, sino de dolor constante.
La culpa lo golpeó con fuerza. No solo había fallado en cumplir sus votos matrimoniales de hacerme feliz, sino que me había causado un sufrimiento tan profundo que casi me cuesta la vida. La auto repulsión lo invadió por completo. ¿Cómo podía haber sido tan estúpido? Si al final lo perdía todo, sería exactamente lo que merecía.
La furia de Violeta era palpable cuando irrumpió en la habitación del hospital. Después de enterarse de que Simón no solo me había cedido su fortuna, sino que además se había comprometido a trabajar para mí de por vida, había acudido a confrontarlo.
Lo encontró en la cama, rodeado de documentos de trabajo. Su terquedad por no descansar
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después de la lesión, sumada al estrés constante, lo había llevado al colapso frente al registro civil. Si no fuera por sus amigos, que prácticamente lo arrastraron al hospital, probablemente seguiría trabajando.
Simón apenas levantó la vista cuando ella entró, antes de volver a sumergirse en sus papeles.
La rabia deformó las facciones delicadas de Violeta.
-¡Por Dios, Simón! ¿Cómo puedes ser tan idiota?
Su indignación crecía por segundos al ver la indiferencia de él.
-¡Toda tu fortuna! ¡Todo tu patrimonio! ¿Nomás así se lo regalaste a Luz? ¿En qué estabas pensando? ¿De qué vamos a vivir ahora?
Simón mantuvo su atención en los documentos, ignorándola deliberadamente. Violeta sintió que la sangre le hervía, pero entonces recordó sus propias palabras: “Simón, te veo como a un hermano, ¿y así me pagas?“. Su enojo se evaporó, reemplazado por una máscara de preocupación.
-Simón, ¿sigues enojado conmigo? -Su voz adoptó ese tono dulce y victimista que tan bien había perfeccionado-. Yo nunca quise difamar a mi hermana, de verdad creí que las cosas eran así. Si no, dime, ¿por qué fue la única que salió sin un rasguño del secuestro?
La mandíbula de Simón se tensó visiblemente.
-Si no tienes nada importante que decir, mejor vete.
Violeta apretó los labios, conteniendo su frustración. Sabía que lo mejor era retirarse por ahora, dejar que se le pasara el enojo. Ya encontraría la manera de manipularlo después, poco a poco, como siempre lo había hecho.
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