Capítulo 220
Las palabras de Rafael resonaban en mis oídos, cargadas de un remordimiento que llegaba
cuatro años tarde.
-Perdóname, Luz… perdóname por todo su voz se quebraba con cada sílaba, recordándome que su apoyo llegó demasiado tarde, cuando las heridas ya habían marcado mi piel para
siempre.
“Desde que me casé con Simón, Rafael simplemente se desvaneció de mi vida“, pensé mientras lo observaba. Ni un mensaje, ni una llamada. La noticia de mi supuesta felicidad matrimonial había sido suficiente excusa para mantener su distancia. De no ser por el escándalo que ahora inundaba las redes sociales, exponiendo la verdad sobre Simón y mi matrimonio, Rafael jamás habría descubierto la mentira que había sido mi vida.
Sus disculpas, aunque dispersas y desordenadas, revelaban todo lo que no podía expresar con palabras. Las fotografías de mis cicatrices presentadas en el tribunal debían haberlo golpeado con la fuerza de la culpa que ahora lo consumía.
Una sonrisa irónica se dibujó en mis labios mientras le daba una suave palmada en la espalda. -Ya no tiene caso pensar en eso. Lo que pasó, pasó.
El silencio de Rafael fue más elocuente que cualquier respuesta. Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras me observaba, incapaz de comprender cómo mi cuerpo, siempre tan delicado y temeroso del dolor, había sobrevivido a semejante trauma.
La preocupación en su mirada me hizo suavizar el tono.
-El doctor dijo que tuve suerte. Solo fueron fracturas, ningún órgano vital resultó dañado. No habrá secuelas permanentes.
Me acomodé en la silla, manteniendo la compostura a pesar del dolor sordo que aún persistía.
-¿Sabes? Los huesos se vuelven más fuertes después de una fractura. Cuando me recupere por completo, seré prácticamente indestructible.
Rafael me observaba como si quisiera decir algo más. Después de un largo momento de vacilación, finalmente se animó a hablar.
-Mi tío tiene una clínica estética increíble -sus ojos brillaron con esperanza-. Sus tratamientos para eliminar cicatrices son los mejores. Cuando termines con el divorcio, te llevaré ahí. Pueden dejar tu piel como nueva.
Comprendí su intención. Conocía mejor que nadie mi aversión al dolor, sabía que cada vez que viera esas cicatrices, reviviría el trauma de aquellos días en el hospital. No podíamos cambiar el pasado, pero al menos podía ayudarme a borrar sus huellas visibles.
Le revolví el cabello con afecto, como cuando éramos niños.
15:51
Capitulo 220
-¿Ves? Nadie me conoce mejor que mi Rafita. En cuanto me quiten las placas y los clavos de acero, esa será mi primera parada. ¡Cuento contigo!
Las placas y clavos que mantenían unidos mis huesos rotos requerirían otra cirugía para ser removidos, pero eso sería después de la recuperación completa.
Había anticipado que Simón, siendo como era, nos daría más problemas después de su dramático desmayo en el tribunal. Alberto y yo nos habíamos preparado para una larga batalla legal, dudando que obtuviéramos el divorcio en la próxima audiencia.
Por eso nos sorprendió tanto cuando apareció al día siguiente en el despacho de Alberto, dispuesto a aceptar un divorcio de mutuo acuerdo. Su única condición: hablar conmigo en persona, ahí mismo, en la oficina de Alberto.
Su aparente sinceridad convenció a Alberto de llamarme. La posibilidad de un divorcio rápido y discreto, sin más circos mediáticos, era tentadora. Así que me dirigí al despacho.
El sonido de la puerta al abrirse hizo que Simón levantara la vista instintivamente. Nuestras miradas se encontraron, y de inmediato noté el cambio. Este no era el mismo hombre de ayer. Sus ojos reflejaban una madurez nueva, como si hubiera envejecido años en una sola noche.
Arqueé una ceja, intrigada. “¿Habrá recuperado la memoria?“, me pregunté.
Al encontrarse con mi mirada escrutadora, Simón apretó inconscientemente las manos sobre la mesa, delatando su nerviosismo. El Simón de veintiséis años, incapaz de cargar con el peso de sus errores, se había escondido en el olvido, dejando salir a su versión de veintidós. Pero ese Simón más joven, igualmente incapaz de enfrentar sus equivocaciones, también había huido
de sí mismo.
Ahora, el Simón de veintiséis años estaba de vuelta, forzado a enfrentar la realidad que tanto
había querido olvidar.
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