Capítulo 217
Cuando mi abogado presentó la demanda de divorcio ante el juez, argumentando la ruptura irreparable de nuestro matrimonio, Simón se levantó de su asiento como si lo hubieran pinchado con una aguja. Sus ojos, esos que alguna vez me hicieron suspirar, ahora brillaban con una desesperación que me provocaba náuseas.
Se ajustó la corbata, un gesto que conocía bien de sus momentos de ansiedad, antes de comenzar su actuación.
-¡No puedes hacer esto, Luz! Lo nuestro no está roto, todo ha sido un malentendido. -Su voz se quebró mientras se pasaba una mano temblorosa por el cabello-. No tengo a nadie más en este mundo. Solo te tengo a ti.
Una risa seca escapó de mi garganta. Era increíble cómo, después de regañarme tan vehementemente por Violeta y correr a su lado cada vez que ella chasqueaba los dedos, ahora podía pararse frente a todos y declarar que solo me amaba a mí.
“¿Sin familia?“, pensé con amarga ironía. “¿Y qué hay de tu ‘querida hermana de sangre‘?” Aunque ahora ya ni siquiera podía usar esa excusa. Sin mencionar a su madrastra, que también era parte de su familia cuando le convenía.
Me observó soltar un suspiro de hastío. Sus ojos, esos que alguna vez consideré irresistibles, se suavizaron en una mirada que antes me hubiera derretido. Ahora solo me provocaba repulsión.
-Mi amor -susurró con voz aterciopelada, inclinándose hacia adelante-, sé que todo ha sido mi culpa. Me dejé llevar por un malentendido y actué mal contigo. Te juro por lo más sagrado que nunca volverá a pasar.
Sus dedos se crisparon sobre la mesa mientras suplicaba.
-¿Me das otra oportunidad? Solo una más, es todo lo que pido.
Tenía que admitirlo: Simón era un hombre increíblemente atractivo. Sus rasgos perfectamente cincelados y esos ojos que parecían capaces de robarte el alma con una sola mirada… Y en estos días, había perfeccionado su táctica de víctima, dejando que su apariencia se deteriorara lo suficiente para provocar lástima, pero no tanto como para perder su atractivo.
El juez, como era costumbre en estos casos, sugirió una mediación fuera de la corte al ver la “sincera” súplica de Simón por salvar nuestro matrimonio. Los jurados murmuraban entre sí sobre el karma y el destino, sobre cómo encontrar el amor verdadero era cosa de vidas pasadas.
“La belleza es solo una cáscara vacía“, reflexioné mientras los observaba caer uno a uno bajo el encanto de Simón. “Pero vaya que una bonita cáscara puede llegar lejos en este mundo.”
Sin decir palabra, le hice una seña a mi abogado para que presentara las pruebas. La primera evidencia mostró a Simón y Violeta en público: él comprándole joyas, llevándola a restaurantes exclusivos, mimándola como solo un amante haría, todo bajo la conveniente etiqueta de
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Capitulo 217
“hermanos“.
El rostro de Simón palideció al ver las imágenes, pero se recuperó rápidamente.
-Mi amor, eso fue una estupidez que cometí cuando pensé que lastimabas a Violeta. -Se aflojó el nudo de la corbata, visiblemente incómodo-. Si quieres castigarme, hazlo. Pero por favor, no hablemos de divorcio.
Los murmullos de aprobación comenzaron a elevarse en la sala. Para ellos, esto no era más que un berrinche de esposa celosa. Simón había gastado algo de dinero en su “hermana“, ¿y qué? No era razón suficiente para terminar un matrimonio.
Pero antes de que pudieran seguir justificándolo, mi abogado proyectó las siguientes imágenes: mi cuerpo destrozado después de caer por el acantilado, las llamadas del hospital donde Simón se negaba fríamente a firmar la autorización para mi tratamiento, las fotografías detalladas de mis heridas.
Un escalofrío recorrió mi espalda mientras las imágenes aparecían en la pantalla. De repente, estaba de vuelta en ese momento: el frío del viento cortando mi piel, el terror paralizante mientras caía, el dolor insoportable al impactar contra las rocas… Las lágrimas comenzaron a correr por mis mejillas sin que pudiera detenerlas.
Me sequé el rostro con manos temblorosas y miré directamente al juez.
-Cuando el secuestrador me puso al borde del acantilado y le dio a elegir, mi esposo no dudó en sacrificar mi vida. -Mi voz se mantuvo firme a pesar del nudo en mi garganta-. Mientras yo me debatía entre la vida y la muerte, destrozada contra los arrecifes, él estaba demasiado ocupado preparándole té de jengibre a su “hermana” como para venir a firmar la autorización que podría haberme salvado.
Me levanté lentamente, mis cicatrices ardiendo bajo la ropa como un recordatorio constante.
-Sobreviví por milagro, con la mitad de los huesos rotos. Pasé más de dos meses postrada en una cama, incapaz de moverme. Y durante todo ese tiempo, mi “amoroso” esposo, que dice que solo me tiene a mí, no se dignó a visitarme ni una sola vez.