Capítulo 216
La nieve caía implacable sobre Puerto San Rafael aquella noche. Los copos blancos danzaban violentamente en el aire, empujados por un viento cortante que hacía crujir las ramas desnudas de los árboles. Desde mi ventana, observaba cómo la tormenta convertía la ciudad en un paisaje invernal despiadado.
Y ahí estaba él. Simón Rivero, el poderoso empresario, reducido a una figura solitaria bajo mi ventana. Su traje de diseñador, completamente inadecuado para el clima, se cubría gradualmente de nieve. Los guardias le impedían subir, así que se había quedado ahí, inmóvil, como una estatua patética en medio de la ventisca.
Me acomodé mejor en el sillón junto a la ventana, disfrutando del calor de mi taza de té de jazmín. Una sonrisa irónica se dibujó en mis labios mientras lo observaba temblar. “Qué predecible“, pensé, llevando la taza a mis labios. El aroma dulce del té contrastaba con la amargura de mis pensamientos.
Sus súplicas desesperadas, su manera de “demostrar sinceridad“… todo era parte de su teatro habitual. El mismo teatro que montaba cada vez que Violeta lo necesitaba y él no dudaba en hacerme a un lado. La misma actuación que repetía después de cada traición.
La nieve se acumulaba sobre sus hombros, transformándolo lentamente en un muñeco de nieve viviente. Qué apropiado, pensé, considerando lo desapegado que había sido su corazón conmigo. El espectáculo de su autocompasión no me conmovía en lo más mínimo. ¿Acaso este frío se comparaba con aquella noche en la montaña, cuando casi muero por su culpa?
Después de un rato, un bostezo escapó de mis labios. Con deliberada indiferencia, me levanté del sillón y apagué la luz, dejándolo en la oscuridad con su patética demostración.
La mañana siguiente, mi ama de llaves me recibió con noticias sobre Simón.
Sus ojos mostraban preocupación mientras retorcía el delantal entre sus manos.
-Señora, anoche se llevaron al señor Simón en ambulancia… como a las tres de la mañana.
Una risa seca escapó de mi garganta. “Solo aguantó un poco“, pensé con desprecio. Qué débil resultó ser el gran Simón Rivero.
Los días se convirtieron en semanas, y lo que alguna vez fue un amor de juventud que prometía durar toda la vida, terminó arrastrándose hacia una conclusión vergonzosa en los tribunales. Simón había intentado hablar conmigo de mil maneras, pero me mantuve firme en mi decisión de no verlo.
El día del juicio, lo encontré esperándome en la entrada del tribunal. Sus ojos se llenaron de lágrimas al verme, como si tuviera algún derecho a sentirse herido. Como si no hubiera sido él quien destruyó todo lo que teníamos.
Sus hombros caídos y su rostro demacrado mostraban a un hombre devastado. La angustia en
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sus facciones era evidente mientras se acercaba a mí con pasos vacilantes.
-Luz, mi amor, nunca quise culparte… es que Violeta… ella estaba tan mal…
Pasé junto a él como si fuera invisible, mis tacones resonando contra el piso de mármol mientras me dirigía al interior del tribunal.
-Por favor, Luz, no me ignores así… -Su voz se quebró, pero solo sirvió para alimentar mi desprecio.
Antes, mi amor por él era tan grande que cualquier pequeño gesto suyo bastaba para derretir mi enojo. Ahora, ni siquiera sus lágrimas podían atravesar el muro de rencor que había construido alrededor de mi corazón.
En la sala del tribunal, nos sentamos en lados opuestos, como los extraños en que nos habíamos convertido. Cuando presenté las pruebas sobre su nueva empresa y la sospecha de transferencia de bienes conyugales, Simón admitió su propiedad pero negó cualquier movimiento fraudulento.
Su voz recuperó algo de su antigua confianza mientras explicaba que todo era parte de un nuevo plan de negocios. Pero yo ya no necesitaba probar el fraude. Con su admisión de propiedad, tenía suficiente para reclamar mi mitad en el divorcio.
Una sonrisa calculadora se dibujó en mis labios mientras lo observaba defender sus acciones. Qué irónico que su propio orgullo lo hubiera llevado directo a mi trampa.