Capítulo 211
Una sonrisa amarga se dibujó en los labios de Luz mientras observaba el teatral gesto de Simón. Lo conocía demasiado bien. No deseaba realmente que lo apuñalara; era solo otra de sus manipulaciones. Buscaba que ella no pudiera soportar la idea de herirlo, que ese momento de vulnerabilidad despertara los restos de amor que él creía que aún existían. Era su táctica favorita: cuando ella se enfurecía por sus traiciones, él se convertía en un mártir dispuesto al sacrificio o se lastimaba “accidentalmente“, sabiendo que ella no soportaría verlo sufrir.
“Patético“, pensó Luz, mientras el recuerdo de todas las veces que había caído en ese truco le revolvía el estómago. “Como si todavía fuera esa niña ingenua que se derretía con sus
dramas.”
Él seguía siendo el mismo manipulador de siempre. Pero ella… ella ya no era la misma de
antes.
Una risa sarcástica escapó de su garganta mientras retrocedía, aumentando la distancia entre ellos como si su mera presencia le provocara repulsión física.
-¿Apuñalarte? ¿No sería eso un delito? -el sarcasmo goteaba de cada palabra-. Por favor, Simón, ya deja de dar lástima. Si de verdad fueras hombre, aceptarías que la regaste y terminaríamos este matrimonio de una vez por todas.
Sus ojos castaños se clavaron en él con desprecio.
-¡Ya deja de fingir amnesia! ¡Ya estuvo bueno de tus numeritos!
Las palabras “fingir amnesia” golpearon la mente de Simón como un mazo, resonando con un eco familiar y doloroso. Era como si él mismo hubiera pronunciado esa frase antes, dirigida a la mujer que decía amar más que a nada.
Estaba a punto de protestar, de jurar que jamás trataría así a su esposa, cuando una imagen lo atravesó como un relámpago: él mismo, de pie junto a una cama de hospital, mirando con desprecio a una Luz vendada y vulnerable.
El recuerdo de su propia voz, dura y acusadora, lo golpeó sin piedad:
-Vaya, Luz, ¡cómo has progresado! No solo falsificas un historial médico grave para no ser dada de alta, ahora también te haces la amnésica.
Simón retrocedió físicamente, como si el peso de ese recuerdo lo hubiera empujado. Su mente se negaba a aceptarlo.
“¡Imposible!“, gritaba una voz en su interior. “¡Jamás podría haberle hablado así! ¡Ella es mi salvación! ¡La amo más que a nada en este mundo!”
Los recuerdos de su infancia se mezclaron con su confusión presente. Federico nunca había querido realmente a Carmen Mirasol, su madre, y por extensión, tampoco a él. Pero como a Visitación Figueredo le agradaba Carmen, Federico se había visto obligado a fingir amabilidad, a consentir a Simón sin condiciones.
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Capitulo 211
Así había crecido él: dominante y arrogante, pero en el fondo tan frágil como una copa de cristal. Nunca había enfrentado un verdadero revés, nunca había necesitado desarrollar fortaleza real.
La muerte repentina de su madre había sido el primer golpe verdadero. Para alguien que jamás había enfrentado la adversidad, ser expulsado de su hogar por ese mismo padre que supuestamente lo adoraba había sido devastador.
No era solo la crueldad del mundo lo que lo había destrozado, sino descubrir que el amor de su padre, ese amor que creía incondicional, nunca había sido real. Esa revelación lo había sumido en una confusión tan profunda que dudaba de todo y de todos.
Siempre había creído que sin Luz, jamás habría salido de ese pozo de desesperación. Por eso la consideraba su salvación, su tabla de salvación en un mundo que parecía empeñado en
hundirlo.
El joven Simón, ese que adoraba a Luz como a una diosa, se negaba a creer que pudiera haberla tratado así. No entendía cómo esas imágenes podían ser reales, cómo habían llegado a este punto.
Los ojos se le enrojecieron mientras la miraba, desesperado.
-Mi amor, no estoy fingiendo, de verdad no entiendo qué está pasando…
Luz lo cortó sin piedad, su voz tan afilada como un bisturí.
-Simón, me tiene sin cuidado si estás fingiendo o no. Eso no cambia nada. Un asesino no deja de serlo solo porque tiene amnesia y olvidó que mató a alguien. La culpa y las consecuencias siguen ahí.
La palabra “asesino” cayó entre ellos como una sentencia. Simón se quedó paralizado, incapaz de procesar que ella lo comparara con un criminal. En su mente, él seguía siendo el héroe de esta historia, no el villano.