Capítulo 2
Me quedé mirándolo, incapaz de articular palabra. Una sonrisa amarga se dibujó en mis labios, teñida de incredulidad y resignación. Siete años juntos, y todo terminaba así: yo postrada en una cama de hospital, y él acusándome de fingir.
La ironía de la situación debió reflejarse en mi sonrisa, porque por un instante, su mirada se suavizó. Fue solo un parpadeo antes de que sus ojos se llenaran de nuevo con ese desprecio que ahora parecía reservar solo para mí.
Se ajustó la costosa corbata de seda, un gesto que siempre hacía cuando estaba por atacar.
-Luz Miranda, cada día me sorprendes más con tus dotes de actriz.
Sus dedos rozaron las vendas que cubrían mi torso.
-Hasta te las arreglaste para que parezcan reales.
Sin previo aviso, tiró de una de ellas. El dolor explotó como una llamarada, robándome el aliento. Antes de que pudiera recuperarme, sus dedos se clavaron en mi brazo con fuerza.
-¿Y esto qué es? ¿Sangre? -Sus labios se curvaron en una mueca burlona-. El color se ve bastante real. ¿Compraste sangre de utilería? De verdad que no tienes límites para desperdiciar recursos médicos.
La presión de sus dedos sobre mis huesos apenas soldados era insoportable. Mi corazón pareció detenerse por un segundo. El sudor frío empapó mi frente, y tuve la horrible sensación de estar de nuevo hundiéndome en aquellas aguas heladas.
Todo color abandonó mi rostro. Intenté suplicarle que me soltara, pero el dolor era tan abrumador que las palabras morían en mi garganta.
Simón bajó la mirada hacia mi cara, y por primera vez, un destello de duda cruzó sus ojos.
-Tú…
El timbre de su celular cortó el aire como una navaja. Era ese tono especial, el que usaba solo para ella. Como si hubiera olvidado mi existencia, soltó mi brazo y llevó el teléfono a su oído.
-No te preocupes, ¡voy para allá!
En su prisa por salir, tropezó con uno de los tubos conectados a mi cuerpo, arrancándolo. El aire comenzó a faltarme de inmediato. Intenté gritar su nombre, suplicarle que llamara a un doctor, pero mi voz se había convertido en un susurro inaudible.
La sensación de asfixia creció, como si unas manos invisibles me estrangularan. Mientras la oscuridad me envolvía, la ironía de la situación me golpeó con brutal claridad: no morí a manos de los secuestradores, ni en la caída desde el acantilado, sino que sería el hombre al que había entregado mi corazón quien acabaría conmigo.
El dolor emocional superó al físico en ese momento. Fue tan intenso que juré que, si sobrevivía,
nunca volvería a amar.
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Capítulo 2
No sé si el cielo me favorece o simplemente disfruta torturándome, pero sobreviví. El doctor, con una sonrisa genuina, me dijo que era la persona con más suerte que había conocido. La jefa de enfermeras había decidido hacer una última ronda antes de irse a casa y me encontró justo a tiempo. Unos minutos más, y habría sido demasiado tarde.
Solo pude responderle con una sonrisa vacía. Después de despertar esta vez, sentía un extraño vacío en mi pecho, como si hubiera perdido algo fundamental. Repasé mis recuerdos una y otra vez, pero todo parecía estar en su lugar. Solo no lograba recordar cómo se había desprendido aquel tubo.
El doctor me aseguró que era normal tener lagunas después de un trauma tan severo. Me aconsejó concentrarme en mi recuperación y no preocuparme por los detalles perdidos. Decidí hacerle caso.
La complicación empeoró mi estado. Pasaron más de dos meses antes de que pudiera moverme, y aun entonces, mis extremidades se negaban a cooperar completamente. La sed me atormentaba, pero el vaso de agua en la mesita parecía estar a kilómetros de distancia. Después de un esfuerzo que me dejó empapada en sudor, logré alcanzarlo, solo para que mis dedos temblorosos lo derramaran.
Mirando el charco en el suelo, sentí que la sed se intensificaba. Estaba reuniendo fuerzas para un segundo intento cuando la puerta se abrió de golpe.
Un hombre alto apareció en el umbral.
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