Capítulo 197
La calidez de una sonrisa genuina iluminó mi rostro mientras observaba a Rafa. Mi cuerpo, aunque adolorido, vibraba con una energía renovada que nacía desde lo más profundo de mi
ser.
“¡Estar viva! No hay nada más valioso que esto“, pensé mientras saboreaba cada respiro, cada latido de mi corazón como si fuera el más precioso de los regalos.
Rafael me estudió con esa mirada penetrante que solo personas muy cercanas pueden tener, esa que ve más allá de las palabras. Sus hombros, antes tensos, se relajaron al confirmar que mi bienestar no era una máscara, sino una alegría auténtica que brotaba desde mi interior.
Cuando por fin la euforia inicial se aplacó, Rafael rompió el silencio.
Sus ojos se suavizaron con preocupación fraternal.
-¿Te caería bien un caldito?
Mi estómago respondió antes que mis palabras. Después de más de un día sin probar bocado, sobrevivir a la muerte y experimentar tantas emociones, el hambre se manifestaba como un vacío apremiante. Asentí con entusiasmo, mis ojos brillando ante la perspectiva de alimento.
Una sonrisa tierna se dibujó en el rostro de Rafael mientras se dirigía hacia el área de bebidas. Lo observé servir el caldo humeante de una olla térmica con movimientos cuidadosos.
“Es curioso“, reflexioné, “cómo la cercanía con la muerte te enseña a valorar lo más básico“. El simple hecho de estar viva se había convertido en el regalo más precioso, seguido por la promesa de satisfacer el hambre que ahora me atormentaba.
El primer sorbo de caldo caliente fue como un bálsamo para mi alma. El líquido descendió por mi garganta, extendiendo su calidez por todo mi cuerpo, devolviéndome a la vida con cada trago. Cerré los ojos, dejando escapar un suspiro de puro placer.
Rafael me observaba con una sonrisa cada vez más amplia, contagiado por mi evidente satisfacción.
Cuando finalmente sacié mi hambre y mi sed, un pensamiento repentino atravesó mi mente.
-Oye, Rafa… ¿cómo diste conmigo?
Antes de perder el conocimiento, había escuchado una voz familiar llamándome. En ese momento, entre la bruma de la seminconsciencia, creí que era una alucinación provocada por la desesperación. Pero ahora, al verlo aquí, la duda me carcomía. ¿Cómo había logrado encontrarme? Por más preocupado que estuviera por mi ausencia, ¿cómo un estudiante universitario había terminado buscándome en medio de la noche en aquellas montañas inhóspitas?
Rafael terminó de lavar el tazón que había usado antes de responder.
-Fue con ayuda de la policía -su voz sonaba deliberadamente casual-. Cuando no pude
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Capítulo 197
localizarte, presenté el reporte por desaparición. La policía ya había recibido una llamada de emergencia sin voz desde esa zona montañosa. Había varios helicópteros sobrevolando el área y Simón también andaba por ahí. Era evidente que algo había pasado.
Sus palabras fluían con una tranquilidad estudiada.
-Así que fuimos para allá… y por fortuna, te encontramos.
El Capitán Luis Reyes, que había venido a tomar mi declaración después de que desperté, no pudo evitar estremecerse ante la aparente simplicidad con la que Rafael narraba los hechos. El experimentado oficial sabía que aquello había sido mucho más que un simple rescate.
La realidad era que Rafael, al enterarse de la posible conexión entre la desaparición de la señora Rivero y un caso de secuestro, se había transformado en una fuerza imparable. Con una sola orden suya, el mercenario Arthur Baker se había movilizado. Miles de personas, sin descanso, equipadas con helicópteros, drones, detectores infrarrojos y tecnología de punta, habían peinado cada centímetro de aquellas montañas nevadas hasta encontrarme. Sin esa determinación y recursos, en un terreno tan traicionero donde la nieve borraba todo rastro, mi destino habría sido mucho más sombrío.
Al ver entrar a Luis, Rafael le dirigió una mirada que hizo que el capitán se estremeciera nuevamente. Era fascinante y aterrador ver cómo podía transformarse en un instante: de ser el dulce hermano menor que me llamaba “hermana” con cariño, a convertirse en una presencia intimidante que nadie se atrevería a desafiar.
Como yo era únicamente la víctima, después de proporcionar mi declaración, Luis me deseó un buen descanso y se retiró.
Aunque sentía curiosidad por el progreso de la investigación y deseaba que los responsables de mi sufrimiento enfrentaran la justicia, la situación de Simón me era completamente indiferente. Él, tanto en el presente como en el futuro, no significaba nada para mí.
Entre nosotros, lo único que podría hacer por él, si llegara a morir, sería recoger su cuerpo en consideración a la cuantiosa herencia que me había dejado.
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