Capítulo 195
La noticia del salto atravesó a Simón como una descarga eléctrica. Su mente, siempre calculadora y segura, quedó paralizada. Los engranajes de su cerebro, acostumbrados a tejer planes perfectos, se detuvieron de golpe. Sus labios se entreabrieron, pero ningún sonido emergió de ellos.
Había estado tan seguro, tan arrogantemente convencido de que su plan era infalible. Las palabras “no habrá problemas” aún resonaban en su cabeza como una burla cruel del destino. No solo había fracasado; su fracaso había empujado a Luz hacia el abismo.
Sus dedos se crisparon involuntariamente mientras un escalofrío le recorría la espalda. La imagen de Luz, su Luz, enfrentándose a esas aguas heladas lo golpeó con la fuerza de un martillo. Conocía demasiado bien su aversión al frío, esa sensibilidad extrema que siempre
había considerado una debilidad.
Un recuerdo atravesó su mente como un relámpago: Luz, pálida y temblorosa, tosiendo agua después de casi ahogarse en la piscina. Su cuerpo reaccionó antes que su cerebro. Sin pensarlo dos veces, se lanzó al vacío tras ella.
Durante la caída, su mente analítica intentó tranquilizarlo. “El acantilado no es tan alto como parece“, se repetía. “El terreno debajo está elevado, el agua es profunda“. Pero la realidad lo golpeó con la misma brutalidad que la superficie del agua: nada era tan simple como sus cálculos habían sugerido.
El impacto fue como estrellarse contra una pared de concreto. Por un instante, todo se volvió negro y el aire abandonó sus pulmones. El dolor lo atravesó como mil agujas heladas. En ese momento de claridad brutal, la comprensión lo golpeó con más fuerza que el agua: si esto era doloroso para él, ¿cómo sería para Luz?
Sus ojos se abrieron con horror bajo el agua al recordar el otro acantilado, aquel donde los secuestradores… Un acantilado aún más alto que este. El pánico se apoderó de él, nublando su visión y entorpeciendo sus movimientos.
“¿Cómo pude ser tan negligente?“, el pensamiento lo atormentaba mientras luchaba contra la corriente. Su arrogancia lo había cegado, llevándolo a ignorar lo más básico. Había reducido todo a números fríos: altura, profundidad, probabilidades de supervivencia. Pero había olvidado el factor más importante: el dolor. El brutal e implacable dolor del impacto.
Las súplicas de Luz en el auto regresaron a él con una claridad devastadora. Ella, tan orgullosa, tan independiente, rogando con desesperación que la dejara en paz. “Mi cuerpo no puede soportar esto“, había dicho. Las palabras adquirían ahora un significado aterrador.
La revelación lo golpeó como una nueva oleada de agua helada: Luz estaba gravemente herida. Sus palabras sobre los huesos rotos no eran una exageración ni un intento de manipulación. La verdad se clavó en su pecho como un puñal, robándole el aliento, haciéndole olvidar incluso
cómo nadar.
Las lágrimas se mezclaron con el agua helada mientras recordaba las cicatrices en sus
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Capítulo 195
brazos. Luz, su Luz, que lloraba por un simple corte en el dedo, que odiaba hasta la más mínima molestia física… ¿Cómo había soportado semejante tormento? ¿Y sola en el hospital?
Un sollozo ahogado escapó de su garganta al recordar su aversión a los hospitales. La imagen de aquel día en el mar, cuando perdió a su bebé por salvarlo, y aun así se negó a quedarse internada más de medio día, lo perseguía como un fantasma acusador.
La culpa lo consumía como el frío que entumecía sus extremidades. Cada braceada en busca de Luz era un recordatorio de su fracaso, de su negligencia, de su incapacidad para proteger a la única persona que verdaderamente lo había amado.
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