Capítulo 165
“No puede soltarme“, pensé mientras observaba el rostro desencajado de Simón. Sus palabras resonaban en mi mente como un eco perturbador: ni siquiera la muerte lo separaría de mí. Quería arrastrarme consigo, atarme a él para siempre. La obsesión en sus ojos me hizo
estremecer.
Una sonrisa fría se dibujó en mis labios mientras arqueaba una ceja, mi postura emanando un desprecio helado.
-¿Qué onda? ¿Me estás diciendo que vas a ignorar el acuerdo? ¿Quieres que te demande o qué?
El acuerdo no era un simple papel. Cada palabra había sido cuidadosamente redactada y notariada, con todo el peso de la ley respaldándolo. Si Simón se atrevía a romperlo, los tribunales no tendrían más remedio que conceder el divorcio inmediato y ejecutar la división de bienes tal como estaba estipulada. Se quedaría sin nada.
La determinación brillaba en mis ojos, mezclada con un desprecio tan puro que hizo que la desesperación en el rostro de Simón se transformara en algo salvaje, frenético. Sus pupilas se dilataron, incapaz de procesar cómo yo podía dejarlo sin el menor rastro de duda o remordimiento. Sin una pizca del amor que alguna vez le profesé.
“¿Cómo puede ser tan despiadada?“, gritaba su mirada atormentada. “Sí, cometí un error, pero ¿merezco esto? ¿Tanto puede cambiar una persona?”
Una sonrisa torcida se dibujó en el rostro de Simón. Sus hombros se tensaron mientras aflojaba ligeramente su corbata de diseñador.
-Si me demandas, claro, nos divorciaremos bajo los términos del acuerdo. Me quedaré sin nada, pero…
Ese “pero” hizo que algo se retorciera en mi estómago. Como una serpiente venenosa, las palabras de Violeta se deslizaron en mi memoria: “¿De verdad crees que Simón te transfirió todo por recuperarte?”
No era por recuperarme. Entonces… ¿era para destruirme?
Los labios de Simón se curvaron en una mueca calculadora mientras su máscara de arrepentimiento se desvanecía.
-Pero, mi amor, ¿sabes qué pasaría? Te quedarías con una empresa en la cima… y con deudas que ni en tres vidas podrías pagar.
Un escalofrío recorrió mi espalda mientras Simón continuaba, su voz adquiriendo ese tono formal y profesional que usaba en las juntas de negocios.
-Tal vez no estés enterada, pero el Grupo Rivero ya es puro cascarón. Está a nada de declararse en bancarrota. Si te quedas con mis acciones, serías la accionista mayoritaria… y responsable de todo. Cuando nos divorciemos y el Grupo quiebre, ¿adivina de quién serán
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Capítulo 165
todas las deudas?
La fachada de arrepentimiento se hizo añicos, revelando al despiadado empresario que siempre había sido. Retrocedí un paso, sintiendo como si el piso bajo mis pies se hubiera convertido en hielo quebradizo.
“¡Todo era una trampa!“, el pensamiento me golpeó con la fuerza de un mazo. El Grupo Rivero, ese gigante corporativo que todos admiraban, no era más que una cáscara vacía. Lo miré horrorizada, incapaz de procesar la magnitud del engaño.
Un temblor involuntario se apoderó de mis manos. La desesperación se filtró por cada poro de mi piel mientras la realidad me golpeaba como una bofetada. Todo este tiempo creí estar vengándome, cuando en realidad estaba caminando directo hacia mi propia destrucción.
“Me quería ver hundida en deudas“, la comprensión me dejó sin aliento. Mi supuesta victoria… no era más que una broma cruel del destino.
Los ojos de Simón se suavizaron al ver mi reacción, volviendo a colocarse la máscara del esposo arrepentido.
-No me mires así, Luz -Su voz se volvió suave, casi suplicante. No quiero lastimarte, nunca lo haría. Es solo que… no puedo perderte. No quiero el divorcio.
Dio un paso hacia mí, aflojándose aún más la corbata con fingido nerviosismo.
-Si nos quedamos juntos, todo lo que tienes sería un activo, no una deuda. Trabajaría para ti el resto de mi vida -Sus ojos brillaron con lo que pretendía ser sinceridad-. Las dos empresas serían una sola, y todo sería tuyo. ¡Sería tu esclavo si eso quieres!
Lo observaba en silencio, la revelación final cayendo sobre mí como una losa. Simón decía conocerme, pero después de ver aquel video, sin molestarse siquiera en escuchar mi versión, había asumido lo peor. No confiaba en mí, nunca lo había hecho. No entendía quién era yo
realmente.
“Qué irónico“, pensé mientras una risa amarga amenazaba con escapar de mi garganta. “Dice que me ama, pero nunca se tomó el tiempo de conocerme de verdad“.
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